Hace unas semanas, a propósito de la publicación de su nuevo libro “La carrera hacia ninguna parte”, Giovanni Sartori volvió a destapar la caja de Pandora: “a quienes no aceptan nuestras normas se les debe colocar en la frontera”, “la Unión Europea se está derrumbando”, “algunos han creído que se podían integrar los inmigrantes musulmanes, y eso es imposible”. Este politólogo de más de 90 años no ha hecho más que reflejar lo que una gran mayoría de personas experimenta y opina cada día.
Teniendo en cuenta su brillante trayectoria, creo que merece la pena bucear más allá del diagnóstico que reflejaban estas frases.
Efectivamente, desde hace décadas el mundo occidental ha descansado en el multiculturalismo como la fórmula magistral que resolvería los problemas derivados de la convivencia en un mismo territorio de colectivos con raíces culturales y tradiciones tan diversas. Sin embargo, de la acogida y el reconocimiento a la diferencia, se pasó a la promoción de la misma con tanto afán, que los principios y tradiciones europeas se fueron desdibujando hasta convertirse en un obstáculo, olvidando qué alto fue el precio que históricamente pagó Europa por ellas.
De modo paralelo, los conflictos dentro del mundo árabe están provocando un éxodo masivo que ha convertido las fronteras en espacios superpoblados. Crisoles con un modo de vida donde millones de personas, muchas de ellas no musulmanas, se agolpan a la espera de una solución más o menos definitiva. A este respecto, Sartori dirige una crítica acertada contra una clase política incapaz de gestionarla.
Atrapada en una cesión permanente, Europa clama un nuevo inicio que vaya más allá del diagnóstico y la desesperanza. En 2021, Benedicto XVI subrayaba que sola una razón con identidad histórica y “moral” podría abrirse a las demás. Dos años después, el papa Francisco, en su discurso ante el Parlamento Europeo, subrayó que este nuevo inicio pasaba por recuperar la conciencia de la propia riqueza.
Con ser muy acertado el análisis de Sartori, no puedo hallar en él una esperanza. Sentenciar que el Islam “es incompatible con nuestra cultura”, que “no tiene capacidad de evolución” o que se cimenta sólo en la “voluntad de Alá”, no refuerza el hecho de que occidente y Europa, tradicionalmente fundaba en la democracia y la soberanía popular, hoy se halla perdida ante el fundamentalismo.
Desalojar las fronteras no garantiza la seguridad de Europa. Al otro lado no ya existe una inmigración económica semejante a la de los años noventa. Al otro lado, no existe la ley. Sólo el caos y los horrores provocados por la guerra. La seguridad ya no puede cifrarse en un pasaporte. Profesar una religión no puede convertirse en una causa de rechazo.
Como vemos, la solución no pasa exclusivamente por diagnosticar que el multiculturalismo es una falacia o que existe un enfrentamiento civilizatorio. Quizá pase por pensar la realidad más allá de categorías políticas y culturales posmodernas que nos encierran en un círculo vicioso. Quizá pase por preguntarnos si los valores de la modernidad secular (ilustrados o posmodernos) han dejado de ser eficaces y debemos retornar a un humanismo en el que Europa fue un terreno tan fértil.
Hoy celebramos a...