En esas primeras semanas, este acto de bondad hizo toda la diferencia
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Prepara comida (o haz un regalo o compra un cupón de regalo) para una madre que acabe de dar a luz o de adoptar a un niño, o para alguien que acaba de sufrir una pérdida. — Una forma de vivir acorde a este Año de la Misericordia
Recuerdo bien aquellos primeros días. Después de un arduo viaje a través de medio mundo, por fin estaba en casa, una madre adoptiva primeriza con mellizas de cuatro años, traumatizadas porque no sabían hablar inglés, y mi marido tenía que irse a trabajar de inmediato. Yo estaba exhausta y enferma, mis hijas querían que las llevara en brazos todo el rato —y al mismo tiempo— y estuvimos en modo colapso anímico la mayor parte del día. Si no fuera por los amigos que me traían comidas preparadas tan a menudo, habría tenido bastantes problemas.
A pesar de lo encantador de los mensajes y las tarjetas de felicitación, lo que más valoré durante aquellas primeras semanas fueron las comidas regaladas y los recados voluntarios al supermercado. Mi marido y yo no necesitábamos que nadie nos ayudara con la educación de nuestras hijas, los dos nos bastábamos y poníamos mucho esfuerzo en conectar bien con los nuevos miembros de la familia. Lo que sí necesitábamos era una ayuda para tener la comida lista en la mesa, para asegurarnos de que había muchos plátanos, huevos y pan en la casa —que era básicamente todo lo que nuestras hijas comían cuando llegaron—.
Nunca olvidaré una visita en particular de alguien que trajo comida. No nos habíamos presentado antes, pero ella había adoptado también a mellizas dos años y medio antes y ahora tenían la edad de mis hijas. Se sentó en mi sofá, me miró a los ojos y dijo: “Te entiendo de verdad; sé por lo que estás pasando ahora mismo”. Luego, antes de irse, me dio unos envases de cristal llenos de verduras al curry con arroz y ensalada, todo casero, además de su información de contacto. (Ni que decir tiene que ahora somos amigas estupendas, y también lo son nuestras hijas).
También había personas que, aunque no entendieran mucho la situación, consiguieron aliviar nuestra carga con su amabilidad, más de lo que sabrán nunca. Nuestros vecinos nos trajeron comidas caseras cada semana durante las seis semanas siguientes a que llegáramos a la casa. Una amiga —también madre adoptiva— manejó casi dos horas para traernos una nueva receta que había preparado especialmente pensando en nuestras dos hijas. Una noche, hubo alguien que incluso llamó a un restaurante y nos pidió la cena a domicilio.
Tres años y medio después, aún siento una profunda gratitud por las personas que nos mantuvieron alimentados por entonces, que no pretendían hacer otra cosa que decir, “He hecho esto para vosotros, pensando en vosotros, avisadme si necesitáis cualquier cosa”. Así que intento tener en cuenta esos mismos gestos cuando ahora escucho de alguien que ha adoptado, dado a luz o está pasando por una etapa intensa y que consume mucho tiempo y energía, como los que cuidan de un allegado enfermo o pasan por un duelo en su familia.
La ayuda suele venir rápido durante la primera semana de un evento vital importante, pero a veces el mejor momento para aparecer con una comida es dos, tres o más semanas más adelante. Por entonces, la mayoría de las personas ya habrán vuelto a sus hogares, a sus vidas ajetreadas y planificadas, pero la madre y el madre que se adaptan a una nueva incorporación, los padres preocupados con un hijo hospitalizado, el cónyuge doliente, siguen levantándose por las mañanas preguntándose cómo sobrevivirán al día. Las grandes transiciones requieren tiempo, incluso cuando son ocasiones alegres, y a menudo siguen siendo físicamente exigentes y emocionalmente agotadoras.
Por supuesto, hay muchas formas de ayudar —oraciones, palabras de apoyo, regalos—, y todas son importantes y muy valoradas. Pero hay algo especial en esto de traer comida. Es reconfortante y enriquecedor. Aporta a los recipientes la sensación de cuidado y ofrece un sentido de conexión con el resto del mundo en un momento en el que puede que se sientan muy desconectados. Al traer una comida, ofreces algo de ti sin estar siendo intrusivo o intrusiva. El gesto es un acto de misericordia, una forma concreta de aliviar la carga diaria de alguien; porque, seamos claros, poner comida en la mesa incluso en los mejores días puede ser una tarea abrumadora.
Las comidas mejor recibidas son, obviamente, aquellas que puedan comerse, así que es útil saber de preferencias o restricciones alimentarias, si es posible. (De todas formas, piensa siempre en alimentos nutritivos). Pero incluso si no sabes de estas preferencias, trae algo de todas formas: también hay que alimentar a futuras visitas e invitados; una cesta de fruta, verduras y pan hace mucho; los cupones de regalo para un restaurante de comida a domicilio también son útiles; y la comida casera siempre transmite amor.
Si el mejor camino hacia el corazón de un hombre es su estómago, el mejor para el de una mujer —en especial si es el corazón de una madre primeriza— es a través de una deliciosa comida familiar traída en mano a la puerta de su casa. Recuerda el poder que puede tener un regalo de este tipo durante este Año de Misericordia.