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Conoce a la única monja sentenciada a muerte por un tribunal nazi

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Larry Peterson - publicado el 14/04/16

La Hermana María Restituta colgó crucifijos en las paredes de su hospital y se negó a retirarlos

La hermana María Restituta comenzó la Cuaresma de 1942 bajo arresto. Fue detenida el Miércoles de Ceniza. Su crimen: “colgar crucifijos”. Fue sentenciada a muerte. Al año siguiente, el Martes de la Semana Santa, fue ejecutada.

El 1 de mayo de 1894 fue un día feliz para Anton y Marie Kafka. Marie acababa de dar a luz a su sexta hija y tanto la bebé como su madre se encontraban bien. Los orgullosos padres pusieron a su pequeña el nombre de Helena. Devotos católicos, Anton y Marie bautizaron a Helena sólo 13 días después de su nacimiento.

La ceremonia tuvo lugar en la iglesia de la Asunción de la ciudad de Husovice, Austria. Antes de que Helena cumpliera los dos años, la familia ya se había instalado en la ciudad de Viena.

Helena era una estudiante buena y trabajadora. Recibió la Primera Comunión en la iglesia de Santa Brigitta en mayo de 1905 y se confirmó en esa misma iglesia un año más tarde.

Después de ocho años en la escuela, pasó otro año más en una escuela de servicio doméstico y, a los 15 años, ya trabajaba como criada, cocinera y se formaba para ser enfermera.

Con 19 trabajó como ayudante de enfermera en el Lainz City Hospital. Aquí se produjo el primer contacto de Helena con las Hermanas Franciscanas de la Caridad Cristiana e inmediatamente sintió la llamada para convertirse también ella en hermana, así que el 23 de octubre de 1915 pasó a ser la hermana María Restituta.

Pronunció sus votos definitivos un año más tarde y empezó a trabajar como monja.

A finales de la Primera Guerra Mundial, la hermana Restituta era la enfermera jefa en cirugía en el Hospital Mödling de Viena.

Nunca había oído hablar de Adolf Hitler ni podía haber imaginado que algún día, debido a este hombre, su amada nación sería anexionada a la República Alemana.

El 12 de marzo de 1938, el partido nazi austriaco organizó un golpe de estado exitoso que tomó el control del gobierno. Lo inesperado e inconcebible había sucedido y ahora Hitler controlaba la una vez orgullosa nación austriaca.

La hermana Restituta era muy abierta con respecto a su oposición al régimen nazi.

Cuando se construyó un ala nueva del hospital, ella colgó un crucifijo en cada una de las habitaciones nuevas. Los nazis exigían que las quitara. Amenazaron a la hermana Restituta con perder su trabajo si no obedecía.

Se negó. Los crucifijos permanecieron en las paredes.

Uno de los médicos del hospital, un nazi fanático, no quería tener nada que ver con el asunto. Denunció a la monja ante el Partido y, el Miércoles de Ceniza de 1942, fue arrestada por la Gestapo cuando salía de una sala de operaciones.

Los cargos contra ella incluían “colgar crucifijos y escribir un poema ridiculizando a Hitler”.

Los nazis no tardaron en sentenciarla a muerte en la guillotina por “favorecer al enemigo y conspirar para cometer alta traición”.

Le ofrecieron la libertad a cambio de abandonar a las franciscanas que tanto amaba. Se negó rotundamente.

Aunque muchas monjas perdieron la vida en los campos de exterminio, la hermana Restituta fue la única monja católica que fue acusada, enjuiciada y sentenciada a muerte por un tribunal nazi.

Un llamamiento a la clemencia consiguió llegar hasta el mismísimo escritorio del secretario personal de Hitler y jefe de la Cancillería del Partido Nazi, Martin Bormann.

Su respuesta fue que la ejecución de la monja “serviría como intimidación efectiva para otros que quisieran resistirse a los nazis”.

La hermana María Restituta pasó sus últimos días en prisión cuidando de los enfermos.

Por su amor hacia el crucifijo —mejor dicho, hacia Aquel que murió en él— fue decapitada el 30 de marzo de 1943.

El día de su ejecución resultó ser un Martes Santo de Semana Santa. Tenía 48 años.

El papa Juan Pablo II visitó Viena en 1998 y allí beatificó a Helena Kafka, la niña cuyo destino fue servir a los demás. Fue declarada beata María Restituta. Había aprendido a servir al prójimo extremadamente bien. Pero al que sirvió mejor de todos fue a su Salvador. Le ofreció su vida.

Bleata María Restituta, por favor ruega por nosotros.

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