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¿Los testimonios de la resurrección son históricamente creíbles?

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Aleteia Team - publicado el 28/03/16
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Varios detalles indican que si los apóstoles hubieran “inventado” la resurrección, lo habrían hecho mejor…

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El descubrimiento de la tumba vacía y las apariciones de Jesús se anunciaron en público menos de dos meses después de su muerte, cuando muchos en Jerusalén podrían haber desmentido los hechos.

Como primeros testigos se indica a las mujeres, cuyo testimonio para el derecho judío no tenía valor.

Y, finalmente, unos hombres miedosos y recalcitrantes se lanzaron como un Big Bang por las carreteras del Imperio para anunciarlo, jugándose la vida.

Si todo hubiera sido un invento, ¿no podrían haberlo hecho mejor?

Partimos del punto de que la resurrección de Jesús no es un dato “científico” incontrovertible: creer en ella es siempre, en último término, un acto de fe. Ahora bien, los testimonios sobre ella, ¿son creíbles históricamente?

Mujeres…

Quizás el dato, curiosamente, más fiable para considerar la resurrección como un hecho histórico, es el papel central de las mujeres – en particular de María Magdalena –, que para el derecho judío de la época, no tenían ningún valor como testigos.

El judaísmo de la época de Jesús estaba embebido de “machismo”. Y de hecho, el retrato de la mujer que surge de la Biblia no es muy confortante. En el libro de los Proverbios, por ejemplo, se pone de relieve su naturaleza maniática, pendenciera, lunática y melancólica.

Más aún, en las Antigüedades Judías, el historiador judío del siglo I Flavio Josefo escribe que “los testimonios de mujeres no valen y no son escuchados entre nosotros, a causa de la ligereza y de la insolencia de ese sexo”.

Así que no es históricamente plausible que los evangelistas, en el intento de inventar con garantías una leyenda, hayan indicado precisamente a las mujeres como testigos privilegiados del sepulcro vacío de Jesús y de sus primeras apariciones cuando, en la sociedad judía del siglo I, no podían dar testimonio.

Podrían haberles desmentido

Los apóstoles anunciaron públicamente el descubrimiento de la tumba vacía y los encuentros con el Resucitado a poca distancia de la muerte de Jesús, cuando muchos testigos aún vivos en Jerusalén habrían podido desmentirles.

Además, otra prueba de la credibilidad de las fuentes escritas que han llegado a nosotros es que ningún evangelista, ni ninguna otra fuente del nuevo testamento, narra la forma como sucedió la resurrección.

Sólo lo hace el llamado Evangelio de Pedro, un escrito apócrifo – por tanto, no forma parte de la Biblia – en el que se encuentra el relato más antiguo que conocemos sobre este tema, y que presumiblemente fue redactado en Siria, hacia la mitad del siglo II.

Los primeros seguidores de Jesús eran sobre todo pescadores, encarnaban bien la mentalidad semítica de entonces, no eran visionarios, necesitaban pruebas tangibles y no promesas vanas.

Y la Biblia, cuando habla de las manifestaciones de Jesús resucitado, recalca el carácter de experiencias concretas, de encuentros reales.

Según los Hechos de los Apóstoles, confirmado por las cartas de san Pablo a los Romanos, Corintios y Gálatas, la Iglesia primitiva predicó la resurrección de Jesús desde el principio, menos de dos meses después de la muerte de Jesús (Hch 2,24-36).

Esto prueba, dado el poco tiempo transcurrido, el hecho de que las apariciones de Jesús no podían ser elaboraciones legendarias del mensaje de la resurrección, fruto de la fe.

Por otro lado, ¿cómo podían los apóstoles predicar la resurrección de Jesús entre los muertos si los habitantes de Jerusalén podían en cualquier momento mostrar el cadáver de su maestro?

¿Alucinaciones colectivas?

Las apariciones (Mc 9,2-8; Mt 28,3) suceden en circunstancias normales, no en momentos de éxtasis, ni en sueños, y no tienen esas características de gloria apocalíptica que encontramos en otros lugares.

Dice Rinaldo Fabris, biblista y teólogo:

“Las apariciones no son esperadas, no son buscadas. No son fruto de la elaboración de un luto, o una visión, sino una intervención exterior. Además, son diferentes de las apariciones de Dios en el Antiguo Testamento; del Dios inefable, indecible, invisible de Abraham, Isaías o Jeremías”.

Y no podían tampoco ser alucinaciones colectivas, pues de lo contrario sería imposible explicar lo que le pasó a Pablo en el camino de Damasco, algunos años después de la aparición a Pedro, que muy probablemente sucedió en Galilea.

¿Robaron el cuerpo?

La noticia según la cual Pilato respondió a los sumos sacerdotes y a los fariseos que confiaran a los guardias del templo la seguridad del sepulcro de Jesús, no es un relato con intención apologética para acallar las voces de que la resurrección era fruto del robo del cadáver de Jesús por parte de sus discípulos.

Mateo refiere que las autoridades judías difundieron la “versión” de que la tumba estaba vacía porque los discípulos habían robado el cuerpo (Mt 28,11-15) para proclamar su resurrección, una contra-información repetida en el siglo II, a la cual se opone Justino en su Diálogo con Trifón, y retomada en el siglo XVIII por Reimarus.

En su obra dicen que ha resucitado. El historiador contemporáneo Vittorio Messori afirma:

“Es muy lógico, muy coherente, incluido el hecho de que el Crucificado sea definido por los miembros del Sanedrín como plános, impostor, y la de sus discípulos como pláne, impostura. Y la palabra la vuelve a usar Pablo cuando rebate las acusaciones contra los cristianos procedentes del mundo judío, como en 2 Cor 6, 8: ‘que seamos considerados como impostores (plánoi), cuando en realidad somos sinceros’.

Es curioso notar que durante los siglos, hasta nuestros días, la polémica judía contra los ‘galileos’ cristianos, se sirvió sobre todo de la acusación de impostura y acusó al rabino Jesús de ser un impostor.

Fabris explicó a Aleteia que “la tradición cristiana de la tumba vacía nunca fue desmentida en el mundo judío. Sencillamente, se le da una explicación distinta”.

Escándalo para los judíos, increíble para los paganos

La idea de un Mesías resucitado de los muertos era una idea escandalosa e inconcebible en el contexto judío del que provenían los discípulos de Jesús, y no podía derivar de los mitos de muerte y renacimiento de dioses y héroes de la cultura greco-romana.

Para los judíos, pensar en la resurrección del Mesías era un escándalo.

Existía una cierta esperanza de resurrección a final de los tiempos, recogida en algunos profetas (Is 26,19; Dan 12,2-3) y en los Macabeos (libro que los judíos no reconocen como canónico, 2 Mac 7,9-14; 12,44).

Los judíos creían (no todos) en la resurrección de los muertos como destino de todo el pueblo de Dios, quizás de todos los hombres, pero no en la resurrección actual de una persona. Los mismos apóstoles, como judíos devotos, creían que la resurrección sucedería para todos al final de los tiempos.

De hecho, muchos explican la separación del cristianismo respecto del judaísmo pensando que los seguidores de Cristo se habían dejado “contagiar” por mitos paganos, de dioses muertos y resucitados, como Isis y Osiris en Egipto, Adonis y Astarté, Atis y Cibeles en Asia Menor.

Con todo, para un pagano, la idea de la resurrección estaba asociada más bien a un “renacimiento”, no a una vida eterna totalmente distinta, a una “nueva creación”.

Y se reservaba a los seres divinos o semidivinos, no a un hombre “cualquiera” condenado al suplicio más infamante que se podía sufrir en el mundo grecorromano.

 

Este artículo se basa en una de las Q&A de Aleteia realizadas en 2012 por Mirko Testa (responsable de la edición italiana de Aleteia) con la contribución de los biblistas Rinaldo Fabris (ya fallecido, autor entre otras obras del Diccionario Bíblico Histórico-Crítico), Bruno Maggioni y Giuseppe Ghiberti. El original puede leerse (en italiano) aquí

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