Cada generación encarna los valores esenciales de sus padres, pero de manera ostensible y despojados de toda pretensiónA la frecuente pregunta de “¿Por qué hay tantos que parecen apoyar la campaña de Donald Trump por la presidencia de EE.UU.?”…
…he aquí una respuesta parcial: porque representa todo aquello que el público ha sido educado para valorar.
A los seres humanos nos gusta adularnos unos a otros. Con cada nueva generación tendemos a fantasear con que somos valientes pioneros que hemos identificado las fortalezas y los fracasos de la generación que nos precedió y hemos creado un futuro nuevo que es exclusivamente nuestro.
Pero en realidad, eso no es lo que sucede.
Lo que sucede es que todos, más o menos, nos comportamos exactamente de la forma que nos educaron nuestros padres y maestros.
Pensemos en la balada Imagine de John Lennon, de 1971. La consideramos el himno rebelde de una generación en favor de una humanidad nueva y atrevida forjada en los 60. “Imagina que no hubiera religión… ni países… imagina a todo el mundo viviendo la vida en paz”.
El problema es que si ves las series que se emitían en EE.UU. en la década anterior, como Leave it to Beaver y Ozzie and Harriet, descubres que los padres icónicos que criaron a esa audaz generación de los 60… eran personas que nunca mencionaron la religión o el patriotismo y que disfrutaban de una paz despreocupada.
Personas como mi abuelo, un afable ateo que no ponía la bandera estadounidense en su casa, suscrito a la revista Scientific American y que participaba de una fe profunda y duradera en un progreso pacífico obra del ser humano.
Cuando los hijos de estos hombres cantan Imagine, la profunda satisfacción que sienten es en realidad la anticuada complacencia de estar de acuerdo con papá.
Yo fui un niño que se hizo adulto en los 80. Queríamos ser como esos amantes de la libertad y del amor libre, como Bruce Springsteen, que había “nacido para correr” (Born to Run) y Cyndi Lauper, que declaró (cuando era toda una osadía declararlo) que las “chicas sólo quieren pasarlo bien” (Girls Just Want to Have Fun).
Queríamos destacar explícitamente por nuestra singularidad, como Michael Jackson, Billy Idol y Madonna, que es exactamente lo que nuestros padres nos enseñaron a ser.
Leían al Dr. Spock con religiosidad y estaban convencidos de que, por encima de todo, los niños necesitaban libertad y reafirmación, que se les asegurara constantemente que eran “especiales”. Sólo hicimos lo que nos dijeron.
Esta idea se puede aplicar una y otra vez y la teoría parece sostenerse. La generación de los 70 fue la de la experimentación sexual y la del divorcio y nos trajo el duro realismo del cine (Taxi Driver, Deer Hunter [El Cazador], et al.), la música disco y las discotecas y una confianza desesperada en los anticonceptivos y el aborto.
Los trabajadores padres inventaron el concepto del “niño especial que se queda en casa solo”.
En los 90, esos mismos niños escogían las canciones del cantoral que les habían enseñado: “Con las luces apagadas es menos peligroso. Ahora estamos aquí, entretenednos. Me siento estúpido y contagioso; ahora estamos aquí, entretenednos…” (Nirvana, Smells Like Teen Spirit).
Cada generación personifica los valores centrales de sus padres, pero de una forma más ostensible y despojada de pretensiones.
El jurado aún delibera sobre los niños que hemos criado mis camaradas y yo, pero sospecho que el patrón sigue siendo válido.
El surgimiento de los millennials será en gran parte producto de la contribución parental.
Hemos pasado por el movimiento de “sexo seguro”, las fotos de niños perdidos en los cartones de leche y el descubrimiento de que los niños podían resultar heridos en los parques.
Nuestros hijos exigen “espacios seguros” y “avisos de contenido ofensivo” porque los pensamientos de los demás se han convertido en aterradores. Nosotros estuvimos “en el foco de atención, perdiendo mi religión” (R.E.M., Losing My Religion), ahora nuestros hijos siguen nuestra sombra, sin haber tenido nunca una religión que perder.
Los secularistas radicales de hoy en día no son ninguna novedad audaz; son sólo los favoritos de los maestros sobre esteroides.
Así que, ¿quiénes son esos que adoran a Donald Trump? El 38 por ciento tiene entre 18 y 49 años, y exactamente el mismo porcentaje está por encima de los 50 años. Es un tramo intergeneracional: los padres y los hijos que educaron, y representan unas tendencias extendidas durante décadas.
- Trump les insulta y reprende, igual que los “adorables bocazas” de las comedias televisivas, desde Archie Bunker a Al Bundy y Peter Griffin, y como gran parte de la cultura rap.
- Trump está obsesionado con la riqueza y la fama. Igual que nosotros, desde la serie Dallas y los programas sobre las vidas de los famosos de los 80 hasta los de hoy en día, como Duck Dynastyy Keeping up With the Kardashians.
- Trump recurre a la emoción más que a la razón recta, y eso le parece bien a unos padres que lucían lazos de colores y lo llamaban “activismo” y a unos hijos que querían marcos y repisas donde presumir de sus certificados de “participación” y sus trofeos.
¿Por qué están estas personas tan cautivadas por la figura de Trump?, nos preguntamos. Bueno, ¿y por qué diantres no deberían estarlo?
Criados con unos ejemplos de liderazgo tan vulgares y huecos, podríamos imaginar cómo sería la próxima generación, pero mejor no lo hagamos.
Mejor dedicar nuestro tiempo a considerar cómo podríamos cambiar una trayectoria tan perturbadora. A mí me parece que sólo hay un camino: a través de la restauración de la salud familiar.
Así lo entiende el papa Francisco y por eso fomenta los elementos básicos del cristianismo: una vida que rechace los insultos, que busque las bienaventuranzas y una vida de oración sincera.
Muchas familias católicas, gracias a Dios, llevan ya mucho trabajando por esto. Miramos a sus hijos con esperanza desesperada, porque sólo hay una forma de mejorar el futuro: mejorar la familia.