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Papeles en el viento: La difícil historia de amor entre futbol y cine

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Tonio L. Alarcón - publicado el 03/02/16
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Aparenta ser un retrato desde la comedia del mundo del fútbol argentino, pero acaba siendo un edulcorado canto en pos de la amistad

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Por alguna extraña razón, el cine no logra enamorarse del fútbol. Ya no es sólo que se le resista esa gran película (o grandes películas) que tienen otros deportes masivos, que también, sino que no consigue cuajar sobre la pantalla. No transmite, desde la ficción, esa electricidad, esa energía, que se vive frente al terreno de juego. Quizás sea la sencillez de su desarrollo. Quizás le falte cierta épica. O un punto más colorista. La cuestión es que el deporte más popular del mundo –según datos de la FIFA, jugado por unos 250 millones de profesionales y seguido por unos 1.300 millones de personas– apenas ha dejado huella en el séptimo arte, y no tiene visos de hacerlo próximamente.

Desde luego, Papeles en el viento no va a ser el largometraje que cambie dicha situación. Tampoco es que lo pretenda (ni mucho menos), pero podría haber sido una aproximación curiosa, desde un concepto de la comedia cínico si bien no carente de cierta mordiente social, a la realidad del fútbol argentino. El problema es el sentimentalismo que se le escapa entre las grietas del relato a un director, Juan Taratuto, que confunde el amor hacia el balompié con la brocha gruesa emocional –como evidencia esa escena climática que da título al filme, cargada de un irritante esteticismo– y, debido a ello, deja que algunas de las sugerencias argumentales más interesantes de la novela de Eduardo Sacheri que adapta se embarren en la sacarina de la propuesta.

En una de las ideas de guión más punzantes del largometraje, a uno de los protagonistas, El Ruso (Pablo Rago), se le ocurre alterar la posición del jugador que intenta vender junto a sus amigos –de pésimo delantero centro a defensa más bien justito– solamente para dar una mejor imagen de él a posibles compradores.

Precisamente lo que Taratuto (detalle irónico) no logra con su propia obra, que avanza dando tumbos, sea porque no tiene muy claro lo que le quiere contar al público, sea porque no logra dominar los cambios de registro con los que pretende estimularnos el lacrimal. Conocido, sobre todo, por sus incursiones en la comedia, el director argentino cosechó el reconocimiento de la crítica alterando su tono habitual en La reconstrucción, de ahí que en esta ocasión pruebe con una hibridación entre ambas tendencias que, pese a sus esfuerzos, no llega a cuajar.

Pese a ello, es justo reconocer la evolución formal que Taratuto ha logrado imprimirle a su cine desde su ópera prima, la inane No sos vos, soy yo. Excepto los momentos más estilizados de la ficción, el director construye, mano a mano con su director de fotografía, Javier Julia, una puesta en escena que se apoya en el uso del plano secuencia –la mayor parte de veces, prefiere mover la cámara a tener que cambiar de encuadre–, así como en la cámara al hombro y una iluminación realista que le dan al largometraje una textura casi documental.

No es que, a través de esas decisiones narrativas, el director pretenda convertir Papeles en el viento en un retrato verista sobre la realidad argentina, sino más bien retratar, a pie de calle, el contexto deprimido en el que se mueven la mayor parte de sus personajes. Lástima que Taratuto, excepto algún apunte aislado, no incida más en la diferenciación de los extractos sociales de sus principales protagonistas: a partir de ahí, la película podría haber ido más allá de la simple carta de amor al fútbol.

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