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No, la Iglesia no rechaza todas las técnicas de ayuda a la fecundidad

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Toscana Oggi - publicado el 27/01/16

La inseminación artificial de semen recogido en el acto conyugal de la pareja preserva valores humanos

¿La Iglesia es contraria a cualquier forma de fecundación asistida? ¿Cuáles son las condiciones para que una fecundación asistida corresponda a los criterios propuestos por la Iglesia?

Responde el sacerdote Maurizio Faggioni, profesor de Teología Moral en la Facultad Teológica de Italia central.

El amor de los esposos está, por su naturaleza, abierto al don de la vida y el hijo es como la encarnación, en una persona, del “nosotros” conyugal.

Este humano deseo de generar puede quedar frustrado por problemas más o menos graves de fecundidad.

Se estima que en Italia alrededor del 15% de las parejas presenta problemas de infertilidad que dependen del marido y la mujer o de ambos y que en muchos casos resultan inexplicables.

La medicina ayuda a la pareja actuando –cuando es posible– en las causas a través, por ejemplo, de la microcirugía tubaria o la corrección de alteraciones hormonales.

Hay situaciones, sin embargo, en que no se logra encontrar la causa o actuar sobre la causa de la falta de fertilidad. En estos casos, la medicina moderna ofrece la posibilidad de recurrir a técnicas de ayuda de la fecundidad generalmente conocidas como técnicas de fecundación artificial.

Los primeros intentos se hicieron a finales del siglo XVIII, pero se volvieron cada vez más frecuentes en la segunda mitad del siglo XIX, tanto que provocó una intervención del Santo Oficio que, en 1897, declaró ilícito el recurso a la fecundación artificial.

La actitud negativa de la moral católica fue confirmada y precisada por Pío XII, sobre todo en un discurso a los médicos en 1949 en que reafirmaba la inaceptabilidad de las técnicas de fecundación artificial.

Al mismo tiempo, el gran pontífice afirmaba que este juicio negativo no concernía algunos “medios artificiales” que permiten al acto conyugal dar origen a una nueva vida.

En esencia, la moral católica acepta los medios biomédicos que ayudan a una fecundidad imperfecta poniéndose de tal manera al servicio del amor de los esposos y la vida naciente.

Los principios éticos fundamentales para valorar la aceptabilidad de un cierto procedimiento –enunciados en diversos documentos como Donum vitae del 1987, Evangelium vitae del 1995 y Dignitas personae del 2009– son esencialmente dos.

El primero es la relación entre la generación del hijo y el contexto del amor conyugal y los gestos que lo expresan; el segundo es la afirmación de la dignidad y la inviolabilidad de la vida humana desde su concepción.

A partir de estos valores irrenunciables de la procreación humana, deben ser juzgadas las diversas técnicas y situaciones.

En esta perspectiva resultan inaceptables todas las técnicas de tipo heterólogo, que prevén recurrir a los gametos de donadores y donadoras: es verdad que el hijo es deseado y acogido por la pareja, pero sus raíces personales están fuera de la pareja y esto es una herida al matrimonio y al derecho del hijo a nacer del matrimonio.

También es ilícita la maternidad subrogada gestacional en que una mujer lleva en el vientre al hijo de una pareja con el compromiso de entregarlo al mandante tras el nacimiento: hay una fragmentación de la figura materna y un uso instrumental del cuerpo de la mujer.

Se excluyen igualmente las técnicas extracorporales que, como la FIVET y la ICSI, prevén la concepción in vitro: éstas separan la concepción del acto conyugal, hacen surgir la vida fuera del contexto humano del cuerpo de la mujer y exponen a los embriones concebidos a la eugenesia, a la manipulación, a la dispersión.

En cambio, son aceptadas en línea de principio las técnicas que se configuran como una ayuda al acto conyugal y que conservan el vínculo antropológico entre el amor conyugal y la transmisión de la vida.

Entre las intra-corporales la más usada permanece la tradicional inseminación artificial, obviamente en la forma homóloga, es decir, dentro de la pareja.

El objetivo de la sensibilidad antropológica de la moral católica pide que el semen provenga de un acto conyugal y sea recogido con el adecuado condón, más que de un acto de manipulación de los genitales: el hijo tiene derecho a nacer de un gesto de amor de los padres, expresión de su unión y de su deseo de ser padres.

Respecto a la amplia gama de propuestas técnicamente disponibles, la Iglesia considera aceptables sólo algunas técnicas de ayuda a la fecundidad y la razón última de esta denegación es la tutela de valores humanos muy significativos.

Para los esposos buscar superar la infertilidad de pareja responde a un sentido de responsabilidad en relación con la propia llamada a donar la vida, pero ellos deben también recordar que su amor puede y debe demostrarse fecundo a través de un múltiple servicio a la vida.

La pareja, finalmente, puede abrirse a la adopción que representa una modalidad diferente, pero auténtica bienvenida, con su amor y su vida.

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