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Spencer: la primera cerveza trapense del “nuevo mundo”

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Daniel Esparza - publicado el 24/01/16

En medio de la vorágine de las cervezas artesanales, los maestros originales del oficio comienzan a dictar cátedra en América

Un nuevo destino se añade a la lista de los catadores de cerveza. Si bien la clásica ruta cervecera está bien trazada desde hace siglos sobre una línea que atraviesa unos muy selectos destinos europeos tradicionales –Bavaria y Bélgica indiscutiblemente a la cabeza-, las microbreweries –cervecerías locales con una producción que oscila entre lo artesanal y los niveles propios de una pequeña o mediana industria- se han multiplicado en los Estados Unidos en proporciones nunca antes vistas, y han impulsado una economía paralela de la cata de cerveza que invita a los aficionados al lúpulo y las maltas a viajar a lo ancho del país, de la Costa Oeste hasta Nueva Inglaterra.

Pero no ha sido sino hasta el 10 de diciembre 2013 cuando, a unos 97 kilómetros de Boston, la más esperada de las Mecas de la cerveza estadounidense ha abierto sus puertas: la Abadía de San José de Spencer ha recibido, finalmente, la certificación de la Asociación Trapense Internacional, convirtiéndose así en la primera cervecería trapense de los Estados Unidos.

Mantener un monasterio con mermeladas y cerveza

La historia de San José, sin embargo, es obviamente más larga: comienza en 1811. Huyendo de la violencia de la Revolución Francesa, un grupo de monjes de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia fue enviado de Francia a América del Norte con la esperanza de fundar un monasterio. Eventualmente, el primer monasterio construido en Nova Scotia en 1811 fue arrasado por el fuego. La misma suerte correría el nuevo monasterio de Rhode Island, asolado por tres incendios en apenas cincuenta años.

Sin techo sobre las cabezas y sin posibilidades de mantenerse con su propia labor manual –como establece la milenaria Regla de San Benito- los monjes terminaron entonces mudándose en 1950 a una propiedad recientemente adquirida en Spencer, Massachusetts, en la que, para poder comenzar a generar ingresos propios, se dedicaron a vender mermelada de menta hecha con hierbas sembradas en el jardín del monasterio. La mermelada se hizo tan popular que hoy día las “conservas trapenses” (como comúnmente se les conoce) vienen en más de treinta sabores.

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Si bien la clásica ruta cervecera está bien trazada desde hace siglos sobre una línea que atraviesa unos muy selectos destinos europeos tradicionales –Bavaria y Bélgica indiscutiblemente a la cabeza-, las microbreweries –cervecerías locales con una producción que oscila entre lo artesanal y los niveles propios de una pequeña o mediana industria- se han multiplicado en los Estados Unidos en proporciones nunca antes vistas

Sin embargo, los visitantes de San José de Spencer ya no acuden al pórtico de la Abadía exclusivamente en busca del dulzor de las mermeladas y jaleas. Por el contrario, persiguen el amargor propio de la Patersbier –“La cerveza de los Padres”, en flamenco-, una ale dorada con ciertos acentos frutales, sin filtrar y sin pasteurizar, hecha con sólo cuatro ingredientes, y que es la primera cerveza producida y certificada como un auténtico producto trapense fuera de Europa.

Es una cerveza ligera, “de refectorio” –esto es, pensada para acompañar la dieta monástica, casi exclusivamente vegetariana-, con un contenido alcohólico que dista mucho del de sus pares europeos, tanto más fuertes que la estadounidense.

¿Por qué ahora y no antes?

Si bien es cierto que la producción de cerveza forma parte de la tradición trapense desde el siglo XVII, también lo es que otros monasterios de la Orden han sabido mantenerse produciendo desde queso hasta ataúdes ¿Por qué los monjes de Spencer han decidido dedicarse a la producción de cerveza justo ahora? El debate a propósito de iniciar una cervecería, cuentan los monjes, tomó más de diez años.

La respuesta, lamentablemente, no es tan feliz como quisiéramos, y tiene muy poco que ver con las dificultades propias de una empresa de semejante envergadura.

Es cierto que los Estados Unidos, al ser un país mayoritariamente protestante, y que aún hoy alberga ciertos visos de anti-romanismo, siempre ha visto con sospecha el hecho de que los monjes produjesen cerveza. Ni siquiera la copiosa inmigración alemana, irlandesa e italiana de los siglos dieciocho, diecinueve y veinte logró preparar un ambiente lo suficientemente tolerante como para que los monjes trapenses de la Abadía de Gethsemaní, en Kentucky –donde profesó y vivió el célebre Thomas Merton- pudiesen combinar la producción de queso con la de cerveza.

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Los visitantes de San José de Spencer ya no acuden al pórtico de la Abadía exclusivamente en busca del dulzor de las mermeladas y jaleas. Por el contrario, persiguen el amargor propio de la Patersbier

La enfermería de la Abadía de San José de Spencer, con capacidad para doce monjes, pasa la mayor parte del tiempo llena. Los costos de manutención de los monjes más ancianos (el mayor miembro de la comunidad tiene 99 años, a la fecha) se han hecho insostenibles, debido al aumento de los precios de los servicios médicos en los Estados Unidos. Esta situación ha forzado a los monjes a buscar nuevas formas de multiplicar sus ingresos para mantener tanto la propia comunidad monástica como las obras de caridad que se alimentan de la actividad de la Abadía.

Considerando que la edad promedio de los habitantes del monasterio ronda los setenta años, y después de numerosos tours alrededor de varias abadías trapenses europeas, los monjes de Spencer decidieron hacer el esfuerzo de montar una cervecería lo más automatizada posible, que exigiese de los monjes más ancianos el mínimo necesario posible de trabajo manual.

Como declaró el Padre Isaac Kelley a Reuters, “a los monjes no nos gusta, realmente, el cambio. Pero cuando comenzamos a quedarnos sin opciones para fuentes de ingreso, también comenzamos a escuchar”. Esta escucha se tradujo ya en un éxito de ventas inesperado entre los distribuidores en Massachusetts, Maine y Rhode Island. A este ritmo, la meta de producción y venta de 1.200.000 litros de cerveza anuales luce menos como un milagro y más como un brindis al alcance de quien visite la Abadía, bien en calidad de huésped –para algún retiro espiritual- o de transeúnte. Como bien diría Chesterton, “en el catolicismo, la pipa, la pinta de cerveza y la Biblia pueden ir juntas”.

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