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Salvados por el Cielo: siete meses escondidos en el desván para huir de los nazis

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Marinella Bandini - publicado el 24/01/16
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Emparedados vivos en la Iglesia de San Joaquín: El único contacto con el exterior era el rosetón.

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“Emparedados vivos”. Un escrito en el muro y una fecha: 3 de noviembre de 1943.

Comenzó ese día la aventura de algunos hombres – judíos, desertores, prófugos – para huir de los alemanes que ocupaban Roma. Una historia que permaneció escondida durante 40 años, y que salió a la luz gracias a Ezio Marcelli, sacerdote de la comunidad redentorista presente desde entonces en la Iglesia de San Joaquín en Prati, donde se llevó a cabo este acontecimiento.

Después del armisticio del 8 de septiembre, la situación era candente; iglesias y conventos no estuvieron exentos de las incursiones de los alemanes. También para los padres redentoristas fue muy arriesgado continuar protegiendo a judíos y fugitivos en los lugares anexos a la iglesia: el teatro e incluso las habitaciones del convento.

En los libros de las crónicas de la comunidad, se lee – con fecha del 24 de octubre de 1943 – que “toda la comunidad está reunida en consulta para decidir sobre temas delicados”. Se trataba de establecer la suerte de esos “huéspedes”. Los sacerdotes decidieron correrlos, pero la historia fue diferente.

Cuenta el sacerdote Ezio: “La decisión fue tomada por el ingeniero Pietro Lestini, que era también asistente del AC. Dijo: quien quiera estar con nosotros debe seguirnos a un edificio anexo en el campo. Todos aceptaron”, pero el anexo no era otra cosa que el desván de la iglesia, determinado como refugio seguro.

Es ahí que esos jóvenes – el más grande tenía 35 años – aceptaron ser emparedados, “desapareciendo” del panorama. Y cuando se puso el último ladrillo, que los habría separado del mundo por un tiempo indefinido, el más joven, apenas un muchachito, se desmayó.

Tan sólo después de los hechos fueron informados tres sacerdotes de la comunidad, que luego se implicaron en la asistencia de los escondidos.

Entre ellos estaba el superior, el sacerdote Antonio Dressino. Protagonista indiscutible fue sor Margherita Bérnes, de las Hijas de la Caridad, cuya casa estaba frente a la iglesia: fue ella quien cocinaba cada día para los “habitantes” del desván (era una treintena en total entre los que iban y venían).

Entre ellos, al menos tres judíos: los hermanos Finzi y Leopoldo Moscati. Por haber contribuido a su salvación el sacerdote Dressino, sor Margherita, Lestini y la hija Giuliana (que hacía de “cartera” entre los refugiados y las familias) fueron condecorados con la distinción de “Justo entre las Naciones”.

Pasaron siete meses, hasta el 7 de junio de 1944. La única vía de comunicación con el exterior era la ventana del rosetón, desde la que pasaban comida e incluso personas, a través de un sistema de polea rudimentaria pero bien hecha. Alguien se sintió mal y lo sacaron para tomar aire, algún otro salió por compromisos particulares: para recuperar documentos, por el nacimiento del hijo o para ir a visitar al papá al hospital.

Y “la noche de Navidad del ’43 – cuenta Ezio – salió del desván incluso un sacerdote, que los refugiados recordarán durante toda la vida. Ahí se celebraron tres misas – una noche inolvidable”. En el desván se vivía, de hecho, de noche, cuando la iglesia estaba cerrada, para evitar que se oyeran voces y ruidos.

El único problema (sobretodo para pasar la comida por la ventana) era cuando la luna iluminaba demasiado la fachada de la iglesia… era necesario esperar para poder subir o bajar sin ser vistos. La vida se desarrolló en una pasarela de tablones de madera, de dos metros de ancho, que se extendían alrededor del desván. Pero el centro era inhabitable, debido a que la cubierta de la bóveda no soportaba el peso de las personas.

Los refugiados en el desván no perdieron el ánimo y se pusieron en marcha enseguida, no sólo para sobrevivir, sino para pasar el tiempo lo mejor posible. Se comenzó enseguida: el 4 de noviembre se convocó el campeonato del tressette, desde el 5 de noviembre comenzó el servicio postal. Llegó algún periódico y también el juego “Crox”, una especie de crucigrama de mesa.

El equipo era muy variado en edad, procedencia geográfica y pertenencia política. Los rostros de algunos quedaron inmortalizados en los dibujos de uno de ellos, Luigi De Simone.

El subteniente Franco Papini está pintado mientras cuenta su historia, a la luz de las velas. Fue él quien tenía también un diario de esos días, en que se encontraron informaciones muy valiosas. El coronel, en realidad subteniente de infantería Clemente Gonfalone, era el más miedoso.

Es él quien rezaba el rosario y las oraciones. Prometió incluso hacerse sacerdote y, de hecho, fue así. Carlo Prosperi, apodado “Ercolino” o “Porchetta”, fue protagonista de una escena memorable, contada el día de Navidad, en el papel de enfermera. Pero “lo más importante – cuenta Ezio – fue esa comunión que se había creado entre ellos. Aquí dentro nació una comunión de afecto y acción”.

La parroquia de San Joaquín en Prati ha sido reconocida como “Casa de vida” por la Fundación Internacional Raoul Wallenberg (http://www.raoulwallenberg.net). La ceremonia de entrega e instalación de la placa está prevista en breve.

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