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Lo que dan de sí 105 años, 88 de vida religiosa: “Mucha gratitud a Dios”

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Alfa y Omega - publicado el 23/01/16
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Las aventuras “evangélicas” de la Hermana Leonildia, Guerra Civil Española, Revolución de Cuba, EEUU, Puerto Rico, Venezuela y actualmente en EspañaLa hermana Leonilda cumplió 105 años el pasado 16 de diciembre. Hablando con ella nos damos cuenta de que es una mujer adelantada a su tiempo que ha vivido al límite por el Evangelio. Tiene la cabeza totalmente lúcida, recuerda nombres, fechas, detalles y aún camina con un bastón. Es leonesa y en su familia fueron 8 hermanos, de ellos cinco religiosas en la misma Congregación, Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón. Ahora, junto a su hermana pequeña, que tiene 88 años, está en la comunidad que esta Congregación tiene en Badajoz

¿A qué edad entró en el convento?

A los 17 años.

En su congregación, además de usted, hubo otras 4 hermanas de sangre suyas, ¿no es así?

Yo fui la segunda en entrar, después vinieron otras, hasta 5. Éramos una familia numerosa de 8 hermanos, 3 se casaron y cinco fuimos religiosas en las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús. De todos quedamos yo y Pilar, la más pequeña de la familia, que siguió el ejemplo de las mayores y hoy estamos las dos aquí, en Badajoz.

Su vida religiosa ha superado muchas pruebas, empezando por la Guerra Civil

Con la Guerra Civil pasamos mucho. Estuvieron a punto de fusilarme junto a mis hermanas de comunidad. Entraron en el convento y el colegio que teníamos en Madrid y nos pusieron contra la pared. Un miliciano preguntó si nos fusilaban y otro dijo que esperara, que iría a consultar. Regresó diciendo que no había órdenes de fusilar mujeres, así que huimos, cuando llegamos a la plaza de Manuel Becerra vimos el humo; habían quemado el colegio y el convento. Teníamos muchos materiales educativos para los niños. No quedó nada.

Terminó la guerra y se metió en otro lío: Cuba

Sí. Allí me tocó vivir la entrada de Fidel Castro a primeros del 59. Lo que pasó después ya lo conocéis.

En Cuba fue protagonista de un hecho histórico para su congregación. Cuéntenos

La Madre Fundadora, Isabel de Larrañaga, fue a Cuba antes de la Independencia. En la isla había una epidemia y ella dijo que donde sufrían sus hermanas allí tenía que estar ella, la Madre enfermó y murió allí.

Una noche, cuando Fidel hablaba por radio a la multitud, dijo que iba a convertir el cementerio en el que estaba nuestra fundadora en un campo de fútbol, porque el cementerio estaba bastante céntrico en La Habana, y que el cementerio lo llevaba a otro lugar. Al día siguiente estaba llenito de gente que iban a buscar a sus difuntos, también nosotras, que estábamos en la misma situación respecto a muchas hermanas, entre ellas nuestra Madre Fundadora.

Después de muchos requisitos que tuvimos que cumplir, nos dieron permiso para traerla a España. Cuando llegamos con la caja al aeropuerto nos dijeron que tenían que ver lo que iba en la caja, a pesar de las actas y el sellado. Así que nos tuvimos que volver para atrás, para el cementerio porque no teníamos dónde ir, ya que nos habían echado de nuestra casa.

Tuvimos que reunir nuevamente a cerrajeros, carpinteros, sacerdotes de la Nunciatura, autoridades sanitarias, el obispo de la Habana… y volver al aeropuerto pensando en abrir la caja, pero después de todo el lío el jefe que estaba allí dijo: “si estas mujeres dicen que ahí van solamente los restos de su fundadora, yo las creo. Todos ustedes sobran aquí”. Aquello fue vergonzosísimo, corrimos con la caja para el avión y sus restos reposan en Madrid, junto a otras dos hermanas mártires de la Guerra Civil. Hay otras tres cuyos cadáveres no encontramos nunca.

Su vida religiosa continúo luego en Estados Unidos, ¿no?

En cuanto los restos de la Fundadora salieron para España yo salí para Estados Unidos. Estuve en Cincinnati un año y pico con otras dos hermanas tratando de aprender las técnicas de enseñanza de los Estados Unidos para aplicarlas en nuestros colegios, porque queríamos quedarnos allí. Por fin nos dieron una escuela parroquial y nos pudimos quedar.

Estuve 13 años y después me marché para Puerto Rico, donde estuve 14 años en Nuestra Señora del Pilar de Canóvanas.

Unas hermanas habían comprado un terreno y lo teníamos sin nada así que asumí la empresa de construir allí un colegio a base de trabajar poco a poco. Hoy está muy floreciente, gracias a Dios, con muchos alumnos y buenas instalaciones. Dejamos colegio y sagrario, fue una riqueza para Puerto Rico. Era un lugar muy abandonado y hoy hay muchas casas ya alrededor del colegio.

Otro lugar en el que ha servido al Evangelio fue Venezuela. Fueron varias veces, ¿no?

Estuve dos veces a visitar a las hermanas por orden de la Madre General y otra más para recoger a una hermana que estaba enferma en un lugar muy peligroso, en Aroa, un lugar de misión en el que no había médico ni hospital. Me pidieron que me la llevara a Puerto Rico.

También estuve un par de veces en la República Dominicana, en Santo Domingo, por obras de caridad y para asistir a la visita del Papa, que celebraba su primera misa en Santo Domingo y fuimos religiosos y religiosas de Puerto Rico para acompañarlo.

Por último a España, ¿Cuando regresó definitivamente?

En el año 81. Estuve en Salamanca hasta que cumplí los 100 años y luego me mandaron a Badajoz.
Estando ya de vuelta a España aún salí un par de veces a Roma, la primera en una peregrinación y la segunda para asistir a la beatificación de las hermanas que habían asesinado en la guerra civil y me tocó llevar las reliquias al altar mayor, un orgullo muy grande para mí. La Madre General me pidió que llevara las reliquias y eso me llenó de gozo y alegría.

Ha sido una vida plena y llena de «aventuras» por el Evangelio

Cuando miro para atrás me sale mucha gratitud a Dios. Ha sido una vida pobre y larga pero gracias a Dios tuve oportunidad de hacer mucho bien en el mundo y eso me llena de consuelo y alegría. Mucho bien a los niños, mucho bien a los padres y mucho bien a mi Congregación, que quiero y aprecio muchísimo, las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús, que me recibieron cuando tenía 17 años y con las que he estado hasta ahora gracias a Dios, que me dio tantas bendiciones en la vida y me ayudó tanto en situaciones bien difíciles. He cruzado la vida en situaciones muy agradables y también en otras muy difíciles, muy difíciles, pero gracias a Dios, creo que todo ha sido para su gloria y bien de las personas que me han rodeado toda la vida.

Juan José Montes / Archidiócesis de Mérida-Badajoz

Artículo originalmente publicado por Alfa y Omega

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