Una relectura del clásico de Thomas Mann, “La montaña mágica”
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Tras su merecidísimo Oscar en 2014 a la mejor película de habla no inglesa con La Gran Belleza (2013), Sorrentino vuelve a las salas con La juventud (2016), con un reparto trufado de actores veteranos, y no tanto, del Star System, como Michael Caine, Harvey Keitel, Jane Fonda o Rachel Weisz, además de la Miss Universo Madalina Diana Ghenea, que, como se puede apreciar ya en el tráiler de la película, se convierte en seria aspirante al trono de la mítica Monica Belluci.
En mi opinión, el nuevo filme no llega a las cotas alcanzadas previamente. Pese a conservar ese preciosismo digital que ya abundaba en La Gran Belleza y esa extraña contemporaneidad de cine onírico, que en esta ocasión no es sólo cercano al Fellini de La Dolce Vita (1960) sino también al Visconti de La muerte en Venecia (1971) y al Nikita Michalkov de Ojos Negros (1987), La juventud carece de ese sutil ingrediente que permitía que toda esa colección fragmentaria de escenas y de fotografías perfectas pudiese ser montada en la cabeza del espectador como una especie de memorias del periodista y escritor Jep Gambardella. En su laureado largometraje combinaba un arriesgado y poco comercial estilo dionisíaco, que recordaba a los delirios formales de Passolini, con un ligero aditamento del más tradicional, por norteamericano, cine narrativo, que facilitaba el trabajo interpretativo del público.
A pesar de todo, en La Juventud hay mucho de lo mejor de Sorrentino. Sucede mayormente en un hotel de lujo en los Alpes suizos. Allí veranean celebrities: Miss Universo, Maradona, guionistas, representantes de la Reina de Inglaterra, monjes tibetanos que levitan, actores acídicos, músicos que elaboran lutos, niñas ricas, parejas millonarias, etc.
Comparten espacio con los empleados oficiales o no del hotel: la deliciosa masajista Lolita con ortodoncia que prefiere tocar que hablar porque nunca ha tenido nada que decir, el alpinista entrañable que da clases de escalada y cuyo hábitat natural son las alturas, las camareras que protagonizan un Degàs mientras se cambian en los vestuarios inundados por la luz, la prostituta menor de edad que es acompañada cada día por su aniquilada madre a las inmediaciones del hotel, el médico filósofo con voz de fumador, etc.
El hotel se convierte en un panteón de nuestra época, en una especie de Montaña Mágica de Thomas Mann, donde el tiempo se ha detenido convirtiéndose en rutina para que emerja lo eterno. Los diálogos son beckettianos, el hieratismo es ubicuo, los diálogos mínimos, las panorámicas monstruosamente sublimes y fulgurantemente bellas, la realidad se sumerge en los sueños como los huéspedes del balneario en las piscinas, etc.
Todo en ese escenario se confabula para despertar en quien atiende al ballet de imágenes la pregunta por el sentido del tiempo que se nos da vivir. Los artistas, heridos por la juventud del servicio y la radiante beldad del entorno, intenta responder a la herida de la vida. Mick Boyle, el cineasta que interpreta Keitel, se lo dice a uno de sus discípulos en un mirador: la vejez te hace ver el pasado, por eso las cosas cotidianas te parecen lejanas; la juventud te hace ver el futuro, por eso lo que está lejos está tan cerca.
Fred Ballinger, el músico encarnado por Caine, se niega a vivir porque está llorando la ausencia de su mujer y procura la levedad de mantenerse a suficiente distancia de la realidad y de los sentimientos que esta procura. Lena Ballinger (Rachel Weisz), hija y secretaria personal de Fred Ballinger, intenta sobreponerse a la fuga de su marido con una cantante pop que es mejor que ella en la cama. Jimmy Tree (Paul Dano) es un actor que intenta encontrarse a sí mismo más allá del papel que lo ha llevado a la fama. Maradona está enfermo, obeso y envejecido, y se limita a esperar la muerte sabiendo que cuando muera seguirá siendo un Dios posmoderno. Etc.
El resultado es una galería de personajes en plena búsqueda, peregrinos no en el tiempo, sino en un espacio fotográfico diáfano y saturado y liso. Así, Sorrentino consigue que el espectáculo, paradójicamente, se convierta en nouménico, en esencia del mundo. Y su nueva película se transmuta en un magnífico anuncio de dos horas de duración, en la fehaciente demostración de que Byung-Chul Han se equivoca cuando afirma que la estética digital de lo liso se opone a la negatividad y a la hermenéutica, llevando la mirada a la simplificación binaria, mercantil y pornográfica de la existencia.
Por todo esto, La juventud sería un buen anuncio de Apple, porque Sorrentino ha sido capaz de hacer metafísica con un iPhone6S.