No tengo no oro ni mirra ni incienso para darle al pequeño Jesús, pero encontré algo mejor. Lo descubrí en la Biblia. Fue increíble: «Id y aprended lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificios; pues no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores». (Mt 9, 13)
«Misericordia quiero»… Un amigo reflexionó en estas palabras y salió una noche tratando de descubrir su significado. Fue a un barrio donde las prostitutas se paran cada noche. Y se detuvo a conversar con cada una. Sencillamente les decía: «Dios te ama», y les obsequiaba un libro sobre el perdón y la misericordia de Dios.
Casi al final de su recorrido, pasó lo inesperado. Se acercó a una mujer mayor que se ocultaba en la oscuridad.
«Dios te ama», le dijo mi amigo sonriéndole. La mujer sorprendida, se acercó a él y cuando lo vio rompió a llorar.
«¿Dios me ama?», preguntaba entre sollozos sin poder contenerse… «¿A pesar de lo que soy?».
«Sí, Dios te ama».
Hoy haré mi mejor esfuerzo para no juzgar a nadie, ni pensar mal de otro.
Seré misericordioso y llevaré una palabra de consuelo a los que encuentre en el camino.