¡Cuentan los anales de la orden de Santo Domingo que hallándose Santo Tomás de Aquino en su celda, en el convento de San Jaime, encorvado sobre oscuros manuscritos medievales, entró de repente un fraile juguetón gritando escandalosamente:
– ¡Hermano Tomás, acabo de ver a un buey volador!
Tranquilamente el gran doctor de la iglesia se levantó del banco, dejo la celda, y dirigiéndose hacia el atrio del monasterio se puso a mirar el cielo con la mano puesta sobre los ojos fatigados por el estudio. Al verlo así el fraile jovial se puso a reír ruidosamente.
– Hermano Tomás ¿entonces eres tan crédulo que creíste que un buey podría volar?
– ¿Por qué no, amigo mío? – respondió el santo.
Y con la misma sencillez, flor de sabiduría, dijo:
– Preferiría admitir que un buey volara a creer que un religioso pudiera mentir.
Relato recopilado por Malba Tahan en “Leyendas del Cielo y de la Tierra”.