Una parábola galáctica en la que el pródigo es el padre
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Sí. Nuevamente, los caballeros Jedi conquistan el mundo. De ellos parecen ser estas Navidades. El estreno de la séptima entrega de Star Wars ha resucitado en las históricas generaciones de fans la intensidad de la Fuerza, y ha suscitado en sus hijos, y acaso algún nieto, una nueva generación de seguidores. Todo antes del estreno, acompañado de una batería de trailers y el apoyo de Google y Disney, nada menos.
Entre los beneficios que esta intensa campaña tiene para quienes alguna vez han soñado con tener un sable laser para llevar paz a la tierra, es la periodicidad con las que las señales de tv por cable reiteran los distintos episodios de la saga creada por George Lucas. Son las primeras tres películas, esas responsables del éxito de esta fábula, las que nos vinculan con una forma especial de misericordia a las puertas de este Año Santo, en una galaxia muy muy lejana.
“Yo, soy tu padre Luke” inmortaliza Vader, mientras ataca a su hijo convencido de que el miedo llevará a que se una al lado oscuro. “Es imposible”, grita desgarrando la pantalla el personaje encarnado por Mark Hamill. La tensión se interrumpe por un segundo cuando el joven Skywalker cierra los ojos, piensa, y se deja caer al aparente vacío.
Luke sobrevive, regresa con sus amigos, completa su entrenamiento junto al Maestro Yoda, y comprende que para convertirse finalmente en caballero Jedi, la única alternativa es enfrentar a su padre. Pero incluso contra la advertencia de sus Maestros, ya en una suerte de más allá muy presente, no busca darle muerte.
Así viaja Luke al encuentro de su padre. Se entrega a él, y este lo lleva al Emperador, quien intenta endulzar al joven Skywalker como hizo con su padre Vader. Primero con poder, luego con miedo. “El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento”, había advertido años atrás el Maestro Yoda.
Luke domina su miedo y el odio, resiste el sufrimiento, y mientras recibe un feroz ataque del Emperador, Darth Vader pasa por última vez de lado y le salva la vida. En el camino recibe heridas mortales, pero se reconcilia con su hijo, y le agradece por no haber perdido la fe en él.
En la parábola del hijo pródigo el hijo se aleja del padre, deambula perdiendo las fortunas legadas, y regresa. En la historia de los Skywalkers el caso es al revés. Es el padre el que se aleja, es el padre el que hace sufrir al hijo, y es el padre el que regresa para encontrar a su hijo con los brazos abiertos. Un hijo con la templanza suficiente para no tener sentimientos de venganza, sino más bien de alegría por saber que el corazón de su padre descansará en paz.
No fue ni el poder ni el sable. La nobleza de Luke, su esperanza en el regreso de su padre, salvó a Anakin/Vader.