Hay tiempos de calma y tiempos de urgencia, tiempos de escasez y otros de abundancia,… eduquémonos para vivirlos bien todos
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Me inclino a pensar que no todos los tiempos son iguales. Hay tiempos de calma y tiempos de urgencia. Tiempos de tempestad, muy revueltos y tiempos de sosiego en los que el alma descansa.
Tiempos en los que sólo podemos esperar sin hacer nada y tiempos en los que hay que actuar con decisión para que la vida no se me escape de las manos. Tiempos para escuchar y otros tiempos para hablar.
Tiempos para vivir y tiempos para morir un poco, para perder y volver a empezar. Hay tiempos para las risas y tiempo para el llanto.
No lo sé, pero creo que tengo que educarme para saber vivir bien todos los tiempos. En la escasez y en la abundancia. En el éxito y en el olvido. En el amor y el desamor.
Si no me educo para lo bueno y para lo malo me convertiré en un niño malcriado que sólo quiere que se cumpla su voluntad, a tiempo y a destiempo, cuando lo desea. Educarme para la vida supone saber gestionar muy bien mi alma.
Enfrentarme con paz a lo que ocurre. Sin prisas, sin impaciencia. Aceptar las contrariedades con sonrisas y mirar con optimismo lo que viene. Sin ese miedo esquivo que paraliza. Sin querer vivir otra vida u otros tiempos.
Pienso que vivimos hoy tiempos de cambios. No sé si más o menos que antes. No importa. Pero sé que son tiempos de luchas y tensiones. Tiempos en los que ser cristiano no es un camino fácil. Tal vez nunca lo ha sido. Tiempos de mártires, de radicalidad y tiempos de luz entre las sombras.
Decía el Padre José Kentenich: “Hay situaciones en las cuales no existe otra salida, tiempos en los cuales cada cristiano o es un héroe o no puede seguir siendo más cristiano”[1].
Un héroe, un mártir, un apasionado de la vida y de Dios. Un enamorado de lo humano y de lo divino. Un héroe que no se paraliza en las encrucijadas de la vida. Héroe o nada. Héroe o villano. No me conformo con menos.
Podría hacerlo, dejarme llevar, acomodarme, pero no estoy dispuesto. Vivo tiempos llenos de gracia, de presencia de Dios y el desafío es grande. ¿Qué estoy haciendo con mi presente? ¿Cómo me doy por entero allí donde Dios pide mi sí que quiere ser eterno? ¿Qué hago con los talentos que Dios me ha dado?
[1] J. Kentenich, Niños ante Dios