¿Dónde está esa persona en la que la interioridad y la acción van íntimamente unidas?
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El otro día leía cómo hay dos formas de enfrentar la vida a la hora de tomar decisiones.
Hay personas más extrovertidas que se muestran muy decididas a la hora de actuar. La autora del libro afirma que esta forma es la más valorada: “Vivimos con un sistema de valores que yo llamo el Ideal de Extroversión. El extrovertido prefiere la acción a la contemplación, tomar riesgos en vez de prestar atención, la certeza antes que la duda. Favorece las decisiones rápidas, incluso a riesgo de equivocarse”[1].
Ese tipo de personas tiene más éxito social, logra más cosas. Parece como el ideal a seguir. Y, ¿qué ocurre si uno por su carácter es más introvertido?
“Muchos introvertidos son ‘altamente sensibles’. Si eres del tipo sensible, eres más apto que la persona promedio para sentirte placenteramente abrumado por la ‘Sonata a la luz de la luna’ de Beethoven, o una frase bien escrita o un acto de bondad extraordinaria. Puedes ser más rápido que otros para sentirte enfermo por la violencia y la fealdad, y probablemente tienes una conciencia muy fuerte. Cuando eras un niño, probablemente te llamaban ‘tímido’, y hasta este día, te sientes nervioso cuando estás siendo evaluado, cuando das un discurso o en una primera cita”[2].
El introvertido tiene más dificultades en la acción rápida. Corre el riesgo de dejar pasar oportunidades en la vida. Pero tiene una gran sensibilidad y se detiene en lo importante.
¿Dónde me sitúo? ¿Me acepto como soy? Hoy parece que lo más valorado es la acción, el éxito y los logros. Podemos caer en la tentación de condenar al que no actúa sin conocer lo que realmente sucede en su corazón.
Damos tanta importancia a los actos, que dejamos de tomar en cuenta las intenciones. Los hechos incuestionables, los logros medibles, nos parecen más valiosos. Lo que sucede en el corazón se nos escapa, porque no lo vemos.
Por eso creo que el ideal en esta vida no es simplemente actuar y lograr cosas. Porque podemos llegar a vivir de forma excesivamente extrovertida la vida, volcados hacia el exterior, sin profundidad.
Si perdemos la interioridad, nuestra motivación interior, el fuego que mueve nuestros actos, perdemos lo más importante. Actos sin corazón, actos sin hondura.
Actuar por actuar no tiene tanto valor. Soñar y amar pero sin plasmarlo en hechos, puede parecernos una pérdida. ¿Dónde está el término medio? ¿Dónde está ese hombre en el que la interioridad y la acción van íntimamente unidas?
Un hombre que piensa lo que va a hacer en la profundidad de su corazón. Ama lo que piensa. Sueña con grandes metas y realiza lo que desea. Un hombre que se conmueve y emociona ante la vida, ante el sufrimiento de los hombres, que deja una fuerte impresión en su alma.
¿Cómo educarnos en nuestra extroversión para pensar mejor las cosas, para meditar con calma antes de actuar, para tener un rico mundo interior, hondo y cuidado?
¿Cómo educarnos para convertir en obras lo que sentimos y vivimos en nuestro interior, para plasmar el entorno en el que vivimos y no quedarnos con la sensación de haber dejado pasar la oportunidad de actuar?
El equilibrio es el sueño del corazón. Sabemos que esa armonía perfecta sólo tendrá lugar en el cielo. Mientras tanto caminamos y asumimos el desequilibrio en el que vivimos. Aprendemos a vivir en tensión. Tenemos que conocernos y aceptarnos como somos. Aceptar si somos más introvertidos o más extrovertidos. Querernos como somos. Y construir a partir de nuestra verdad.
[1] Susan Cain, El poder de la introversión
[2] Susan Cain, El poder de la introversión