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1Sé humilde
No confundas humildad con indecisión. Para el mundo de hoy, creer que algo es verdad significa ser arrogante; compartir la fe significa ser grosero. La búsqueda de la verdad se ve rápidamente ante acusaciones ad hominem sobre el tono de tu voz, tus motivos, tu miedo inconsciente a estar equivocado.
Deja que te insulten. Da las gracias al ser calumniado por causa de Cristo. Deja que Dios haga su obra a través de ti.
G.K. Chesterton decía que, en nuestra época, las personas son consideradas humildes no cuando dudan de sí mismas, sino cuando dudan de que algo sea verdad.
No seas “humilde” respecto a la Verdad. Sé humilde respecto de ti mismo. Deja que te insulten – pero no escondas la fe “transmitida a los creyentes de una vez por todas” (Judas 1, 3).
Quizás nadie piense que seas “amable” por compartir tu fe católica, pero amor y amabilidad no son lo mismo. Además, hay muchas doctrinas “amables” – pero eso no es una medida de su verdad.
2Sé bíblico
La Biblia es tu mejor herramienta para compartir la fe católica con los no católicos. Vuestro amor compartido por ella, el reconocimiento mutuo de su inspiración y la sumisión a su autoridad, hacen de la Biblia un gran punto de partida.
Pero lee la Biblia con la Iglesia. No compartas tu interpretación personal con los no católicos. Comparte la interpretación de la Iglesia católica.
Gracias a la Iglesia católica sabemos, por ejemplo, que la segunda carta de Pablo a Timoteo forma parte legítima de la Biblia, y, justamente en esa carta, Pablo dice que la Escritura está “inspirada por Dios y útil para enseñar, convencer, corregir y formar en la justicia” ( 2 Tm 3, 16). Al llamarla “útil”, Pablo indica que la Escritura puede y debe ser “usada”.
Los cristianos no católicos afirman que la Biblia es suficiente y que el Magisterio es superfluo, pero ¿de qué sirve un texto infalible sin una interpretación infalible?
Si la idea de la sola scriptura fuese verdadera, ¿por qué los apóstoles, evangelistas y padres de la Iglesia no tenían conocimiento de ella?
Jesús no prometió a sus seguidores que, un día, siglos después de su ascensión, una colección de textos sería fielmente copiada y traducida para que cualquier persona alfabetizada pudiese abrirla e interpretar sus palabras como base de la verdad. No. Jesús instituyó una Iglesia, una Iglesia apostólica, para llevar adelante su misión de proclamar la verdad (Mt 16, 17-19; Lc 10, 16; Jn 16, 13; 17, 20; 20, 21-23; Hch 1, 20).
De acuerdo con la propia Biblia, la Iglesia es la columna y la base de la verdad (1 Tm 3, 15).
Escrito por católicos para católicos, canonizada por católicos, traducida y preservada por católicos, la Biblia es el libro de la Iglesia católica.
El eunuco etíope no conseguía entender la Biblia solo. Felipe le explicó las Escrituras y no para recitar la oración del creyente, sino para ser bautizado (Hch 8, 26-39).
Felipe era uno de los siete nombrados por los doce apóstoles para cuidar de la Iglesia naciente (Hch 6, 1-6; 21: 8). Él fue a Samaria para rezar y hacer milagros (Hch 8, 4-6). Convirtió al mago Simón (Hch 8, 9-13) y al final, vivió en Cesarea (Hch 21, 8). Sus cuatro hijas tenían el don de la profecía (Hch 21, 9).
Sé como Felipe. Abre las Escrituras con los no católicos. Enséñales, pero también estate dispuesto a aprender con ellos.
Los cristianos no católicos conocen y aman la Biblia. Pero la leen a partir de otros presupuestos y usan otros “ojos doctrinales”.
Igual que el eunuco etíope, no han recibido aún la explicación de la Iglesia católica sobre lo que están leyendo. Ellos aún no han tenido la alegría de contar con la autoridad de la única Iglesia santa, católica y apostólica de Cristo.
Como Felipe, tu trabajo es compartir la verdad de la enseñanza de la Iglesia sobre la humildad.
3Reza
La oración hace mucho más que la persuasión. En el esfuerzo por compartir la verdad de la transubstanciación, por ejemplo, puedes analizar el Apocalipsis, I Corintios 10 y Juan 6 – y puede no ser suficiente. Puedes apelar a los paralelos entre el Antiguo Testamento y el testimonio de los Padres de la Iglesia – y puede no ser suficiente.
Lejos del Espíritu Santo, la razón y la retórica no son suficientes.
La verdad, al final, es un don de Dios. La sabiduría es un don de Dios (Ef 1, 17). La fe es un don de Dios (1 Tm 1, 14). El amor es un don de Dios (1 Ts 3, 12 ). La salvación es un don de Dios (Ef 2, 8). Y los obispos católicos son simplemente administradores de los dones de Dios (2 Tim 2, 2).
Tienes que rezar para dejar que Dios actúe a través de su Iglesia. Todo don perfecto viene de lo alto (Santiago 1, 17).
Reza. Dedícate a la apologética, a la hermenéutica y a la historia de la Iglesia, pero no antes de ponerte de rodillas. “Alegraos en la esperanza, sed pacientes en la tribulación, perseverantes en la oración” (Rm 12, 12).
Comparte la fe católica de palabra y obra, pero, antes, reza. “Perseveré en oración y velé dando gracias” (Col 4, 2).
No luches antes contra la ignorancia y la indiferencia, sino contra los gigantes del orgullo y de la soberbia. Lejos de Cristo, nada podemos hacer (Jn 15, 5). Entonces, ¿por qué no oramos?
Conclusión
Ser católico es ser apasionado. El amor por la Trinidad y por la Iglesia fluye en el amor por todos. El católico que ama no puede dejar de compartir la fe.
Apunta siempre a Dios.
Dios es el tesoro. Tú sólo eres el vaso. Él es el agua viva. Tú eres sólo la mujer junto al pozo. La Trinidad es la fuente de la alegría eterna, el principio y el fin. Tú eres sólo el dedo indicador.
La Iglesia católica existe para dar gloria al Dios uno y trino uniéndose a Cristo en su misión de salvación. Somos llamados no solamente a compartir la buena noticia de Jesús con toda persona en el mundo, sino también para alentar a todos a creer, y no sólo a creer, sino a ser bautizados; y no sólo a ser bautizados, sino también a crecer en la plena estatura de Cristo a través de las obras y de la gracia sacramental de Dios. Es un comienzo completamente nuevo. Dios recrea toda persona a partir de dentro, para su máxima alegría y para la gloria divina.
Sé humilde y confía. Sé bíblico y católico. Reza. Y por encima de todo, ama (Jn 13, 35).
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De Tyler Blanski, en “The Catholic Gentleman”