Entrevista al historiador Jean-Baptiste Noé, autor del libro “Geopolítica del Vaticano”
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¿En qué se diferencian la Iglesia, la Santa Sede y el Vaticano?
La Iglesia es el cuerpo místico de Cristo; ha sido querida y fundada por Dios, su realidad es tanto espiritual como temporal.
La Santa Sede es un estado, fundado en 752 gracias a la ayuda del rey de los francos Pipino el Breve. Como estado tiene un jefe, el Soberano Pontífice, diplomáticos, un ejército y un reconocimiento internacional.
El Vaticano designa un territorio: es la ciudad del Vaticano, barrio situado al noroeste de Roma, al otro lado del Tíber.
A menudo se confunde Vaticano y Santa Sede, cuando son dos realidades jurídicas diferentes. Entre 1870 y 1929 (acuerdos de Letrán con Italia), el Vaticano fue ocupado por Italia, pero la Santa Sede continuó siendo un estado y conservó relaciones diplomáticas.
¿Cuáles son las ventajas del Vaticano que le permiten tener un peso en las relaciones diplomáticas?
Su red diplomática es una de las más importantes del mundo: mantiene relaciones con 180 estados, es decir, más que los Estados Unidos. Su red de información también es una de sus grandes fuerzas, porque está informada de todos los movimientos que se dan en el mundo.
Pero su verdadero poder reside en su profundidad histórica y cultural. Es un estado que tiene memoria, cuando muchos de los países occidentales son amnésicos, lo cual le permite tener un enfoque realista de las relaciones internacionales.
En muchos casos se ha comprobado que la postura del Vaticano era la buena: el caso iraquí en 1991 y 2003, Siria en 2013, las cuestiones medioambientales,…
Respecto al tema del medio ambiente, el Vaticano lleva refiriéndose al tema varias décadas. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI hablaron mucho de él durante su pontificado, insistiendo en los vínculos intangibles entre defensa del medio ambiente y defensa del hombre.
¿La diplomacia es una actividad que la Santa Sede considera importante?
La Santa Sede fue el primer estado que creó una escuela para formar a los diplomáticos: la Academia de los nobles eclesiásticos, fundada bajo el pontificado de Clemente XI en 1701.
Esa academia ha servido como modelo a todas las demás escuelas europeas, y continúa formando a los miembros del cuerpo diplomático.
Durante el congreso en Viena en 1814, los participantes reconocieron a los nuncios el estatuto honorífico de decanos del cuerpo diplomático, condición que fue confirmada durante el congreso de Viena de 1963, con el apoyo de los estados musulmanes y comunistas.
Es verdad que en el gran viento de destrucción de la Iglesia de los años 1970, algunos eclesiásticos pudieron pedir que la Iglesia se separe de su diplomacia, con motivo de que ello no corresponde a su misión. Eso es una gran equivocación sobre la vocación de la Iglesia en el mundo. Cuando el Papa habla en la tribuna de la ONU, es invitado como jefe de estado. Desde Pablo VI, todos los papas han hecho intervenciones muy destacadas.
¿Cuáles son los papas que han marcado la diplomacia vaticana?
Para le época contemporánea, León XIII (1878-1903), que dio una nueva amplitud a la Santa Sede tras la pérdida de los estados pontificios. Él mismo era diplomático, ya que había sido embajador en Bélgica.
Se podría hacer referencia también a Benedicto XV durante la Gran Guerra. Su visión del orden europea es la que prevalece hoy.
Pío XII, gran diplomático a quien se le deben condenas, firmes y sin ambigüedades, del nazismo y del comunismo, es un papa que comprendió los problemas contemporáneos antes que muchos jefes de estado.
Juan XXIII fue otro diplomático, nuncio en París, que impidió el conflicto nuclear entre los Estados Unidos y la URSS durante la crisis de Cuba (1963).
Benedicto XVI, sin haber salido del cuerpo diplomático, permanecerá ciertamente como un papa muy importante para la diplomacia pontificia. Restauró los vínculos con Rusia, concluyó numerosos acuerdos con los países árabes, entre ellos Irán. En las próximas décadas las personas se darán cuenta de que su visión de Europa y su comprensión del relativismo eran precursoras.
Para referirse a las preocupaciones del Vaticano, habla usted de lo romano, al que está vinculado el cristianismo. ¿Cuáles son estas herencias y qué consecuencias tienen?
Lo romano es la clave para entender la historia de la Iglesia. Todo el cristianismo es heredero de Roma, tanto de la Roma latina como de la Roma griega, estos dos pulmones occidental y oriental que Juan Pablo II no dejó de hacer respirar juntos, y que León XIII percibía ya que serían el pivote estratégico del mundo contemporáneo.
Toda la forma mentis del cristianismo es romana: su lengua –el latín y el griego-, su cultura, los conceptos filosóficos y teológicos que moldean el pensamiento cristiano.
Hablando de romanidad, no excluyo el judaísmo, que es otro componente esencial del cristianismo. Al contrario, porque el judaísmo también está ampliamente helenizado. Puede pensarse en Flavio Josefo, que es un judío de lengua griega, nacido en Jerusalén y muerto en Roma, o incluso en la traducción en griego de la Biblia Septuaginta en Alejandría.
Pero es verdad que también tenemos a menudo tendencia a reducir Roma a su parte occidental, olvidente el Oriente romano, cuyo imperio perduró hasta 1453.
Así, cuando se analiza la fractura de la Iglesia en el siglo XVI, se constata que los territorios que se separaron de Roma son los que no habían sido romanizados. La frontera es muy clara en Alemania. La revuelta de Lutero es en primer lugar una revuelta contra Roma y lo romano, y para la afirmación de la germanidad.
¿Cuáles son los objetivos del Vaticano en la diplomacia internacional? ¿Hay algunos temas más importantes que otros?
El Vaticano lucha por ideas y por la defensa del hombre. El tema central hoy es la lucha contra el relativismo, que quiere no sólo borrar la verdad, sino sobre todo borrar al hombre disolviendo su dimensión cultural y espiritual.
En la Iglesia, la falla no está entre progresistas y conservadores, sino entre los que se someten al relativismo y a la abolición del hombre y los que proclaman que el hombre es hijo de Dios.
Para aclarar la actual crisis de migrantes, ¿podría recordarnos la postura de los últimos papas y distinguir si ha habido ruptura con el papa Francisco?
Verdaderamente no hay ruptura, aunque cada Papa habla con su estilo. Frente a un fenómeno de una gran complejidad, la voz de algunos prelados es a veces un poco simple.
La Iglesia, como institución, no tiene realmente solución concreta: se limita a principios generales, que es su función.
Pero el discurso de algunos prelados de Europa y de los que viven en países de origen de los migrantes es a menudo bastante contrario.
Los obispos de Oriente apelan a sus fieles a que no se vayan, para no hacer el juego a Daesh y para no vaciar a Oriente de sus cristianos.
Lo mismo pasa en África: muchos obispos han tomado posición contra las migraciones porque constatan que despueblan a sus países de sus fuerzas vivas.
Benedicto XVI se refirió a esa “miel amarga” de la emigración durante su viaje al Líbano en 2012.
¿Cómo se sitúa la Santa Sede frente a la ideología mundialista que prevalece en nuestros días y por tanto frente a la uniformización que entraña?
Como he mencionado antes, la Santa Sede sigue siendo uno de los raros estados que luchan contra el relativismo. La uniformización es en primer lugar la voluntad de erradicar la cultura del hombre para reducirlo a la condición de bestia, forzosamente más maleable y más manipulable.
Es un nuevo totalitarismo. La Iglesia siempre ha sido el baluarte contra estos desvíos ideológicos. El mundialismo borra a Dios. León XIII tuvo esta fórmula impactante: “El ateísmo es el culto al estado”. Todavía estamos ahí.
Defendiendo la verdadera y sana laicidad, la Santa Sede previene la emergencia de ideologías políticas que se transforman después en religión política, por el culto al Estado, la supresión de Dios y por tanto la abolición del hombre.
Históricamente, la república ha sido anticatólica. ¿Qué pasa con la democracia a la que a menudo (y rápidamente) se la asocia?
Es un tema muy complejo. Para decirlo en pocas palabras, la república y la democracia como formas políticas no se oponen al cristianismo. En cambio, la república y la democracia pensadas como religiones políticas son evidentemente enemigas irreconciliables del cristianismo.
En el corazón de los hombres no puede haber lugar para dos amores: es Dios o el estado. La democracia que respeta el principio de subsidiariedad y la libertad de las conciencias es digna de ser defendida. La que quiere arrinconar la fe en la esfera privada es una doctrina política peligrosa. Pero el ejemplo de la caída del comunismo demuestra que nunca se puede erradicar totalmente la fe de todos los hombres.
Entrevista realizada por Charles Fabert