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La carne procesada: ¿Por qué nadie habla de “templanza”?

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© Christopher Boswell / Shutterstock

Alvaro Real - publicado el 27/10/15

El impacto de la industria cárnica en la salud y el medio ambiente

La Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de publicar un dictamen en el que muestra que comer carne procesada (salchichas, hamburguesas o embutidos) aumenta el riesgo de sufrir cáncer. En el dictamen equipara este tipo de alimentos a sustancias como el humo del tabaco, el alcohol o el aire contaminado.

La noticia ha dado la vuelta al mundo. La gente comienza a tomarse a “guasa” el dictamen y son muchos los que se preguntan: “¿Por qué ahora sale con este informa la OMS? ¿Cómo es posible que intenten prohibirnos el comer carne procesada? ¿Quién tiene que decirme a mí lo que debo y no debo comer?”.

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Los 22 científicos de 10 países de la Agencia Internacional para la investigación del Cáncer han revisado los estudios científicos publicados sobre el tema. No es bueno tomarse a broma una recomendación como esta y más bien habría que plantearse: ¿Qué ha cambiado en la carne procesada para que se haya vuelto potencialmente cancerígena?

No es nada nuevo

El estudio de la OMS ha alertado a todo el mundo, pero no hablamos de un problema nuevo. En el año 2013 la revista BMC Medicine publicaba un estudio en el que analizaba la dieta de medio millón de individuos.

En sus conclusiones el estudio señala que alimentos como el beicon, el salami, las salchichas y otros tipos de preparados de carne industriales (como las hamburguesas, albóndigas o lasañas precocinadas, por ejemplo) se asocian a un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular y cáncer.

Otros estudios muestran las cantidades de nitrito y nitrato que pueden tener las carnes procesadas. Estos dos elementos, que son utilizados en la curación y conservación de las carnes, han sido relacionados con casos de cáncer en animales (en laboratorio) y en humanos.

Nos “atiborramos” a carne

El grave problema, y por ahí debe ser interpretado el estudio de la OMS, es el exagerado incremento de consumo de carne en los últimos años. Existen estudios que demuestran cómo ha aumentado este consumo y cómo afecta a la salud, pero también al cambio climático.

Según estos estudios, la contaminación generada por la producción ganadera es similar a la contaminación producida por el tráfico y llegan a afirmar que “comer menos carne es esencial para frenar el cambio climático”. 

Nadie ha querido hablar de esto hasta ahora, pero un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), advertía que era prioritario realizar cambios para garantizar el futuro, entre ellos cambiar los hábitos alimentarios consumiendo menos carne y productos lácteos, aumentando el consumo de productos vegetales y mejorando las prácticas agrícolas y la gestión del agua.

Contra el cambio climático: la templanza

Todos los estudios demuestran, una vez más, lo importante de una de las grandes virtudes cristianas: la templanza. Ya saben: “moderar la atracción de los placeres y procurar el equilibrio en el uso de los bienes creados”.

Ya lo alertaba el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si: “El enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la Tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos”. Una avidez del consumo que también hace que se “produzca” carne sin mirar las consecuencias. Alimentación con piensos animales o compuestos, utilización de transgénicos…

El gran consumo de carne procesada tiene problemas para nuestra salud y también para nuestro planeta. Un problema que también es moral, puesto que el perder el dominio de nuestra voluntad sobre los instintos y primar lo económico ha hecho saltar por los aires una mínima honestidad. ¿Por qué no vamos a la raíz del problema? Moderación y templanza, una solución que nunca pasa de moda para los nuevos problemas de la humanidad.

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