La discapacidad de George y su sencillez: “Ha alegrado nuestra vida, he aprendido de él a pedir ayuda y a acoger a todos”
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“Cuando alguno me pregunta cómo ha sido la vida con mi hermano George, en primer lugar hablo de las cosas que él me ha dado a mí”. El que habla es monseñor Joseph Edward Kurtz, obispo de Louisville, presidente de la Conferencia episcopal estadounidense. Su hermano George, cinco años mayor, tenía síndrome de Down.
Siempre vivieron juntos, primero en la familia, y después, tras la muerte de los padres, fue él quien se ocupó de George, también como tutor legal. “Tuvo verdaderamente una gran influencia en la atmósfera calurosa de nuestra familia, en nuestra apertura y capacidad de acoger a otras personas”.
El arzobispo viene de una pequeña ciudad minera del nordeste de Pennsylvania: “Diría que mi familia es muy calurosa. Nací en una familia de cinco hijos y yo soy el más pequeño”, “the baby”. La hermana mayor tiene 17 años más, “y cuando empecé a entender algo de la vida y de lo que me rodeaba, ella ya se había casado”.
El más cercano, respecto a edad, es precisamente George: “Pienso que la presencia de mi hermano en nuestra familia, al tener síndrome de Down, fue una oportunidad y también un reto para mi mamá y mi papá”.
Criarle “fue siempre para mí una ocasión para aprender a acoger a personas discapacitadas o que necesitan una ayuda particular. Hay un lugar especial en mi corazón para las familias en las que hay personas discapacitadas”.
La vida con George marcó desde siempre la experiencia de monseñor Kurtz como niño, como hombre, y después como sacerdote y obispo. “Aprendí muy velozmente que cuando alguien tiene una discapacidad, no significa que no tenga incluso un don aún más grande”.
Un episodio que le gusta contar es cuando los dos hermanos llegaban a una calle con mucho tráfico, que atravesaba la ciudad: “Él extendía su mano para que la tomara, porque no quería cruzar la calle solo. Los adultos, que quieren ser independientes, necesitan más tiempo para pedir ayuda. En cambio, viendo a George que lo hacía con facilidad, también los de alrededor pensaban: quizás yo también podría pedir ayuda a alguien. Por tanto, él de verdad cambiaba a mejor todo lo que pasaba en nuestra familia, y en el pueblo, todos conocían a George”.
El obispo Kurtz y su hermano vivieron juntos en dos casas parroquiales y después en la casa del obispo durante doce años, tras la muerte de sus padres. “Nunca imaginé que mi hermano y yo viviríamos en una casa parroquial solos, sin implicar a otras personas, de hecho nunca ha sucedido porque vivíamos con otros curas, hasta seis en la última parroquia”.
“¡A propósito de familia! Mi hermano transformó la vida de la casa parroquial en una vida mucho más familiar: dio a cada uno un sobrenombre, todas esas pequeñas cosas, “bromitas”, que suceden en una familia. Fue verdaderamente saludable para nuestra vida”.
George murió en 2002, tenía casi 61 años, y como sucede a menudo a las personas afectadas por síndrome de Down, había empezado a desarrollar Alzheimer. “Tenía momentos de confusión en los últimos años de su vida, pero vivió una vida plena y bella y tuvo una gran influencia sobre muchísimas personas”.
Después están las tres hermanas mayores, todas casadas y con hijos, “He podido ver, observar, como tío, lo que significa crecer para los niños y para las familias a través de experiencias como la muerte, en nuestra familia experimentamos también el fracaso de un matrimonio, muchas situaciones en las que creo que un obispo necesita ser cercano”.
Para monseñor Kurtz estas situaciones han sido “la lección más grande”, una ayuda para acoger a otras personas. Como obispo, “el reto más grande es que las personas reaccionan al frenesí de la vida, pero no fijan sus prioridades. Acabo de leer un libro de David Brooks, ‘The Road to Character’ en el que habla de las cualidades personales mostradas en los currículos y en las que aparecen en los elogios fúnebres. Debemos pensar en lo que queremos que se recuerde de nosotros”.
“También en familia, empezar a pensar: ¿qué es lo más importante? Como alguien ha dicho: ¿qué querría que se escribiera en mi lápida? No que he faltado a alguna reunión… algo más profundo, algo que tenga que ver con mi persona y el compromiso en la construcción de la comunidad. Espero que el Sínodo, y mi ministerio como obispo, alienten a las parejas y las familias que escuchan”.