El celibato no es no amar a nadie, sino el arte de amar a todos sin poseer a nadieLa Iglesia pide a los sacerdotes que, para dedicarse totalmente a su ministerio, renuncien a mantener relaciones sexuales, a tener una pareja, lo que se llama el celibato. Algunas personas cuestionan que eso sea posible y ante las caídas de algunos curas denuncian hipocresía. ¿Es posible realmente que los sacerdotes nunca practiquen sexo?
“El celibato no es el arte de no amar a nadie, es el arte de amar a todos sin poseer a nadie -explica a Aleteia Ignasi Navarri, un sacerdote responsable también del seminario de la diócesis española de Urgel-. Es posible, y muchísimos sacerdotes han vivido y viven con fidelidad este ideal”.
“Los célibes hemos sido llamados por el Señor Jesús a darle al mundo una visión que sobrepasa lo puramente fisiológico, ayudarle a re-comprender aquella opción que nos presentan los que viven en la carne y han vendido la idea de que no es posible vivir sin pareja o que todos, absolutamente todos los seres humanos están llamados a procrear y engendrar”, añade el sacerdote Juan Ávila.
Para él, “el celibato es un estado de permanente compañía en el Señor, de gozo y plenitud de la existencia, un llamado del Señor, que da toda las fuerza del mundo para trabajar por una causa que nos supera a nosotros mismos y que es más grande que la existencia misma”.
Navarri afirma que “la Iglesia no es hipócrita ni cuando pide el celibato, ni cuando pide la castidad, ni cuando pide vivir en la verdad. La Iglesia pide objetivos máximos”.
Sin embargo, en la vida de cada día ¿cómo logran los curas vivir estos objetivos? “Es importante la experiencia de Jesús en el corazón pues sólo en Él se entiende este estado de vida, sólo en Él dejamos de ser presa voluble de las pasiones desordenadas, de la angustia de la soledad”, responde Ávila.
“Un célibe verdadero nunca es una persona en soledad puesto que conoce perfectamente quién es su Señor, su compañía, aquel a quien ha entregado su vida y con quien siembra una nueva semilla para erigir el reino de los cielos entre los hombres”, continúa.
“El celibato nunca es un estado de abandono, de no oportunidad, de asexualidad, de indiferencia ante el otro, de descompromiso con los demás, de incapacidad de entrega; justo lo contario, en él nos hacemos “todo con todos para ganarlos a todos” y aunque no se sea propiamente una persona consagrada como religioso o sacerdote, sí se es un esposo en Cristo, esposo-célibe”, añade.
El sacerdote Dwight Longenecker, ex-ministro protestante casado dispensado del celibato para ser ordenado en la Iglesia católica, reconoce que el celibato tambén es un reto: “Existen muchas presiones contra el celibato en nuestra sociedad altamente sexualizada”, constata.
“El acceso y la aceptación del “sexo libre” hace que el celibato parezca muy extraño en este contexto –explica-. Además de esto, con la disminución de las vocaciones sacerdotales, más sacerdotes viven el peso creciente de la soledad; y con la esperanza de vida aumentando, la perspectiva de un voto de celibato por el resto de la vida se vuelve una dificultad mayor aún”.
Navarri afirma que para vivir el celibato, es necesario “vivir con intensidad, con ilusión y pasión la propia vocación, mantener la vida de oración y la dirección espiritual, es necesario saberse abstener”, y recuerda que “también los padres y madres de familia tienen que vivir la castidad”.
Para profundizar: Las personas consagradas, ¿qué amor viven?