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¿Cómo resolverá el papa Francisco el “problema del celibato”?

How Will Pope Francis Solve the Celibacy Problem AP Photo Erin Stubblefield – es

AP Photo/Erin Stubblefield

Wissam Akiki, who is married, left, serves his daughter, Perla, communion after being ordained during a ceremony at St. Raymond&rsquo;s Maronite Cathedral Thursday, Feb. 27, 2014, in St. Louis. Akiki is the first married priest to be ordained by the Maronite Catholic Church in the United States in nearly a century. (AP Photo/Erin Stubblefield)<br /> &nbsp;

Dwight Longenecker - publicado el 21/07/14

El punto de vista de un sacerdote casado

Yo soy un sacerdote católico casado.

Antes fui ministro anglicano. Recibí la ordenación sacerdotal católica gracias a la  provisión pastoral creada por San Juan Pablo II para permitir que ex-ministros protestantes casados fuesen dispensados del voto del celibato para ser ordenados en la Iglesia católica.

Muchas personas creen que el permiso de casamiento a los sacerdotes resolverá la crisis de las vocaciones sacerdotales. Podría ayudar, pero no será, necesariamente, la solución mágica. Permitir que hombres casados ​​sean ordenados traerá tantos problemas nuevos como soluciones de problemas viejos. Para comenzar, la Iglesia tendrá que valorar muy bien si está en condiciones de mantener a sacerdotes casados y a sus familias. Una fuente de confianza en el Vaticano me dijo, en conversación privada, que, cuando se discute la cuestión de los sacerdotes casados, son los obispos de las iglesias de rito oriental, que permiten el casamiento del clero, los que la mayor parte de las veces más desaconsejan el cambio de esta disciplina.

En un artículo publicado recientemente por los medios, se afirmó que el papa Francisco habría prometido "resolver el problema del celibato". Esta declaración, por sí sola, ya levanta una serie de preguntas. En primer lugar, ¿cuál sería ese "problema del celibato"? ¿El celibato ya sería en si mismo un problema? Si la mayoría de los sacerdotes católicos prometió y vivió el celibato durante los últimos mil años, no parece que este sea problema tan grande hasta el punto de necesitar una urgente reforma. Está claro que existen los críticos del celibato. El ex-monje Richard Sipe, por ejemplo, escribió un contundente cuestionamiento del celibato. Lo mismo hizo el disidente católico Donald Cozzens. Respecto a éste, el sacerdote anglicano Ray Ryland, convertido, escribió defendiendo fuertemente tanto el celibato de los sacerdotes como la continencia perfecta de los sacerdotes ya casados​​ (o sea, la abstención de todas las relaciones sexuales).

La primera pregunta que hay que hacer, por tanto, es esta: ¿cuál es ese “problema del celibato?”. Existen muchas presiones contra el celibato en nuestra sociedad altamente sexualizada. El acceso y la aceptabilidad del "sexo libre" hace que el celibato parezca muy extraño en este contexto. Además de esto, con la disminución de las vocaciones sacerdotales, más sacerdotes viven el peso creciente de la soledad; y con la esperanza de vida aumentando, la perspectiva de un voto de celibato por el resto de la vida se vuelve una dificultad mayor aún. El celibato, en si, puede no ser un problema urgente, pero sí que es verdad que la observancia del celibato es muchas veces un desafío.

¿Y cómo podría el papa Francisco "resolver el problema del celibato"?

Podría no ser mediante el permiso inmediato para que los sacerdotes se casen, tal como mucha gente imagina. Una forma de resolver el “problema del celibato” es encontrar nuevas maneras de suavizar algunos desafíos derivados de su observancia. Donde existen pocos sacerdotes, por ejemplo, la diócesis podría juntar parroquias en grupos y pedir que los sacerdotes vivieran en comunidad en una casa central. Podrían también crearse nuevas órdenes religiosas de sacerdotes, para ayudar a resolver los problemas ligados a la práctica del celibato. Además de esto, las fraternidades ya existentes de sacerdotes podrían ser alentadas y fortalecidas.

Quienes han estudiado el tema concuerdan que el celibato escogido libremente puede ser un complemento maravilloso del ministerio sacerdotal. Pero la aceptación con dudas del celibato puede ser un peso para el propio ministerio. Así,

se podrían tomar otras medidas dirigidas a valorar y fortalecer la disciplina del celibato libremente escogido en vez de abolirlo sólo porque su práctica es difícil. Podríamos también preguntarnos si el voto de celibato perpetuo necesita hacerse junto con la ordenación. ¿Es que el voto de celibato no puede separarse del proceso de ordenación como tal?

En las órdenes monásticas, el hombre y la mujer pasan por un largo proceso antes de hacer un voto perpetuo. Primero, son postulantes. Después, novicios. A continuación, hacen votos simples, que pueden durar cinco años. Después, pueden renovar esos votos simples. Y sólo después de este largo proceso de discernimiento se comprometen con votos solemnes, vinculantes para toda la vida. Un proceso semejante podría ser concebido para el celibato. El voto podría ser de cinco años. Bajo la orientación de un superior, el hombre podría ser liberado de la observancia de ese voto y comenzar un noviazgo casto, que podria llevarle, finalmente, al casamiento.

Si hubiera un cambio, es más probable que la Iglesia latina adopte la disciplina ortodoxa, en que los sacerdotes no pueden casarse, pero hombres casados pueden ser ordenados. En otras palabras: los sacerdotes celibatarios permanecerían solteros, pero hombres ya casados ​​podrían pasar a ser admitidos a la ordenación. Esta práctica estaría de acuerdo con el Nuevo Testamento: San Pablo recomienda que sus discípulos "permanezcan como él" (soltero), pero permite que hombres casados sean ordenados sacerdotes.

El papa podría permitir, en esta hipótesis, que hombres más ancianos, ya casados, fuesen ordenados. Al aumentar la esperanza de vida, hombres que están ya en la segunda mitad de su vida podrían ofrecer aún muchos años de servicio a la Iglesia. Sus hijos ya serían adultos y tendrían que estar casados. El problema de esta posibilidad es que podría haber una escasez de sacerdotes jóvenes: los hombres con vocación sacerdotal preferían, quizás, casarse y formar una familia y dejar la ordenación para más tarde.

El papa también podría abrir la discusión sobre la disciplina y dejar que los obispos locales decidiesen. Permitir que hombres casados más ancianos fuesen ordenados podría ser una medida prudente en algunas partes del mundo, pero no en otras. Al dejar que las conferencias locales decidieran, el Papa daría poder a las iglesias locales para actuar en la oración y pastoralmente, con el fin de garantizar los sacramentos al pueblo de Dios.


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