Un excéntrico estudiante que evita relaciones profundas como estrategia de supervivencia cambia al conocer a Raquel
El director de origen hispano Alfonso Gómez-Rejón firma su segundo largometraje llevando a la pantalla el best-seller de Jesse Andrews, quien además firma el guión adaptado de su propia novela. La película ha ganado el Gran Premio del Jurado y el del público en el Festival de Sundance.
Nos cuenta la historia de Greg (Thomas Mann), un excéntrico estudiante que trata de mezclarse lo menos posible con sus compañeros, evitando relaciones profundas como estrategia de supervivencia. Incluso a su amigo del alma Earl, con quien realiza cortometrajes, lo describe como un mero colaborador.
Pero cuando la madre de Greg (Connie Britton) le pide que vaya a ver a Raquel (Olivia Cooke), una chica de su clase a la que acaban de diagnosticar una leucemia, descubre el verdadero valor de la amistad.
La película, que podría inscribirse como un título más del reciente subgénero “chicos con cáncer” (Bajo la misma estrella, Ahora y siempre, Cartas a Dios, Maktub, Alexia, Camino, El vuelo del tren,…) tiene su propia personalidad, más cercana a los parámetros surrealistas de Wes Anderson que a los de una película convencional. No es casual que la productora de El gran Hotel Budapest sea la responsable de esta película.
El humor, en este caso surrealista, siempre ha sido un método socorrido para hablar de cosas trágicas como la enfermedad o la muerte, pero se corre el riesgo, si no acierta, de frivolizar lo que no debe ser banalizado. Aquí hay algo de esto, con un exceso de escatología y zafiedad que desdibujan un argumento que en lo esencial es ciertamente interesante.
Quizá lo más logrado sea el retrato de una adolescencia perpleja, la crítica del modelo de relación epidérmica tan difundido hoy y el canto a la amistad verdadera. Lo que se echa más en falta es algún punto de fuga al nihilismo más ramplón con el que nuestros personajes afrontan el hecho de la muerte.