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¿Quién habla de asesinato con Juan Pablo I?

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Salvador Aragonés - publicado el 29/09/15
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Tras su muerte, la falta de información, como suele ocurrir, desató rumores

Nadie podía predecir la brevedad del pontificado del papa Luciani. Al papa Juan Pablo I se le veía públicamente contento, aunque nunca se le vio como el papa que debía hacer frente a la crisis de la Iglesia católica, surgida de un Concilio, y la del mundo con una profunda crisis de valores separado este por dos grandes bloques y en permanente guerra fría entre sí.

Se comentó de fuente muy cercana que el nuevo papa vivía agobiado por tantos papeles y documentos que debía leer y escribir, sobre todo leer. Tanto es así que una vez, ante un montón de papeles, se le preguntó qué le preocupaba al Papa y si quería una máquina de escribir (los ordenadores entonces no estaban en el mercado), y respondió: “Lo que necesito es una máquina de leer”. Y en efecto murió con papeles entre las manos.

Juan Pablo I terminó sus días en la Tierra el 28 de septiembre de año 1978 cuando no había cumplido los 66 años. Mucho se ha especulado sobre esta muerte, aunque con poco fundamento.

Los hechos ocurrieron la noche del 27 al 28 de septiembre. El papa se acostó la noche del 27 sin que aparentara ningún problema de salud. A las cuatro y media de la mañana, la religiosa que le atendía, sor Vicenza –y que había venido de Venecia, pues llevaba ya muchos años con el cardenal Luciani--, le dejó la taza de café como todos los días. Era Juan Pablo I un gran madrugador, aunque iba a dormir hacia las 10:00.

Cuando la religiosa volvió después de las cinco, y al ver que el Papa no se había tomado el café, llamó, abrió la puerta y encontró al Papa sin vida con papeles encima de su cama. Llamó al secretario del papa, el irlandés monseñor John Magee, quien había sido ya secretario de Pablo VI, y constató lo que le dijo la religiosa italiana.

Avisó al médico Renato Buzzetti y al cardenal Secretario de Estado, Jean Villot. El médico del Vaticano, que sustituía al doctor Fontana estos días, certificó la defunción de Juan Pablo I por “infarto de miocardio agudo” y cifró la muerte hacia las once de la noche del día anterior.

A las siete y media de la mañana, la Sala de Prensa del Vaticano emitió un largo comunicado en el que destacaba la causa del fallecimiento, pero que omitió que quien encontró al papa sin vida fue la religiosa que le atendía y sólo citó al prelado irlandés.

Esta falta de información, como suele ocurrir, desató rumores, hasta el punto que –especialmente entre periodistas anglosajones muy afectos al sensacionalismo—se levantó la especie que el papa habría sido asesinado.

Para disipar dudas sobre un supuesto asesinato de Juan Pablo I aireado por periodistas anglosajones, el papa Juan Pablo II mantuvo en su secretaría a John Magee quien posteriormente fue el Maestro de Ceremonias del papa en sustitución de monseñor Virgilio Noé.

Juan Pablo II nunca halló nada extraño. Algunos periodistas y también algún prelado, pidieron la autopsia, pero de todas formas no hubiera disipado el morbo de los periodistas anglosajones.

Personalmente he leído bastante sobre lo escrito de la muerte del papa Luciani, y he constatado que hay muchos errores y confusiones de personas, cargos, fechas y datos concretos. Por lo tanto, yo sigo con la versión que recogí cuando cubrí en Roma, como corresponsal, la muerte de Juan Pablo I y el posterior cónclave: su muerte natural por un infarto.

No se pueden escribir libros por despecho o por sensacionalismo utilizando el dicho italiano “se non è vero è ben trovato”. Hay algún autor, como John Cornwell, que fue ex seminarista después “convertido” al ateísmo y que buscaba a toda costa publicar el “tema del siglo”, con pocos escrúpulos.

Viendo sus fuentes muy escasas y de muy poco peso (en el Vaticano no se le hizo caso, lo que mucho molestó al periodista), deja de tener valor una afirmación de asesinato. El periodista, como queriendo arreglar las cosas, años después tuvo que concluir que el papa Juan Pablo I murió de muerte natural, aunque, dijo, no de un infarto.

Si el cardenal Albino Luciani encontró el consenso de los cardenales en su persona para suceder a Pablo VI, en el siguiente cónclave, que se abrió el 14 de octubre, los cardenales no encontraron consenso para elegir a un papa italiano, que oscilaba entre los cardenales Giovanni Benelli, ex hombre fuerte de Pablo VI, y el arzobispo de Génova Giuseppe Siri.

Así que fue elegido el cardenal polaco, Karol Wojtila, hombre prudente, de gran prestigio y con una fortaleza interior fuera de todas dudas: tenía 56 años y era el papa número 254 y el primero no italiano tras 456 años (como dato curioso, el anterior papa no italiano fue Adriano VI, obispo de Tortosa). Juan Pablo I fue elegido el día de la festividad de la virgen polaca de Czestochowa. ¿Una premonición?

El papa polaco Juan Pablo II inició una gran actividad en favor de la libertad y de la libertad religiosa que llevaron a la caída del comunismo, tanto en Europa oriental como en los países occidentales. En 1989 cayó el Muro de Berlín y el imperio soviético se desmoronó como un castillo de naipes.

La influencia del papa Wojtyla fue fundamental como reconoció el que fue presidente de la URSS Mijail Gorbachov en diversos escritos, entre ellos sus Memorias.

Hoy muchos están de acuerdo en señalar que sin el breve paso del papa Luciani por la sede de Pedro, no hubiera sido posible la elección del papa Wojtyla.

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