Una oración de santa Faustina, humilde apóstol de la Divina Misericordia de nuestro tiempo
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“Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos,
para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias,
sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla […],
a que mis oídos sean misericordiosos
para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y
no sea indiferente a sus penas y gemidos […],
a que mi lengua sea misericordiosa
para que jamás hable negativamente de mis prójimos sino
que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos […],
a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras […],
a que mis pies sean misericordiosos
para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo,
dominando mi propia fatiga y mi cansancio […],
a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo”
(Diario 163).
Esta oración de santa Faustina se la propuso el papa Francisco a los jóvenes para preparar la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia