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Cómo manejar las decepciones sin frustrarse

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 28/09/15

Cuando alguien me defrauda me da la oportunidad de ascender

A veces podemos ponernos como meta en la vida ser modelo para todos. Modelo por nuestras palabras, por nuestros actos. Creo que el ideal de nuestra vida no puede ser únicamente ser modelo para los demás.

Porque lo normal es que siempre defraudemos a alguien. No podremos estar a la altura de todo lo que los demás esperan de nosotros. ¡Cuántas veces vivimos tratando de no defraudar a nadie!

Ser modelo en todo se convierte en un deber ser que nos paraliza. Cumplimos expectativas, corremos de un lado a otro para llegar donde nos piden, damos más de lo que tenemos. Nos estresamos intentando cumplirlo todo bien. Pero una y otra vez no lo logramos. Caemos, acariciamos nuestra debilidad.

Jesús no nos pide que no defraudemos a nadie. Eso escapa a nuestro control y es parte de nuestro límite y del límite de los demás. Jesús mismo defraudó a muchos. No hizo todos los milagros que podía haber hecho, incluso no hizo algunos que le pidieron.

Defraudó con sus silencios. Defraudó con sus palabras. No dijo todo lo que esperaban que dijera. No fue aquel que los demás querían que fuera. A veces defraudamos porque no somos la persona que los demás quieren que seamos.

En esos momentos la imagen que tienen de nosotros y la realidad no coinciden. No porque la realidad sea peor. Simplemente no coincide con la que imagen que tenían de nosotros.

Defraudar no es lo que daña el alma de los que nos rodean. Es verdad que hace daño. Porque la expectativa no se cumple. No cumplimos de acuerdo a lo esperado. Le duele al que espera. Y nos duele a nosotros tal vez el orgullo, por no haber contentado a todos.

Nos libera saber que siempre va a ser así. Que habrá personas que se sientan defraudadas. Heridas al comprobar que no somos tan buenos como ellas pensaban. Eso no es escándalo.

Por eso creemos que tenemos que ser muy libres de lo que los demás esperan. Vamos a decepcionar a muchas personas. Tal vez podíamos hacerlo mejor. Tal vez no. O simplemente no somos como ellos pensaban que éramos. O querían más amor. O simplemente que les diéramos más tiempo.

Y no es posible. Y no somos ni nos comportamos como ellos querían. Y eso es muy habitual. Aunque duele al que espera más que a nosotros. La decepción en sí no es mala. Nos ayuda a subir más alto.

El otro día leía: “El problema radica, por tanto, es esa idea que nos habíamos hecho. Lo que decepciona, en consecuencia, son las ideas. El descubrimiento de la desilusión es nuestro principal maestro. Todo lo que me desilusiona es mi amigo”[1].

Cuando alguien me decepciona me da la oportunidad de crecer, de ascender hasta Dios. Para descansar en su corazón que nunca me decepciona, salvo que me haya hecho una idea equivocada de Dios mismo.

Entonces Dios también me decepcionará cuando la vida no sea como yo esperaba, mis sueños no se hagan realidad y no logre todo lo que esperaba de la vida. ¡Cuánta gente vive su vida decepcionada con Dios, con el mundo!

Soñaban más, esperaban más, deseaban más de la vida. Y no se conforman con lo que les toca vivir.

Vivir decepcionado es vivir lejos de Dios. Frustrado por mis propios deseos insatisfechos. Contrariado por una vida que no es como yo esperaba.

Jesús también vivió la frustración, tocó en el alma de los hombres la distancia que había con lo que Él soñaba. Pero subió siempre más alto. Se escondió en el corazón de su Padre. Amó al hombre que estaba tan lejos del sueño que tenía Dios para él. Nunca la decepción lo llenó de amargura y desesperanza. Siempre confió.

[1] Pablo D´Ors, Biografía del silencio

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