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De Bagdad a Baviera, la dramática odisea de una pareja iraquí y su bebé

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Aleteia Team - publicado el 19/09/15

A lo largo de su viaje extenuante, esta pareja, que así como miles de otros migrantes huyó de la violencia, tuvo la sensación de ser constantemente explotada

¡Finalmente! Ahmad y Alia consiguieron llegar a Alemania con su bebé de cuatro meses, dejando atrás las calamidades vividas por esta joven pareja iraquí, que vendió todo para huir de la guerra.

Un equipo de AFP los acompañó desde la frontera greco macedonia y cuentan ahora su historia.

Recién llegados a Baviera (sur de Alemania), los dos conmemoran el amanecer de una nueva vida.

En el confortable tren que los refugiados comparten con ejecutivos y turistas de Viena a Munich, Ahmad y Alia tienen motivos para reír después de la terrible odisea de una semana que los llevó de Turquía hasta Alemania, pasando por Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría y Austria.

Los dos esperan haber dejado atrás las dificultades al ver, en el mapa electrónico del tren, que estaban en Alemania, fuera de peligro.

“¡Lo conseguimos!”, celebró Ahmad, de 27 años, con una sonrisa que hace brillar sus grandes ojos marrones.

Él tuvo que vender la casa y la tienda de ropa que tenía en Bagdad para poder llevar a Alia, de 26, y al pequeño Adam a Europa.

La semana pasada, la pareja, originaria de Bagdad, huyó de la detención de una patrulla fronteriza, durmió a la intemperie, escapó de ladrones, negoció con traficantes sin escrúpulos, soportó un sol abrasador durante el día, con Adam viajando en una mochila para bebés, enfrentó el frío de la noche, e hizo filas durante horas para registrarse junto a las autoridades, sin recibir prácticamente ninguna asistencia.

El equipo de AFP acompañó a los jóvenes iraquíes a través de los Balcanes y más allá. En tren, autobús o a pie. Un viaje peligroso de 2.500 kilómetros en que testimoniaron lo peor del ser humano.

Al entrar en Hungría, contuvieron el aliento mientras seguían a los traficantes por campos iluminados apenas por la luna para evitar que el registro de sus dactilares comprometiera sus posibilidades de llegar a un país del norte de Europa.

En total, pagaron más de 9.000 euros (10.000 dólares) para llegar a Alemania, que decenas de miles de migrantes y refugiados consideran la tierra prometida.

“Sólo quiero una buena vida para mí y para mi esposa. Quiero vivir como gente, sin tensiones, sin stress, sin miedo”, dijo Ahmad, agotado, pero aliviado.

Vivir o morir juntos

La pareja tomó la decisión de huir de Irak en febrero de 2014. Diez días después de haberse prometido con Alia, Ahmad la llevó a cenar a un restaurante.

“Pero oí una explosión y las copas estallaron en nuestra cara”, recuerda Ahmad. Las cicatrices aún son visibles, sobretodo en el rostro de Alia, que se suele atar con un lazo el pelo color miel.

La bella joven es hija de un profesor universitario, pero los islamistas radicales le impidieron seguir estudiando.

“Cuando estaba en la escuela, fui atacada por hombres armados que amenazaron con matarme porque no usaba el hijab”, el velo islámico, explicó la joven, que vestía camiseta, pantalón vaquero y tenis color fucsia.

“Esperamos por lo menos que algunos de nuestros sueños se realicen”, comentó durante un viaje de autobús entre Belgrado y Kanjiza, cerca de Hungría.

Antes de iniciar el viaje, Ahmad intentó en vano obtener asilo en Estados Unidos. Los padres de Alia no querían que hiciera ese peligroso viaje, pero para ella, no había otra opción.

El día en que Ahmad vio el pesquero en ruinas que los llevaría de Turquía a Grecia, también quiso que la mujer se diera la media vuelta. Temía por su vida y la de su hijo.

“O vivimos juntos o morimos juntos”, dijo ella.

Pero casi se arrepintió una mañana en Budapest, cuando no lograban encontrar hotel por falta de documentos y hasta el miserable burdel a donde su intermediario intentó llevarlos estaba lleno.

“No puedo contarle a mi madre lo que estamos viviendo, sería un gran disgusto”, contó con lágrimas en los ojos.

A lo largo de su viaje extenuante, esta pareja, que así como miles de otros migrantes huyó de la violencia, tuvo la sensación de ser constantemente explotada

No sólo los traficantes se aprovecharon de ellos, exigiendo cuantías indecentes, sino también los vendedores de agua y meriendas cobraran precios extorsivos.

En el campamento de Presevo, en Serbia, falsificadores llegaron a vender permisos falsos supuestamente para saltarse un día de cola y la policía se negaban a atender los pedidos desesperados de los migrantes.

En una cafetería de Belgrado, Ahmad imploró a un contrabandista que llevara a su familia a Budapest. Pero el hombre, de origen argelino, se negó.

“¿No ha oído hablar de las 71 personas encontradas muertas en un camión? No acepto a nadie con bebés”, dijo.

Ahmad, Alia y Adam finalmente llegaron a la capital húngara de autobús y luego fueron llevados hasta la frontera por un traficante que les dijo que cruzaran a pie.

Seis de sus compañeros de viaje fueron detenidos, pero ellos consiguieron escapar. Seguro de que su padre estaba jugando, el pequeño Adam reía, mientras Ahmad corría.

Sin leche materna

El stress de vivir como una forajida y el hambre hicieron que, un día, Alia dejara de producir leche. ¡Alia no comió y por eso no pudo amamantar a Adam”, dijo Ahmad, al contar que no podía soportar ver a su hijo llorar.

Pero el éxodo también dejó un lado positivo. “Cuanto más duro se hacía el viaje, más se fortalecía nuestra relación”, explicó Alia.

Cuando llegaron a Viena, la primera ciudad donde la pareja no se sentía perseguida, tuvieron que pensar a dónde ir. Hasta entonces, habían corrido sin saber muy bien a dónde, intentando compensar el cansancio con la energía.

Después de dudar un poco, decidieron seguir el viaje a Colonia, en Alemania, donde vive la hermana de Ahmad. Entonces decidirían si quedarse en Alemania o ir a Holanda, donde los dos tienen familia.

En la estación de tren de Viena, Alia y su marido dividieron un kebab. Casi pudieron saborear el final feliz con el que soñaban y la inminencia de un encuentro con sus familiares.

Pero el viaje tuvo un sabor agridulce en Munich, donde tuvieron que cambiar de tren.

No había una multitud efervescente, sólo el silencio cuando fueron detenidos por la policía alemana, llevados a una oficina improvisada para registrarlos y, de ahí, fueron a parar a un siniestro albergue temporal.

Ahmad hacía de tripas corazón, mientras abrazaba y besaba a Alia. Ella, sin embargo, rompió en llanto frente a este final inesperado. “Todo irá bien”, le dijo el marido.

No es un hotel

Al hablar del campamento a través de la aplicación Viber, Ahmad parecía darse por vencido por primera vez.

“Todo esto está lleno, somos dos familias en un cuarto minúsculo y seguimos usando la misma ropa con la que llegamos”, dijo.

Alia intentó negociar un espacio mejor, pero un funcionario le respondió: “Esto no es un hotel”.

Debido al gran número de refugiados y mirantes que llegan a Alemania, tal vez se pasen meses antes de que la familia tenga un lugar que pueda llamar hogar.

“Pensaba que podríamos descansar, pero parece que aún tenemos un largo camino delante”, dijo Ahmad.

“Gracias a Dios, lo logramos”, finalizó, considerándose un afortunado, a pesar de todo.

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