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No es fácil ser madre

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Editora Cléofas - publicado el 18/09/15
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Tú tienes el primado del corazón

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En este mundo que se agita en un mar de violencias y guerras, no podemos dejar de recordarte, precisamente porque aún eres la mayor reserva de amor que Dios quiso en este mundo. Tú, ¡oh madre! tienes entre los hombres el primado del corazón.

Ni los rascacielos más altos, ni las computadoras más potentes, ni los aviones más veloces, pueden ser comparados a la belleza trascendente de tu mirada y al sentimiento incomparable de tu corazón.

Madre, fuiste creada no sólo para dar vida a los hombres; mucho más que eso, para sembrar el amor entre ellos, y darle al mundo un rostro humano.

El mundo necesita aprender contigo, antes de que sea tarde, la lección de perdón sin límites, de compasión que te hace sufrir solidaria, de bondad que supera toda envidia, de paciencia que vence toda inquietud, de amor que vence todo odio y que es más fuerte que la muerte.

Estamos agradecidos con Dios por crearte y te dio como regalo a cada uno de nosotros. Tu belleza es grande porque en ti es grande la intensidad del espíritu que penetra la materia.

Sobre todo, madre, queremos reconocer y agradecer por la gratuidad de tus buenas obras. Eres como la raíz del árbol, siempre escondida, pero siempre promoviendo el crecimiento de las ramas y los frutos.

Dijo alguien que “el placer de la abeja es chupar la miel de la flor, pero el placer de la flor es entregar la miel a la abeja”. Sé que así eres, madre.

Mirándote aprendemos a dar gracias a Dios todos los días.

Y si acaso alguien no reconoce tu valor, o no retribuye con gratitud tu amor que nunca acaba, que sepas que el Creador te ve. Madre, más que antes, necesitamos mucho de ti.

La madre está por encima del bien y el mal. La madre tiene una autoridad espiritual sobre su bebé, la madre renuncia, la madre pide todo el día a Dios que interceda por sus hijos. Lo consagra todo a Nuestra Señora y a los ángeles. A veces no tiene tiempo ni de ducharse, de hacerse las uñas y arreglarse el pelo. La madre vive para el hijo. Ella en último lugar.

La madre, después de que el hijo sale de su vientre, detiene su mente, y de ahí no sale nunca más.

La madre no tiene un interés mayor que no sea el bienestar de su hijo. La madre sabe la fecha de cada vacuna, pero sufre con la fiebre, la madre se despedaza en mil con el llanto. La madre acaricia al bebé, hace piruetas para ganar una risita.

La madre enfrenta un ejército… de salto alto y de pecho abierto. Si todo falta, la madre estará junto a su hijo.

Es tan bueno tener madre que Jesús ofreció a su madre para que fuera nuestra madre espiritual, guía para Dios. Ricardo de San Víctor dijo: “El nombre de María cura los males del pecado con más eficacia que los ungüentos más buscados. No existe enfermedad, por desastrosa que sea, que no ceda inmediatamente a la voz de este bendito nombre”.

Alguien dijo que el nombre de María desarma el corazón de Dios. No existe pecador, por más criminal que sea, que lo pronuncie en vano. El nombre de María abre el corazón de Dios y pone todos los tesoros de Él a disposición del alma que lo invoca. San Bernardo la llamó “omnipotencia suplicante”.

Es tan bueno tener madre que hasta el Hijo de Dios, el Verbo divino que nada necesita, quiso tener una madre. Ella lo acompañó del pesebre a la cruz. Fue su consuelo, su ayuda humana más importante.

Ella es el modelo de todas las demás madres: humilde, servicial, disponible, paciente, desapegada de todo, pura, bella, santa, inmaculada, bondadosa, tierna, compasiva, valiente… silenciosa. Amar y sufrir, amar es darse, amar es decir No a sí mismo para decir Sí al otro. Amar es ser madre.

Alguien dijo un día que “ser madre es sufrir en el Paraíso”. Nada hace sufrir tanto como los dolores del hijo, pero nada la alegra tanto como su sonrisa. No hay figura más dulce y bella que la madre, gestora y educadora de la vida. Si es bello y noble construir casas, coches, computadoras… ¿qué más noble que generar y construir un ser humano, imagen de Dios?

Felicidades a todas las madres, las que generaron a sus hijos en el vientre, o en el corazón. Gracias por tu vientre que nos acogió, y no nos rechazó, y generó en nosotros la vida. Gracias por las noches sin dormir, por las lágrimas derramadas, por las luchas de cada día, por el pan de cada día, por la cama siempre hecha, la mesa siempre lista, el hogar siempre cálido por tu calor. Eres, de hecho, el sol de la familia, tienes el primado del corazón.

 

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