Un libro para este verano
"Aunque camine por valles oscuros,
nada temo, porque Tú estás conmigo;
tu vara y tu cayado me sosiegan".
Son palabras del salmo 23, un canto que tenía grabado a fuego en la mente Walter J. Ciszek, el jesuita norteamericano condenado 15 años en el Gulag, un sistema penal de campos de trabajos forzados en la antigua Unión Soviética. A pesar de sufrir unas circunstancias inhumanas, aprendió a convertirlo todo en un valor positivo que le mantuvo al lado de Dios.
Caminando por valles oscuros. Memorias de un jesuita en el Gulag es otra obra maestra de Ediciones Palabra, escrita por el propio Walter J.Ciszek, sacerdote estadounidense de origen polaco, perteneciente a la Compañía de Jesús. ¿Cómo logró sobrevivir al Gulag? Su respuesta ha sido siempre la misma: "la Divina Providencia".
Nuestro protagonista entró en Rusia junto con otras 25 personas en el vagón 89725, procedente de la ciudad polaca de Al’Bertin que había sido tomada por el ejército rojo. Su objetivo, difundir la palabra de Dios en Rusia. Sin embargo, al poco tiempo de establecerse en la ciudad maderera de Teplaya Gora, fue descubierto y detenido por la policía secreta.
Acusado de espionaje fue trasladado a la temida prisión moscovita de Lubianka, donde permaneció durante los años de la Segunda Guerra Mundial para ser condenado posteriormente a 15 años de trabajos forzados en los campos de prisioneros de Siberia. Finalmente, en 1963, fue intercambiado por dos espías rusos y pudo volver a Estados Unidos.
Este libro de Ediciones Palabra lo escribió él mismo con la ayuda inestimable de su amigo Daniel L. Flaherty. En él nos desvela la razón de su supervivencia –el total abandono a la voluntad de Dios– y da testimonio de su vida de oración, gracias a la cual venció la soledad, el dolor, el miedo y la desesperación que padeció en la cárcel y en los campos de trabajos forzados.
Es un extraordinario testimonio de fe del que todos podemos sacar partido, un relato íntimo y profundamente conmovedor de una esperanza inquebrantable que nunca llegaron a desfallecer, y de un amor que –como el de Cristo– se extendió también a quienes le perseguían. Por todo esto, en 1990 se abrió su proceso de beatificación y se le concedió el título de Siervo de Dios.