El cardenal Dziwisz recuerda la actitud del papa Wojtyla: le impresionaban los frutos espirituales de ese lugar
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Ya es escandaloso que saliera ese libro [el autor se refiere a Por qué es santo, de Slawomir Oder, sobre Juan Pablo II, n.d.t.], sobre todo antes de la beatificación. Y que el libro contuviese los textos – destinados a permanecer secretos – de algunas “deposiciones” recogidas en el tiempo del proceso canónico; y de las cuales, por añadidura, se tenía la impresión de que algún testigo, aunque de buena fe, acabara por mostrar su propio pensamiento y no el de Juan Pablo II.
Pero para el cardenal Stanislao Dziwisz, ex secretario particular del Papa y ahora arzobispo de Cracovia, fue aún más escandaloso que, sobre la base de una frase dicha confidencialmente por Wojtyla a un amigo polaco, y después referida en el proceso, se entendiera una presunta aprobación pontificia de los hechos de Medjugorje.
Recuerdo aún la reacción de Dziwisz, cuando le comuniqué la noticia por teléfono. “¡No! ¡No! ¡No es verdad! ¡Las cosas no fueron así!”. Dos años después, en el libro “He vivido con un santo”, volvió sobre el tema de Medjugorje.
Explicó que, dado que “el ejercicio del servicio petrino exigía un continuo discernimiento espiritual, especialmente en las cuestiones difíciles”, el Papa había confiado el problema por entero a la Congregación para la doctrina de la fe.
Después, el cardenal entró también en la cuestión: “…tengo que decir que el Santo Padre estaba impresionado por el espíritu de oración, de penitencia y de conversión que caracterizaba la peregrinación de los fieles a la Madre de Dios. Sin embargo, siempre conservó una prudente distancia. Y, por esto, no recibió en audiencia a los ‘videntes’”.
Me impresionaron en seguida dos puntos de aquel comentario. Ante todo, que el Papa estuviera impresionado positivamente por el gran número de personas que iban a Medjugorje; y, más aún, que iban a rezar, a volver a empezar a rezar, y de donde a menudo se volvían c onvertidos.
Y después, esa referencia a la “Madre de Dios”. Como diciendo que, todo ese fervor espiritual, ese transformarse de Medjugorje – independientemente de cómo hubiera iniciado – en un lugar de oración, todo esto no se habría podido concebir, ni menos explicar, sino con una “presencia”. ¡Esa “presencia”!
Y aquí, claramente, se advertía toda la piedad mariana de Karol Wojtyla. El Papa que se consideraba milagrosamente salvado por la Virgen de Fátima, el día en que Alí Agca le apuntó con su pistola para matarlo. “Una mano disparó y otra guió la bala”.
Y, antes aún, el joven polaco que, en Czestochowa, había aprendido a ser un hombre de “gran confianza”, a “no tener miedo”. Y más tarde, de sacerdote y de obispo, iba a Jasna Gora porque – decía – allí delante de la imagen de la Virgen Negra se podía sentir cómo latía el corazón de la nación en el corazón de su gran protectora.
Pero había también otro punto interesante, en el comentario escrito por el cardenal Dziwisz: y era el de haber puesto la palabra videntes entre comillas. ¿Qué significaba eso? Se lo vuelvo a preguntar hoy.
– Eminencia, ¿había algún motivo particular?
Era solo para acentuar esa ‘prudente distancia’ que el Santo Padre quería mantener hacia el tema, mientras era examinado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, y también en relación a los videntes.
– Una de las videntes, Mirjana, cuenta que tuvo una conversación privada con Juan Pablo II, y que él le habría dicho que “si no fuera Papa ya habría ido a Medjugorje”.
Puedo excluirlo de la forma más absoluta. Dicen que una de las videntes, pero no se sabe si fue esta Mirjana, o la otra, Vicka, vino un día a la audiencia general, quizás acompañada por alguno, y haya saludado al Santo Padre mientras pasaba. Pero no le dijo nada, de lo contrario él se habría acordado, y sobre todo el Papa ni siquiera entendió quién era.
– En todo caso, no quiso recibirles en audiencia.
El Santo Padre, por prudencia, creía que era mejor así. Pero créame, no tenía nada contra las personas. Y de hecho, yo nunca escuché, ni en privado, una sola palabra de condena, ni hacia esos hechos ni hacia las personas implicadas. Sólo quería que todo fuese examinado para bien, con serenidad y equilibrio. Y después, se lo he dicho, el Santo Padre estaba profundamente impresionado por los frutos espirituales tan abundantes que se producían en Medjugorje.
– ¿Y usted personalmente?
He tenido a menudo contacto con grupos de personas, y sobre todo de jóvenes, que iban allí, y después volvían distintos, cambiados por dentro, más serenos, más convencidos de lo que creían.
– ¿Y los videntes?
No me permito juzgar. Quizás haya habido poca seriedad en ciertos comportamientos. Pero por lo demás, según la idea que me he hecho de él, debo considerarlo un lugar de oración. ¡Excepcional! Sí, un lugar donde rezar. Y donde escuchar. ¡Allí hay Alguien que habla! ¡Habla al corazón de todos!.
Aquí acaba la conversación con el cardenal Dziwisz. Y, aunque no fuera intención de “don Stanislao”, sus palabras ayudan de alguna manera a sugerir cuál podría ser el pronunciamiento papal: es decir, decidir subrayar la distinción entre las “apariciones” (de las cuales no consta aún de modo claro su carácter sobrenatural) y el “lugar”, que en cambio está dando, con abundancia y constancia, grandes frutos espirituales.
Es decir, como decía Dziwisz, un lugar de oración. Por tanto, un lugar que podría hacer de “inicio”, favorecer un despertar del sentido de lo sobrenatural; y que, sin embargo, debería conducir al fundamento de la fe, al único verdadero “signo” que cuenta, el de Jesús crucificado y resucitado.