La Iglesia ha preferido siempre el arte figurativo para expresar lo sagrado, pero ¿podría ser sacro también el arte abstracto?1. Todo arte es, en cierto modo, “religioso”, pero no todo arte es “sacro”.
Toda forma de arte puede ser entendida en su sentido profundo como una respuesta “religiosa” a las preguntas fundamentales de la vida. Pero lo religioso no es ciertamente lo sagrado, ni mucho menos lo sacro cristiano.
Sin duda, una poesía de Giacomo Leopardi o de Georg Trakl, así como una novela de Robert Musil o de Franz Kafka poseen un contenido religioso, expresan la búsqueda de una respuesta a los interrogantes humanos e ineludibles de la existencia.
No sólo la poesía o la literatura, sino toda forma artística tiene, en sí misma, la posibilidad de expresar un sentimiento religioso.
En la escultura, en la pintura, incluso en toda nueva disciplina artística inventada en las últimas décadas, en todas se puede expresar, de alguna manera, lo humanum, es decir lo que concierne al ser humano, y así también en las obras de arte abstracto. Incluso podemos decir que todas las artes se pueden reconducir a una tensión que puede, sin duda, ser definida como “religiosa”.
En la expresión artística contemporánea, prevalece la expresión del elemento subjetivo e individualista. La religiosidad de la obra artística está íntimamente conectada con la expresión de la subjetividad, del “yo”.
En especial, la dimensión que prevalece en la pintura abstracta es la expresión subjetiva del sentimiento, de los movimientos del alma, del ensordecedor ruido en la oscuridad del corazón o de la brisa ligera de la serenidad, de la alegría contagiosa de un corazón que salta o del delirio de la locura.
Es esta condición de expresión subjetiva de los sentimientos la que inserta por derecho a la pintura abstracta entre las posibles variaciones del arte religioso, pero también es esta condición la que la hace incapaz de expresar lo sacro cristiano.
El arte sacro cristiano, de hecho, existe para proclamar la verdad del Evangelio, para alabar al Señor, para servir a la liturgia sacra. Estas finalidades no pueden ser dirigidas por las formas abstractas, sino que exigen -como muestra la larga tradición del arte cristiano- un arte bello, universal, figurativo y narrativo.
De hecho en las artes no puede haber contradicciones o disonancias entre las formas expresivas y el contenido expresado
Referencias:
La especificidad del arte sacro.
2. El arte sacro se distingue del arte religioso en que está íntimamente ligado a la liturgia.
La distinción entre arte religioso y arte sacro está detallada con mucha claridad en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, del Concilio Vaticano II: “Entre las actividades más nobles del ingenio humano se cuentan, con razón, las bellas artes, principalmente el arte religioso y su cumbre, que es el arte sacro”(n. 122).
Entre las bellas artes (es decir las que no tienen como finalidad principal la utilidad, como por ejemplo las producciones artesanales de utensilios) destaca el arte religioso, es decir un arte que expresa un sentimiento religioso.
Recordemos brevemente que “religión” es una virtud ética, humana, que forma parte de la virtud cardinal de la justicia y es, precisamente, la justicia en el ejercicio del culto debido a Dios [1].
Podremos decir que es arte religioso el que expresa un sentimiento humano de búsqueda de Dios, la necesidad de infinito que el hombre alberga en sí mismo, la desazón y a veces, la desesperación al no encontrar nada que satisfaga esta necesidad, o también la convicción de que se debe agradecer a alguien por el mismo hecho de que las cosas existan… lo cual puede existir en todas las artes independientemente de la fe del artista.
En la cumbre del arte religioso está el arte sacro. El arte sacro, sin embargo, no es simplemente la expresión de la dimensión religiosa de todo hombre, sino que está íntimamente conectado a la fe. Vive en ella y por ella. La fe es una virtud teologal porque es emanación de la gracia santificante, teniendo a Dios como objeto directo y como motivo [2].
La dimensión sagrada del arte, se explica en referencia a la “sacralidad” del rito. El adjetivo “sacro” se atribuye sobre todo al culto, a los ritos, a los lugares “sacros”
La dimensión sacra del arte, de hecho, se explica con la referencia a la “sacralidad” del rito. El adjetivo “sacro” se atribuye, antes que nada, al culto, a los ritos, a los lugares, precisamente, “sacros” y, consiguientemente, al arte “sacro” y a sus obras.
El arte religioso se convierte en “sacro” cuando se destina al culto sagrado, al lugar sagrado , para que “sirva con la reverencia debida y el honor que merecen las exigencias de los edificios y los ritos sagrados” (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 123).
Por tanto, el arte sacro es integralmente arte, pero encuentra su razón de ser en la sacralidad del rito al que se destina y que la conforma desde dentro, para que se destine íntimamente e internamente a la sacralidad, espejo de las verdades de fe, celebraciones y liturgias.
El arte sacro se distingue, por tanto, del arte religioso por este vínculo íntimo con la liturgia; el arte sacro es “un arte adecuado a la liturgia” [3]; el vínculo con la liturgia es posible gracias a la fe.
En la Exhortación Sacramentum Caritatis, Benedicto XVI analiza el “profundo vínculo entre la belleza y la liturgia”, destacando la especial finalidad de las artes sacras: “A este respecto, se ha de tener presente que el objetivo de la arquitectura sacra es ofrecer a la Iglesia, que celebra los misterios de la fe, en particular la Eucaristía, el espacio más apto para el desarrollo adecuado de su acción litúrgica […]. La iconografía religiosa se ha de orientar a la mistagogía sacramental” (nn. 121, 123-125).
Me parece clarificador proponer una definición de arte sacro añadiendo a la clásica definición de arte propia de la tradición aristotélica-tomista “Ars est recta ratio factibilium”, la dimensión de la Fides implicada en la sacralidad, es decir “Sacra Ars est Fides et recta Ratio Factibilium”.
Referencias:
Santo Tomás de Aquino Summa Theologiae, q. 81, a. 8.
Santo Tomás de Aquino, Super Boethii De Trin., q. III, a. 2, resp.
J. Ratzinger, Opera omnia. Teología de la liturgia, Parte A: “El espíritu de la Liturgia”, cap.III: “Arte e liturgia”, Ciudad del Vaticano 2010, vol. XI, p. 132. El arte sacro auténtico.
3. Como confirma la tradición del arte cristiano, el arte sacro debe ser bello, universal, figurativo, narrativo.
La finalidad litúrgica, íntimamente cristocéntrica, del arte sacro implica ciertas características que, aunque moduladas de formas distintas, son recurrentes en la tradición del arte sacro cristiano.
De hecho el sistema del arte cristiano, dentro del cual los diferentes estilos (románico, gótico, barroco, neoclásico, etc..) constituyen modulaciones armónicas y no disonantes, parece dotado –de acto y de razón- de al menos cuatro características fundamentales, que tienen que ver específicamente con la pintura: la universalidad, la belleza, la figuración y la narración.
Todo arte clásico tiene que ser, antes que nada, universal. La amplitud con la que puede acoger estilos distintos consiste precisamente en la universalidad del mensaje “católico”.
Como la pluralidad de ritos se da en el interior de una única acción litúrgica eclesial, así muchos estilos se configuran no como soluciones excéntricas y aisladas, sino como difuminados de una única lengua que se habla en muchos tonos distintos.
Al neotribalismo poscontemporáneo se opone la universalidad del arte sacro perenne, capaz de hablar en un lenguaje potencialmente comprensible para todos los hombres, en cuanto que se basa en las facultades y perfecciones naturalmente poseídas por los hombres y en los dones teologales donados para la salvación de todos.
Otro aspecto que no se puede suprimir del arte cristiano es la belleza. El arte sacro ha de ser bello, porque la belleza es el aspecto mediador entre lo visible y lo invisible, tarea que constituye la identidad principal de la pintura sacra. Modelo de toda belleza es la Belleza divina de Jesús.
Benedicto XVI lo precisa con mucha claridad: “Con gran frecuencia vemos que se cita a Dostoievski: “La belleza nos salvará”. Pero muchas veces se olvida que el gran autor ruso se refería a la belleza redentora de Cristo […] Y nada nos pone más en contacto con la Belleza de Cristo que el mundo de la belleza creado por la fe” [1]. La Belleza es, por tanto, el aspecto visible de la acción creadora y redentora de Dios, y las artes sacras construyen “el mundo de lo bello llevado a cabo a través de la Fe”.
A esto le sigue otra característica central de las artes sacras: la figura. El arte sacro de todos los tiempos se basa en una opción fundamental que Carlo Chenis llamó “la opción figurativa”. Esta influye en todas las artes y especialmente en el arte de la pintura.
La base de lo figurativo de la pintura sacra es cristocéntrica, como está escrito en el Catecismo de la Iglesia Católica: “Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado. Por eso se puede “pintar” la faz humana de Jesús (Ga 3,2).
En el séptimo Concilio ecuménico, la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes sagradas”. (476). La pintura cristiana nace del hecho misterioso de la Encarnación del Verbo Divino, y es originalmente figurativa, porque el Cuerpo de Cristo es un cuerpo real.
El arte pictórico sacro debe expresar una visión del mundo en la que en el centro de la realidad creada y redimida esté la Encarnación. Como recordaba el cardenal Ratzinger, “la total ausencia de imágenes no es conciliable con la fe en la encarnación de Dios” [2].
El realismo figurativo es, por tanto, una característica insuprimible del sistema del arte cristiano, y no es una elección estilística; esto quiere decir que todos los estilos figurativos son, en principio, potencialmente compatibles con el sistema de arte cristiano, mientras que todos los sistemas que rechazan la figura (abstracto, informal, arte pobre, action painting,…) son totalmente incompatibles.
Desde esta perspectiva, se le pide al artista cristiano un compromiso especial, el de representar la realidad creada y, a través de ella y en ella, aquel “más allá” que la explica, la funda y la redime. Chenis destaca la capacidad de lo figurativo de expresar en la imagen su significado: “Con lo figurativo se alcanza la realidad, donde también se indica el misterio” [3].
También Cornelio Fabro, en una reflexión sobre un gran artista como Tiépolo, aporta un interesante énfasis de cómo lo figurativo puede llegar más allá de la misma figura: “El arte cristiano, que se ilumina a través de la fe como este de Tiépolo, llega más allá de la filosofía, porque mira a Cristo con los ojos del amor y sabe expresar en la figuración, la trascendencia de una esperanza de supremo consuelo que se ofrece a todos los hombres” [4].
La pintura figurativa viene exigida necesariamente por la finalidad litúrgica del arte sacro; de hecho “la imagen de Cristo es el icono litúrgico por excelencia” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n.240) y la “iconografía cristiana transcribe, a través de la imagen, el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite por la palabra. La imagen y la Palabra se iluminan mutuamente” (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1160).
En lo figurativo, por tanto, se concreta plenamente el sistema artístico que se nutre de la fe y es un sistema que busca constantemente adaptarse a lo que Jesucristo revela y enseña.
Referencias:
Benedicto XVI, La cruz y la nueva “estética” de la fe, y en P. Iacobone, E. Guerriero (a cargo de), La noble forma. La Iglesia y los artistas en el camino de la belleza, San Pablo, Cinisello Balsamo (Milán) 2009, p.167.
J. Ratzinger, Opera omnia. Teología de la liturgia,
Parte A: “El espíritu de la Liturgia”, cap. III: “Arte y liturgia”, Ciudad del Vaticano 2010, vol. XI, p. 129.
C. Chenis, Fundamentos teóricos del arte sacro. Magisterio postconciliar, Roma 1991, pp. 154-155.
C. Fabro, La tempra di un padre della Chiesa, en Un encuentro con Cornelio Fabro, Ediciones del Verbo Encarnado, Segni 2006, p. 6.
Enlace:
Las imágenes sagradas y el Magisterio de la Iglesia.
4. El arte abstracto de Kandinsky, expresión de una forma de espiritualismo gnóstico, no puede ser considerado sacro de ninguna manera.
Quisiera ofrecer un análisis específico de un artista abstracto, a menudo equívocamente interpretado como exponente de un arte profundamente cristiano.
Antes que nada Kandinsky excluye explícitamente el “cuerpo” de su horizonte artístico. El título de su tratado artístico de 1926 es “Punto, línea, Superficie” [1], y pone distancia inmediatamente del “Primer principio de la pintura” propuesto por Leonardo en su Libro de Pintura consistente en “punto, línea y cuerpo” [2].
Es interesante considerar que la aparente concordancia de composición, en el llevar la pintura a los elementos de la realidad visible, encuentra un límite radical en la ausencia del cuerpo.
En el texto de Kandinsky la realidad parece estar reducida a su propia descomposición, a una conglomeración de puntos, líneas, superficies, limitada en el espacio bidimensional.
Mucho del arte del s.XX, no sólo el de Kandinsky, podría ser interpretado en los términos problemáticos de un “descuido” del cuerpo, lo que significa, en una perspectiva realista -como, por ejemplo, la de tipo leonardiano-, el descuido de la realidad concreta o el abandono de la evidencia.
Kandinsky escribe: “La opinión dominante hasta hoy, de que sería fatal descomponer el arte porque esta descomposición llevaría inevitablemente a la muerte del arte, deriva de la sobrevaloración ignorante de los elementos en sí mismos y de sus fuerzas primarias”.
En otro momento vuelve a decir: “La pintura, de modo particular en el transcurso de las últimas décadas, ha realizado un fabuloso salto adelante, pero sólo recientemente se ha liberado de su significado práctico y de algunas de sus anteriores posibilidades de aplicación”.
Esta voluntad de descomponer en partes elementales primarias, y de desvincularse de todas las anteriores posibilidades de representación o bien aplicaciones, denuncia el hecho importantísimo de que no es el arte de la pintura el que se ha desarrollado y ha progresado hacia un éxodo “maduro”, sino que en realidad, se han cambiado los motivos y los fines.
De hecho, el mismo Kandinsky escribe que la pintura “sólo ahora ha llegado a un punto en el que exige, absolutamente, un examen preciso y puramente científico de sus medios pictóricos, en función de su objetivo pictórico”.
Es decir, la pintura, en su opinión, no tendría más objetivo que la pintura, el de de expresar ese mundo de emociones individuales “internas”. Según Kandinsky, ese sería el único y verdadero objetivo a tener en cuenta.
Si el “cuerpo” es, por tanto, según la tradición del arte cristiano, el verdadero protagonista de la obra pictórica, para Kandinsky, sin embargo, el verdadero protagonista de la pintura es la misma pintura y el mundo interior de las emociones “abstractamente” retratadas.
La motivación más profunda del rechazo del cuerpo por parte de Kandinsky se encuentra en la fisonomía “espiritual” que él mismo asigna al arte. Es necesario destacar que con el adjetivo “espiritual”, Kandinsky no pretende hacer referencia al Espíritu Santo y ni siquiera a la “espiritualidad” cristiana.
De hecho la teoría de Kandinsky está explícitamente subordinada a una visión del mundo de tipo espiritualista, ligada a las teorías de la teósofa Elena Petrovna Blavatskij [3] y del antropósofo Rudolf Steiner. Kandinsky, por tanto, se adhiere totalmente al pensamiento gnóstico teosófico y el espiritualismo se convierte en el motor de un tipo de tendencia visionaria profética: “Ya ahora estamos cercanos al tiempo de la creación que tiene un objetivo. El espíritu en la pintura, finalmente, tiene una relación directa con la construcción, ya comenzada, del nuevo reino espiritual. Porque este espíritu es el alma de la época de la gran espiritualidad”. [4]
Referencias:
W. Kandinsky, Punto línea superficie. Contribución al análisis de los elementos pictóricos [1926], trad. it., Adelphi, Milán 1968, 1986. Este ensayo es una “prosecución orgánica” (como escribe el mismo Kandinsky en el “Prefazione”) de Lo espiritual en el arte [1912], SE, Milán 1989.
R. Papa, La “ciencia de la pintura” de Leonardo. Análisis del “Libro di pittura”, prefacio C. Pedretti, Ediciones Medusa, Milán 2005.
H.P. Blavatzky, La clave de la teosofía [1889], Ediciones Teosofiche Italiane, Vicenza 2009.
W. KANDINSKY, Lo espiritual en el arte, SE, Milán 1989. ¿Qué relación hay entre la religión y el sistema artístico?