“Me gustaría ver la conversión de tantos que no creen y se alejan…”¿Cuál es la misión a la que Jesús hoy me llama? Es Jesús quien envía a los discípulos. Me gustaría siempre saber que es Jesús quien me envía a mí. Tener la certeza de que es Él el que me pide que vaya a los hombres. Que me espera a la vuelta. Que reza por mí en mi misión. Que va conmigo en mi corazón.
Dejar la casa, la tierra, lo seguro y lo fácil, para acercarme a los hombres, para tocar puertas. Me cuesta. A veces prefiero que la gente se acerque a mí. Prefiero cuidar a los que Dios me ha confiado, a los que conozco, a los que ya tengo en el redil.
Prefiero mi rutina. Peinar ovejas, como nos dice el Papa Francisco. Pero la misión es mucho más amplia y hay que ser capaces de abandonar la comodidad.
¿Cuál es la misión a la que me envía Jesús? ¿La conozco? ¿Me dejo espacio interior para descubrir su voz en medio de mi vida ajetreada y escuchar dónde me envía? ¿Para qué me necesita y dónde?
Quizás me cueste ver caminos nuevos, personas nuevas, etapas nuevas. Dejar lo cómodo y conocido para mí y salir de mi zona de confort. Exige audacia y valentía. A veces me falta. Lo que es aventura, donde no me siento tan seguro.
Y muchas veces, vivo, dejo pasar los días, y no sé dónde me envía Jesús. Qué es lo que quiere que yo regale a otros.
Una persona rezaba:
“Me gustaría ver la conversión de tantos que no creen y se alejan. Me gustaría abrazar la vida con mis manos rotas, en mi barca rota. Me gustaría inventarme un paisaje. Crear un mundo real. Inventarme sonrisas, dibujar alegrías.
Sí, me gustaría hacer tantas cosas y dejar de hacer otras. Atar y desatar. Andar y desandar. Correr y parar. Hablar y callar. Con calma, sin sobresaltos. Esperando a que la vida se vuelva camino libre.
Quiero inventarme un seguro, para caminar sin miedo. Y luego veo que el seguro sólo se me da si creo.
Si no creo, ando atando cabos, sujetando las riendas de la vida, esperando el tiempo exacto, esperando a que las cosas sean lo que nunca han sido. Esperando a que esté todo claro. Caminando despacio por miedo a caerme.
Me falta fe. Esa fe de los niños que no temen las sorpresas, que cabalgan seguros, que deambulan errantes. La confianza ciega en que un paso con miedo equivale a un salto audaz. Cada mañana, cada noche”.
Jesús nos llama a nosotros, nos invita a colaborar con Él. Nos llama a acompañarlo y a conocerlo más íntimamente. Esa misma llamada que hizo a los doce, hoy nos la hace a nosotros. Nos invita a estar cerca de Él. Nos llama por nuestro nombre. A cada uno.
Espera nuestro sí audaz. Allí donde Él me quiere. Me pide que vaya a anunciar la plenitud, el amor, la vida verdadera. Me pide que vaya a sanar heridas. A liberar a los endemoniados. A los que han perdido el norte. A dar la paz al que está lleno de violencia.