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Dejando Huella

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Centro de Estudios Católicos - publicado el 09/07/15
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Vale la pena vivir dando el máximo de nuestras capacidades

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Las personas tienen un deseo intrínseco de dejar una huella en su entorno y ser significativas para los demás. Si bien este dinamismo de despliegue es positivo, puede generar ciertas distorsiones cuando no está encaminado rectamente.

En el ámbito del trabajo existe una presión muy fuerte de orientación a logros y resultados, lo cual puede contribuir a identificar el valor personal en función del cumplimiento de metas medibles y verificables, generando ciertas distorsiones tales como: ansia desmedida de reconocimiento, autoafirmación en logros y éxitos personales, miedo excesivo al fracaso y desaliento cuando no se alcanzan metas profesionales.

Es muy común que los trabajadores pongan su valoración en su capacidad productiva, y si no logran resultados en la organización, ponen en tela de duda su valía como personas. Esto sería tan ridículo como si viéramos a un millonario pidiendo limosna por no ser consciente de su riqueza.

Cada persona tiene una serie de dones y talentos, únicos e irrepetibles, que han sido puestos gratuitamente por Dios para dar frutos abundantes en su propia vida y en las demás personas. Por ende, somos responsables de usar rectamente esas riquezas interiores, que van más allá de lo que los demás pueden ver o medir. Cabe preguntarnos si somos conscientes de dichos talentos personales, la manera como los estamos usando, y la forma de ayudar a otros a descubrir y fortalecer dichos dones.

Los líderes de la organización deben ser capaces de captar esas riquezas interiores como son la capacidad de entrega, servicio, afabilidad, perseverancia y alegría, que son un verdadero oasis en la vida de la institución.

Si cada persona en la empresa tiene esta mirada profunda hacia la propia realidad y la de los demás, se podrá construir una verdadera comunidad de personas, entendiéndose como un cuerpo, en el cual cada miembro es necesario y complementario, y cuya salud aporta al bienestar de todo el conjunto.

Lo que hagamos o dejemos de hacer nadie lo podrá suplantar. Vale la pena vivir dando el máximo de nuestras capacidades y posibilidades en las circunstancias concretas con tal entrega e intensidad como si fuese el último día de nuestras vidas.

Carlos Muñoz Gallardo

Artículo originalmente publicado por Centro de Estudios Católicos

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