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Comunícate de verdad

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 27/06/15

¡Cuánta soledad hay en el hombre! Nos cuesta mucho contar a los demás lo que vivimos en el corazón.

¡Cuánta importancia tiene en la vida la comunicación! Hoy es necesario aprender a comunicarse. Dar a conocer lo que uno tiene.

Las empresas necesitan un community manager que les ayude a anunciar sus productos. Es aquel que promueve la marca en los medios sociales. Para saber lo que uno tiene es necesario darlo a conocer, que los demás sepan. Transmitir lo que tengo y lo que soy.

Pero a menudo falla la comunicación. A lo mejor las redes sociales nos han unido. Han hecho que las noticias lleguen con más rapidez a todos. Internet nos une en una red de comunicación. Parece que nos sabemos comunicar muy bien. Colgamos millones de fotos en Instagram, videos en Youtube.

Contamos lo que hacemos y lo que no hacemos. Saben nuestros gustos y aficiones. Mandamos millones de whatsapp contando en qué estamos. Nuestros movimientos pueden ser seguidos por todos. Estamos localizados siempre. Nuestra vida privada se hace pública. Como si todos tuvieran derecho a saber todo lo que hacemos.

Nosotros mismos a veces damos a conocer lo que vivimos sin pudor. Como queriendo así estar comunicados con todo el mundo. Pero luego tenemos problemas en nuestras relaciones personales. No sabemos establecer amistades profundas, vínculos duraderos.

¡Cuánta soledad hay en el hombre! Nos cuesta mucho contar a los demás lo que vivimos en el corazón. Estamos en muchas partes a la vez, pero no estamos en ninguna de verdad. No logramos estar allí donde estamos. Cien por cien, sin interferencias.

Los medios de comunicación nos sacan de nuestras raíces. El móvil, el ordenador, las personas que tratan de contactarse con nosotros, las noticias que nos permiten vivir la actualidad en el segundo. Nos reímos con los que no están presentes. Contamos nuestra vida a los ausentes. Pero ignoramos a los más cercanos.

Todo parece fluir, pero la comunicación personal nos falla. No tenemos vínculos profundos. Nuestras raíces no son tan hondas. Es curioso. Contamos lo que hacemos, pero nos cuesta mucho decir quiénes somos de verdad, en lo más hondo, nuestra identidad verdadera.

Nuestros actos dicen quiénes somos. Pero sólo una parte, no el todo. Nos falta ser community manager de nosotros mismos. Aprender a gestionar la información. Contar y escuchar. Es importante aprender a dialogar, a contar lo que nos ocurre, a escuchar lo que les sucede a los otros con paciencia, sin distracciones.

Es verdad que todos utilizamos caminos diferentes para decir las cosas importantes. Usamos distintos lenguajes para comunicar la vida y el amor. El amor ha de expresarse. En nuestro idioma, como sabemos. Pero es necesario que el otro nos entienda.

La familia es el lugar donde aprendemos a comunicarnos. Familias rotas forman almas rotas. Donde la comunicación ha fallado y falla de forma continua es difícil aprender al arte de la comunicación. Hay personas con las que se rompe el diálogo y es más difícil volver a empezar. Las heridas, los rencores.

Nos falta fe. Nos cuesta creer que es posible sanar las heridas. No creemos en la curación de los vínculos rotos. Nos falta fe en el poder sanador de Jesús en nuestra vida. Él puede sanar nuestras rupturas. Puede establecer nuevos puentes, puede hilar de nuevo y atar las almas desunidas. Es posible si tenemos fe y nos ponemos en camino.

Aceptamos con humildad nuestros errores. Y volvemos a comenzar. Es posible aprender a comunicarnos de nuevo. De alma a alma. No sólo contar cosas, lo que hacemos, lo que nos ha pasado. Contar lo que amamos, lo que nos mueve por dentro. Contar quiénes somos, en qué estamos. Lo que nos alegra y lo que nos entristece. Así es la vida.

Pero para eso tenemos que ponernos en camino y salir de nosotros mismos. Montarnos en la barca de Jesús y cruzar el lago. Ir al encuentro de los otros. Sanar los vínculos heridos. Restablecer los puentes caídos. Vencer los miedos al rechazo, al juicio, a la condena.

Sí, nos falta mucha fe. Nos falta valor para salir de nosotros mismos. Para eso tenemos que sanar antes en Dios. Tocar su manto. Dejar que su poder nos cambie. Recorrer esa distancia infinita que une los corazones. Ponerme en camino para poder surcar el mar que me separa del que aparentemente está tan cerca. Antes de que sea tarde.

Aprovechar el tiempo. Poner en común nuestros intereses, nuestros miedos, nuestras alegrías, nuestras esperanzas. Si no hay comunicación verdadera en nuestra vida, si no hay palabras y gestos, silencios y caricias, el amor se enfría.

Necesitamos ir a la otra orilla. Salir de nosotros mismos. Acercarnos llenos de respeto y paciencia. Abiertos. Sedientos. Dando y recibiendo.

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