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La verdadera reforma litúrgica ¿la ha hecho el micrófono?

Microfono e riforma liturgica – es

© Flickr/Mark_K_/Creative Commons

Liturgia "Culmen et Fons" - publicado el 15/06/15

O cómo la tecnología ha influido en la forma de celebrar misa

Me impresionó la afirmación de un amigo sacerdote: “¿Sabes quién ha hecho la reforma litúrgica”? – me dijo – “El micrófono” – me respondió. ¿Puede ser?

Esta es una pregunta interesante. Intentemos imaginar que volvemos al pasado, cuando no había micrófonos, e incluso antes, cuando no había luz eléctrica. Con ello podríamos comprender más fácilmente el significado de ritos y disposiciones litúrgicas que hoy nos podrían parecer insignificantes o superadas. La llegada de los micrófonos ha sido de enorme impacto en la celebración litúrgica.

En particular:

– Cuando los ministros celebraban en lugares y posturas distintas dentro de la iglesia, se oía la voz procedente de esos lugares, y espontáneamente los fieles se orientaban hacia ellos. Bastaba el sonido de la voz para comprender si el sacerdote estaba en el altar o si hablaba desde el púlpito o si se movía en procesión; lo mismo para los demás ministros y para el coro.

Con el uso del micrófono, la voz se difunde por todas partes de modo uniforme, hasta el punto de que ya no es tan perceptible el lugar del que habla: puede hablar desde el altar, desde el ambón, desde la nave, desde el atrio, desde la sacristía e incluso desde fuera de la iglesia, y todos le escucharán con la misma identidad.

Así, el lugar litúrgico, desde el punto de vista auditivo se ha vuelto indiferente: el Pregón pascual, aunque se cante desde el ambón monumental, no sufre ninguna variación acústica, y no indica un lugar. Ahora sólo cuenta el aspecto visual: subir al ambón ya no tiene una función física de transmisión de la voz, sino simbólico-visual de lugar de la Palabra.

– También el empleo de la voz ha recibido su influencia. En el pasado, la cantillatio de las lecturas y de las oraciones tenía una función de eficacia comunicativa, pues la voz aumentaba en potencia y llegaba a los que estaban lejos.

Por eso, el arte de la oratoria del predicador era tan importante. También la musicalidad de los textos litúrgicos, la repetición y una cierta cadencia estaban orientados a una comunicación más eficaz.

El micrófono, en cambio, permite la difusión de la voz sin necesidad de añadidos, y cualquiera puede leer en tono normal. Así, ciertamente se respeta la manera de presentarse y de comunicar de los lectores, pero también se corre el riesgo de reducir las oraciones y las lecturas a una comunicación siempre idéntica y prosaica.

Si se aprovecha solo la oportunidad de la comunicación física ofrecida por el micrófono, todo el aspecto simbólico y solemne de la liturgia desaparece. Esta es una tentación continua: los fieles oyen, así que ya no hace falta cantar las lecturas. En verdad, tanto el canto de las oraciones como el de los textos bíblicos ha sufrido una amplia incomprensión y una reducción drástica después del concilio.

Se trata por tanto de usar el micrófono sin cancelar tanto la diferencia de los lugares celebrativos, como la riqueza y la variedad de expresiones lingüísticas  en el anuncio de la Palabra de Dios y en la oración sacerdotal. Al contrario, el micrófono, si es de calidad y se usa profesionalmente, favorece una mejor transmisión de un texto cantado, que puede ser percibido mejor en sus detalles por toda la asamblea litúrgica.

En este sentido, la liturgia se enriquece con el uso del micrófono, en lugar de empobrecerse, por culpa de un mero uso funcional del instrumento, que la debería elevar, potenciar y transmitir con mayor eficacia.

Lo mismo podría argumentarse respecto al uso de la luz eléctrica en las iglesias. Los libros litúrgicos vigentes aún no han asumido adecuadamente las indicaciones necesarias para regular la iluminación eléctrica en el contexto de los ritos. Y es muy necesario que la instalación eléctrica de una iglesia no se haga con criterios de simple funcionalidad, ni tampoco con el único criterio de valorar la iglesia como ambiente artístico y de museo.

Es necesario asumir un criterio litúrgico, por el que la iluminación responde a las exigencias de los diversos ritos, y tiene presente todo el ciclo festivo de la Iglesia. Se trata de diferenciar entre la solemnidad, la fiesta, el día feriado y el penitencial.

Un criterio interesante podría ser la Vigilia pascual, en la que las luces tienen un papel simbólico fundamental. Los tres grados de intensidad: penumbra, vigilia y luz plena, y que se usan en los tres distintos momentos de la Vigilia (liturgia de la luz – liturgia de la Palabra – liturgia eucarística) podrían ser una indicación interesante para plantear un criterio de iluminación al servicio de la liturgia en sus diversas expresiones, distribuidas a lo largo del Año litúrgico.

Tags:
liturgia
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