Durante un tiempo el Sagrado Corazón me incomodaba. Me parecían extrañas las representaciones de Jesús con el corazón expuesto frente a sus vestidos, y consideraba la mayor parte de las expresiones de piedad para el Sagrado Corazón arcaicas y descorazonadoras.
Amaba a Jesús, pero no entendía la necesidad de concentrarse en su sistema cardiovascular.
Los papas del siglo XX me han hecho reconsiderar mi juicio: alababan la devoción al Sagrado Corazón, definiéndola como una “necesidad” y “el compendio de toda la religión”.
Describía su devoción al Sagrado Corazón desde la infancia, y al citar el Evangelio decía: “Deben aprender del Sagrado Corazón de Jesús. Es por eso que Jesús dijo: ‘Aprendan de mí’, no de los libros”.
La fe católica es tal que santo Tomás de Aquino ha podido escribir obras maestras teológicas e incluso los iletrados pueden tener una experiencia de fe profunda como la suya.
Piensen cómo la Iglesia nos habla sin usar palabras: en el Bautismo el agua nos lava la cabeza, el alma, y no logro imaginar una manera mejor en que Cristo pueda decir “Quiero estar unido completamente a ti, y quiero que tú me lleves fuera de la Iglesia a las calles” a través de su presencia real en la Comunión.
Es tan sencillo que puede entenderlo incluso un niño. Esto es el Sagrado Corazón.
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