Se dice que Jesús liberó al hombre del pecado y de la muerte. En realidad me parece que el pecado y los pecadores están muy presentes en el mundo. Y que la muerte, el dolor y el sufrimiento no han desaparecido.
¿En qué sentido se deben entender estas palabras? ¿Por qué era necesario, por el bien del hombre, que Jesús se volviera hombre, viviera y muriera?
¿Por qué era necesaria, por tanto, la muerte en la cruz? ¿No bastaba que Dios se hiciera hombre?
Responde el padre Athos Turchi, profesor de Filosofía
La pregunta es compleja y podría decir que no soy un experto para abarcarla toda. Pero es provocadora, porque toca algunos aspectos del mensaje cristiano que verdaderamente a veces son un obstáculo para una fe plena y total.
Jesús fue condenado a muerte por los judíos porque al decirse Dios engañaba al pueblo, ante los romanos. Porque se decía rey y pasaba por un instigador.
Pero también la historia después de 2000 años lo condena. Había prometido vida y salvación, la eliminación de la muerte y el mal, pero no se ve nada.
Por lo tanto o Jesús es un estafador y un impostor, o Jesús dice la verdad.
Una interpretación distinta
Supongamos que diga la verdad. Entonces es necesario explicar la liberación del pecado, del sufrimiento y de la muerte de manera distinta a como se piensa y se nos presenta.
Es similar a cuando se mira el frontal de la ambulancia escrito al revés: o quien lo ha escrito no sabía escribir, o está bien de esa manera porque se debe leer de manera distinta.
Comenzamos por la última pregunta. Si Dios se hacía hombre y ya, sin que su vida humana revelara nada, no habría tenido sentido.
Pensemos un momento: ¿Dios podía morir por los demás? No, evidentemente. Por eso se hace hombre, para demostrar el amor más grande.
Él, el Dios omnipotente, eterno, inmortal, al hacerse hombre, quiere que entendamos que está dispuesto a morir por cada uno de nosotros. No sólo para dar el ejemplo, sino también para realizar un plan de salvación.
Por lo tanto, era necesario que Dios se volviera hombre porque si hubiera salvado al hombre con milagros, el hombre sin mérito se encontraría en el paraíso.
En cambio el paraíso es una conquista personal en respuesta a la acción divina, en la línea del amor total hasta el sacrificio de sí mismo.
¿Por qué la cruz?
En este sentido nos preguntamos: ¿por qué para salvarnos Dios ha escogido morir en la cruz en lugar de ir a las Seychelles a morir de insolación?
Este es el punto de la primera pregunta y que nos deja un poco perplejos. Me parece que se debe interpretar así:
La muerte, entendida como disgregación y desintegración del ser, es la consecuencia directa del pecado.
Desde este punto de vista, lo contrario a la muerte no es la vida, sino el amor. Porque el amor, capaz de agregar y unir, es la fuente misma de la vida.
Por lo tanto, el pecado, que es rebelión contra Dios, lleva a la muerte y al dolor. Pero Dios donándose a sí mismo hasta la muerte en la cruz, con este supremo acto de amor reconcilia el hombre consigo, revitalizándolo de vida abundante (Jn 10,10).
El amor lo cambia todo
Así, el sufrimiento y el dolor que son también consecuencias del pecado, son redimidos.
En este sentido, cuando un ladrón va a la cárcel por 4 años, estos son años de castigo y sufrimiento. Pero son también redentores porque una vez que sale de la cárcel ya no es ladrón.
Dios al morir en la cruz quiere que entendamos que la muerte y el sufrimiento ya no son “castigos” destructivos, sino experiencias redentoras.
Porque habiéndolas él mismo asumido en su persona divina las ha vuelto “buenas”, porque todo lo que pertenece a Dios es bueno.
De este modo, el sufrimiento y la muerte ya no son consecuencias del pecado, sino instrumentos salvíficos. Porque, al volverse buenos por la muerte de Cristo, pueden producir vida y salvación.
Finalmente, Dios no eliminó la muerte física y el sufrimiento porque, al volverse buenos para la vida del hombre, los ha transformado en instrumentos de salvación.
En este sentido, Jesús dice la verdad. Mientras que antes de la cruz de Cristo la muerte y el sufrimiento eran signos del pecado (cf. Job), después de la muerte de Cristo son revelación del amor de Dios e instrumentos de salvación (piénsese en el deseo de sufrimiento de los santos cristianos).
La lógica de Dios
Así pues, el Cristo ha vencido la muerte y el dolor, al morir y sufrir; en cambio, el pecado, que no podía asumir porque es contradictorio a su ser, lo “absolvió”.
Absolver significa que este sigue siendo algo malo pero en razón del gran amor hacia el hombre lo absolvió, liberándolo de ese hecho.
Para concluir, podemos decir que en la obra salvífica de Dios existe una “lógica”.
Dios podía salvarnos de muchas maneras: volvernos buenos con milagros, haciéndonos entrar en el paraíso sin considerar lo que hemos hecho en la vida, etc.
Pero escoge la vía de la cruz porque quiere que la salvación que nos concede, podamos ya vivirla en esta vida. Y para que nosotros mismos podamos ser actores de nuestra salvación, y no sólo espectadores de las obras divinas.
Y la cruz revela bien el mensaje divino: la salvación pasa por el amor radical por los demás hasta la muerte.
Este mensaje no habría tenido ningún valor si hubiera sido sólo dicho o escrito, debía vivirse.
Porque la muerte y el dolor no pertenecen a Dios, y para que pudieran volverse cosas buenas debían formar parte del mismo Dios.
Algo que precisamente hizo Dios. Hasta el punto de poner en una obra de salvación compleja e intrincada, como es la Encarnación, la vida y la muerte y la resurrección de Cristo.