¡Qué importante es aprender a comunicar el amor!
Pentecostés es un momento de paz y de pasión. No pueden seguir escondidos esos hombres que arden por dentro. "¿No ardían nuestros corazones cuando nos hablaba en el camino?". Dicen los discípulos de Emaús. No pueden guardarse el tesoro escondido. Salen de sí mismos, de su Cenáculo. Se ponen en camino.
¡Qué fácil nos resulta a veces quedarnos quietos sin hacer nada! Los apóstoles de Pentecostés salen. Vencen los miedos. Se arriesgan. Pueden morir en el intento. No les importa. Hablan en una lengua que todos entienden. Porque hablan al corazón de cada hombre. Porque escuchan en los corazones heridos en medio del camino. "Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma".
Salen de sí mismos y descubren una vida nueva. Tienen a Dios en su corazón y anhelan encontrar el bien escondido en cada hombre. No se sienten en posesión de la verdad absoluta. Simplemente entregan lo poco que tienen. Salen de sí mismos. De su centro. Descubren lo maravilloso que existe más allá de sus vidas. El centro es Cristo.
El Papa Francisco nos recuerda que es mejor una Iglesia que sale y se accidenta, que una Iglesia que vive enferma por no salir. Los apóstoles salen y se accidentan al salir. Pierden la seguridad, el honor, la vida. Se arriesgan a perder la salud. Por amor. Por el amor y la luz que reciben. Rompen la seguridad y la tranquilidad de sus vidas.
Con su amor vencen el odio. Dominan la rabia. Levantan hogares donde pueda reinar Dios. Son creíbles y creativos. Tienen gestos nuevos. Es la audacia de los enamorados. Descubren su misión. Una misión que los supera: "Hijo mío, no arrebates al pobre su sostén, no vuelvas tus ojos ante el necesitado. Da al hambriento y satisface al hombre en su necesidad. No irrites al corazón ya irritado y no difieras socorrer al menesteroso. No desdeñes al suplicante atribulado y no vuelvas el rostro al pobre. No apartes los ojos del necesitado". Eclesiástico 4,1-4.
La misión es un amor que tiene el centro fuera, en Jesús, en el necesitado. Un amor que se hace expansivo. Rompe los muros. Despierta vida dormida. Un amor que ayuda a cada uno a encontrarse con su verdad. Un amor que enciende y mueve. Un amor que tiene un lenguaje comprensible en mi propia lengua.
¡Qué difícil es amar en un lenguaje que todos comprendan! ¡Cuántas veces falla la comunicación del amor en el mismo matrimonio! No entendemos los gestos de amor del otro. Los rechazamos porque no recibimos lo que esperamos.
Necesitamos el Espíritu de Pentecostés para aprender a amar. Con el amor de Jesús. Con el amor de los santos. Las palabras pueden encendernos. Lo ejemplos son los que nos arrastran. El amor nos lleva a hacer cosas que nunca pensamos. Por amor cambiamos de vida, no tanto por lo que nos dicen.
Los apóstoles de Pentecostés arrastran por la forma de vida que proponen. Su testimonio es convincente. Su amor es comprensible. Hay personas así en nuestra vida. Su fuego y su palabra son para nosotros el viento de Dios. Damos gracias por esos que hablan nuestro idioma, por esos que nos regalan a Dios con la generosidad de sus vidas.
¡Qué importante es aprender a comunicar el amor! Lo santos se hacen maestros en la comunicación. Llegan al corazón de los hombres porque son dóciles a Dios en su corazón. Porque se dejan transformar por Él.
Sin santidad no hay misión. San Juan Pablo II lo decía: “La vocación a la santidad está unida a la vocación a la misión”. El santo sabe lo que quiere y quiere lo que hace. Tiene claridad en sus principios. Tiene un rostro. Es coherente en su vida.
Somos atractivos cuando nuestras palabras vienen respaldadas por nuestro testimonio. Una santidad que enamora y se realiza en obras. Porque nuestros gestos tienen la fuerza del amor.