Un poltergeist es un fenómeno paranormal violento. Si no es violento es otra cosa. El término de origen germánico lo popularizó Steven Spielberg con su popular cinta de terror Poltergeist. El film viene firmado por Tobe Hooper pero el largometraje es una película de Spielberg se mire por donde se mire. Esto es importante porque el director de E.T., antes de convertirse al judaísmo siempre se había considerado un agnóstico. También se consideraba apolítico. Vamos, que no quería meterse en berenjenales.
Es por esta razón que Poltergeist sea un film sobre el mundo espiritual visto desde los ojos de un agnóstico lo cual resulta, como poco, singular si nos ponemos un poco serios con lo que estamos viendo. En el filme Carol Anne, una niña de cinco años, es literalmente secuestrada por un ente sobrenatural. Los padres desconcertados no saben qué hacer. No es una familia religiosa, ni si quiera se preocupan por cuestiones tan trascendentales, sus únicos intereses se limitan a una buena casa, una buena jornada con los amigos y una buena conversación antes de irse a la cama cuando la habitación todavía huele a tabaco. Sin embargo, algo inesperado obliga a los Freeling a replantearse si creen en algo, o mejor aún, ha presionarlos para que crean en algo muy concreto.
La primera reacción de la familia es la propia de un agnóstico, llamar a científicos. Un grupo de parapsicólogos se instalan en la casa por unos días y tratan de deconstruir el espacio físico con la esperanza de encontrar un recoveco que los conduzca a lo extraordinario. Sin embargo, lo etéreo es más listo y el tiro les sale por la culata. Es llamativo y al mismo tiempo ofrece algunas claves sobre el film, que en ningún momento los protagonistas de la película se planteen llamar a un sacerdote. Para ver, al menos, qué tiene que decir la Iglesia en una situación así. Pero no, tras fracasar los parapsicólogos, los Freeling deciden llamar a una médium. Pintoresco.
Al final, al menos en la versión de los ochenta, los cadáveres saltan de sus tumbas como muertos vengativos. No se les respetó el descanso eterno y fueron exhumados y trasladados a otro lugar para construir allí una urbanización. Tumbas de quita y pon. El materialismo del hombre aplasta los símbolos religiosos por dinero. Todo tiene sentido así, incluso que los fantasmas engullan físicamente la casa en la que habitan los protagonistas. Todo aclarado.
Spielberg nunca ha sido un adalid de la complejidad. Aunque con los años ha ido mejorando un poco, el director de Tiburón siempre ha sido un experto en reducir, hasta su mínima explicación conceptual, los temas más complejos y Poltergeist es un buen ejemplo. A Spielberg siempre se le ha acusado de ser todo lo contrario a un autor, sin embargo Poltergeist muestra una visión extremadamente personal de lo espiritual. Para el director norteamericano, que no es que no creyera en nada, es que no se preocupaba en creer en nada, lo extraterrenal es material abonado para lo misterioso y por tanto, también para lo maligno. Se pasa de puntillas por el paraíso y el acento se pone en lo maligno sin hablar del infierno, como si bien y mal compartieran el mismo espacio o, al menos, el mismo camino.
Como decía, Spielberg es un experto es simplificar cuestiones complejas y un planteamiento teológico como el que subyace en Poltergeist el director de Parque Jurásico, lo redujo a un juego de buenos y malos. Primero malos los fantasmas, buenos los humanos. Después, no tan buenos los humanos, más bien víctimas, como también los fantasmas. Precioso.
Poltergeist no es ningún ejemplo católico, ni teológico, ni espiritual, ni protestante, ni ortodoxo, ni judío de nada. Tampoco lo pretendía, eso es cierto. Poltergeist es sólo un juguete, una montaña rusa perfectamente engrasada y formalmente impecable. Un canto a la simplicidad espiritual pero también una virtuosa película de miedo perfecta para provocar una sana pesadilla a cargo de un puñado de fantasmas agnósticos.