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¿Qué piensa el Papa Francisco sobre… educar en la esperanza?

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Marcelo López Cambronero - publicado el 21/05/15
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Es la cercanía de Jesús sufriente, en carne y hueso, la que más educa en la esperanza de construir un futuro mejor y la que tantas veces se quiere ocultar a los alumnos, sin hacerles ningún bien

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La preocupación de nuestro Papa por el problema educativo viene de lejos: ya fue reconocido como un gran profesor de literatura a su paso por Santa Fe, siendo un joven jesuita, y también durante años ha realizado numerosas intervenciones y reflexiones que merece la pena abordar.
 
Desde su punto de vista, lo más importante es la relación que se establece entre el adulto y el escolar, que es un encuentro entre dos libertades que buscan, juntas, lo que es mayor que ambas y que sólo podrán encontrar en un espíritu de ayuda mutua: la verdad. 

Sin embargo, desearía atender hoy a su visión del papel que debe cumplir la Iglesia dentro de la educación, y sus explicaciones sobre el fundamento de la labor de los centros católicos. Es precisamente aquí donde Francisco destaca una y otra vez el papel de la esperanza:

“El único motivo por el cual tenemos algo que hacer en el campo de la educación es la esperanza en una humanidad nueva, en otro mundo posible.” (Homilía en la misa por la educación, Pascua del 2005).

Bergoglio explica que la Iglesia no crea instituciones formativas para ganar dinero, ni desde luego con el único fin de repetir los modelos establecidos por la mentalidad dominante, sino con la intención de crear un futuro mejor. Conseguirlo requiere desarrollar las capacidades de las generaciones que lo tendrán que erigir, provocando y acompañando su deseo de justicia, libertad y belleza.

El crecimiento del discípulo es, por lo tanto, un elemento esencial, pero no suficiente. También hay que atender al aspecto socializante, en el que hay dos vertientes: por un lado, preparar el acceso al trabajo, lo que supone conocer la situación social y las necesidades de los empleadores; por otro, ir más allá y proponer una concepción de la sociedad que camine hacia una vida mejor, basada en la paz y en la solidaridad.

Es preciso promover en los chicos y chicas la sed que les llevará a sembrar semillas de la Nueva Jerusalén y que así sean, de manera consciente, colaboradores de la obra de Dios. Porque la “misteriosa imbricación de lo terreno y lo celestial (…) es la que fundamenta la presencia de la Iglesia en el campo de la educación” (Mensaje a las Comunidades Educativas, Pascua 2006).

De esta manera se buscará producir resultados sin dejar de obtener frutos, es decir, que podemos disponer a los jóvenes para integrarse en la sociedad –nadie quiere generar inadaptados- y, al mismo tiempo, sentirnos orgullosos de ver en ellos altura humana y nobleza interior.

Observando las indicaciones anteriores nos damos cuenta de que Francisco no piensa en los profesores cristianos como en los encargados de mantener al pueblo protegido en la trinchera, escondiéndose de las críticas y al resguardo de la lluvia.

Al contrario, convencidos de que Cristo ya ha triunfado y de que nuestra circunstancia es sostenida en todo momento por el amor divino, los enseñantes de una escuela católica han de abrirse a su entorno y reflexionar sobre él con grandeza y afecto, despertando a quienes habrán de ser vanguardia.

“Amo la escuela porque es sinónimo de apertura a la realidad”, decía el Papa hace un año a cerca de 300.000 escolares italianos que abarrotaban la plaza del Vaticano y la Vía de la Conciliación.

¿En qué esperanza se concentran los colegios católicos, escuelas, centros de formación profesional, institutos, universidades…? No hay que olvidar la tal vez pequeña pero justa de tener una vida digna, con un empleo y un salario que permita sostener a la familia; pero, yendo al núcleo de la vida, la esperanza de todos los hombres es Cristo Resucitado.

Por eso el 7 de junio de 2013, poco más de dos meses después de ser elegido Papa, Francisco insistía en ello frente a colegiales de establecimientos jesuitas de Italia y Albania: “Antes que nada desearía decir algo a todos vosotros, jóvenes: ¡no os dejéis robar la esperanza! Por favor, ¡no os la dejéis robar! ¿Y quién te roba la esperanza? El espíritu del mundo, las riquezas, el espíritu de la vanidad, la soberbia, el orgullo. Todas estas cosas te roban la esperanza. ¿Dónde encuentro la esperanza? En Jesús pobre, Jesús que se hizo pobre por nosotros”
           
No son palabras vanas: es la cercanía de Jesús sufriente, en carne y hueso, la que más educa en la esperanza de construir un futuro mejor y la que tantas veces se quiere ocultar a los alumnos, sin hacerles ningún bien.

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