Cuando una mujer está embarazada el brillo de sus ojos es algo extra-humano
Un hijo es un lienzo, un jardín que está por diseñarse, un sueño que trabajar día a día. Un momento maravilloso, pero también una importante responsabilidad ante Dios.
Se nos ve en la Mirada. En la forma delicada de nuestras manos, en el calor de nuestro seno. Lo llevamos marcado en el rostro, en la voz y en la sangre… fuimos creadas para preservar la raza humana, para ser la piedra fundamental. Nuestro nombre más sonoro es madre. La mujer que tocará con más fuerza que nadie la vida de un niño. Por eso el vocablo madre significa fuerza. Fuerza para llevar la vida en el vientre. Fuerza para enseñar a amar. Fuerza para asegurar los valores en el alma. Fuerza para educar. A la madre, corresponde pues, llevar de la mano y enseñar la belleza de ser persona.
Profundicemos un poco más
Se nos ve en la Mirada… Cuando una mujer está embarazada el brillo de sus ojos es algo extra-humano. Es un imán que nos atrae sin saber por qué, al proyectar una belleza diferente pues lleva una nueva vida en el vientre y se le nota en la Mirada. Por eso es necesario pensar un poco en lo que significa convertirse en una mujer-madre.
Ya no se es más una mujer-soltera; una mujer-esposa. Se será una mujer madre y con ello se tendrá frente a sí la responsabilidad y deber más grande y sagrado de la vida. Ayudar a otro ser humano que será su hijo, su hija o sus hijos a que experimenten la vida como el campo de acción en el cual se aprenderá a vivir con responsabilidad y buscara aquello para lo cual se ha nacido por medio de los valores que a través del ejemplo puedan ir interiorizando. Por esto es importante y necesario que el valor más importante al convertirse en madre, una mujer sea de Dios.
La mano de Dios al educar
Cuando educamos a nuestros hijos teniendo a Dios como el valor más importante de nuestra vida y de nuestra familia, estamos educando para vivir desde la dimensión espiritual y por lo tanto más allá de uno mismo. El objeto de la religión es ayudar al hombre a ser lo que tiene que ser. La que siembra la fe, sin duda como nadie, es la madre.
La mujer que vive una vida interior está más serena, más centrada y se nota a través de la intensidad de su Mirada, de el sentimiento que se trasmite con el trato respetuoso a cada hijo. Esto hace que ellos vayan adquiriendo la certeza de saberse amados, de sentirse únicos y dignos. Educar de la mano con Dios hace que no sea necesario explicarle al niño cuando llegue a cierta edad que Dios existe y que es su Padre, sino, es interiorizar en ese niño a través de la entrega diaria de mi “yo” hacia el “tú” como un día descubrirla y entenderá que su valor es único e irrepetible pues su rango pertenece a otra categoría.
La que nos da el ser hijos suyos. Debido a la gran abundancia de información escrita, a la velocidad con la que se vive, a todo lo que se ve en la televisión y que se escucha en la radio, hemos visto como cada vez queda menos tiempo para detenerse e interiorizar cada tarea que la vida nos pide, le ayudemos a ejecutar.
La mujer tiene una especial y misteriosa capacidad (que no suele encontrarse fácilmente en los varones) para recogerse, para ver dentro de ella misma y así escuchar a Dios. Si somos madres, es importante que escojamos un momento del día en un lugar “nuestro” para meditar sobre el rol que estamos desempeñando como madres en la vida de nuestros hijos, siempre con el objeto de mejorar para poder perfeccionarlos a ellos. Estaremos entonces educando, tomadas de la mano, con Dios, Nuestro Padre y Maestro. Ser la mujer que tocará con más fuerza la vida de un niño.Y para hacerlo con verdadera fuerza hay que comenzar a tocar y buscar en el sótano interior.