Murió con la misma discreción con la que había vivido, y en una residencia católica
Este miércoles falleció a la edad de 88 años François Michelin que rigió los destinos de la empresa familiar entre 1959 y 1999. De fuertes convicciones católicas, su horizonte ético era el trazado por las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia.
Pues sí, François Michelin, el titular de una fortuna estimada en 1.300 millones de euros –según un artículo publicado el pasado otoño por la revista Challenges– ha muerto con la misma discreción con la que había vivido, y en una residencia católica. Durante más de cuatro décadas fue presidente de la marca de neumáticos simbolizada por el muñeco Bibendum; una marca fundada en 1889 en Clermont-Ferrand por su abuelo Édouard y su tío abuelo André.
Huérfano de padre y madre desde los 10 años, en 1940 su abuelo, a punto de morir, le designó heredero. Sin embargo, no se comportó con la arrogancia que su posición y linaje le garantizaban: antes al contrario: tras completar sus estudios de Matemáticas y de Ciencias Políticas, ingresó en la empresa familiar no como directivo, sino como simple obrero, y con un nombre falso.
Cuando tomó las riendas, desempolvó el proyecto de neumático radial, patentado por su empresa pero que no había sido utilizado: en efecto, los entonces directivos de Michelin opinaban que la mayor solidez de este nuevo tipo de neumático podría impactar de forma negativa en el volumen de negocio, al tener que renovarlos con menor frecuencia.
Pero François, que pensaba a largo plazo, optó por generalizar la comercialización masiva del neumático radial. Los hechos le dieron la razón y el neumático radial permitió a Michelin tomar una importante ventaja estratégica.
No todo fueron vacas gordas: el choque petrolífero de finales de los 70 generó, entre otras consecuencias, un desplome de la demanda en el mercado mundial del neumático; para Michelin supuso los primeros despidos de su historia.
Y para su presidente, profundamente imbuido de las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia, un caso de conciencia. Pero había que reaccionar: François Michelin supo adaptarse a la globalización y el desarrollo internacional de la empresa se plasmó en importantes inversiones en Estados Unidos y en otros países.
No tanto en España, donde la marca del muñeco Bibendum está presente desde 1934. Por cierto, una de las últimas apariciones públicas de François Michelin tuvo lugar el pasado 29 de octubre en Aranda de Duero, con motivo de la entrega del diploma que le acreditaba como ciudadano de honor del municipio burgalés, donde Michelin tiene una planta.
Aceptó el honor emocionado, pero no destacaba por su apego a los oropeles -solo aceptó la Legión de Honor en 2009 y en el grado más bajo, el de caballero-; no: su horizonte era una intensa fe católica que perfeccionaba desde sus años de internado y que le fue de gran ayuda en su faceta empresarial. “Cuando vi como vivía mi abuelo, entendí que el dinero era cómodo, pero si nos descuidamos, se puede convertir en una droga. Nunca olvidaré dos cosas que me decía mi abuelo: la primera, que la verdad y la realidad pueden más que tú; la segunda, que el dinero tiene que ser un servidor y nunca un amo”.
Hace nueve años, la fe le permitió sobrellevar con entereza el mazazo más grande de su vida, la muerte en un accidente de pesca en alta mar de su hijo Édouard, que le había sucedido al frente de Michelin en 1999. «La fe conduce a la noción de vida eterna. No hay desaparición. La vida cambia, es la vida total. ¿No se dan cuenta de lo que significa? Es algo extraordinario».
Descanse en paz François Michelin.
Escrito por J.M. Ballester Esquivias (@jmbe12), en Alfa y Omega