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El cuatro de mayo celebramos a dos apóstoles: Santiago y Felipe.
Santiago era de Caná de Galilea. Su padre se llamaba Alfeo y era familiar de Jesús. En el Evangelio se le llama "hermano de Jesús" porque era la descripción hebrea de los nacidos del mismo abuelo.
Tanto en dicho Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, se le nombra como "Santiago, hijo de Alfeo" y así se le distingue del otro apóstol Santiago, el hijo de Zebedeo. También se les llama "el Menor" y "el Mayor", respectivamente.
El más santo de su época
Santiago muy querido entre los primeros cristianos y se le denomina "obispo de Jerusalén"; incluso, el historiador judío Flavio Josefo sostiene que era considerado el hombre más santo de su época.
Esto podemos verlo en la Carta a los Gálatas, en la que Pablo escribió: "Santiago es, junto con Juan y Pedro, una de las columnas principales de la Iglesia"
Antes de morir mártir -en una gran fiesta de los judíos, que no toleraban el gran número de conversos gracias a su predicación- escribió la carta que redactaron los apóstoles a todo el pueblo cristiano después del primer Concilio de Jerusalén y la Carta de Santiago, que pertenece a los textos canónicos de la Biblia.
San Felipe
San Felipe era de Betsaida. Jesucristo mismo lo eligió como apóstol. Y aparece citado específicamente en varios momentos del relato evangélico: la invitación a Natanael para que conozca al Señor, la multiplicación de los panes y los peces, la última cena…
No sabemos con certeza dónde murió san Felipe. La tradición considera que fue martirizado en una cruz en forma de X, cabeza abajo, y enterrado en Escitia (actual Turquía).
Las reliquias de san Felipe y Santiago fueron depositadas y se veneran juntas en la basílica de los Santos Apóstoles XII en Roma. Por esta razón la Iglesia de Occidente decidió celebrar su fiesta en el mismo día.
La humildad frente a la ambición
En el cuarto capítulo de la carta de Santiago encontramos esta instrucción:
Sométanse a Dios; resistan al demonio, y él se alejará de ustedes.
Acérquense a Dios y él se acercará a ustedes. Que los pecadores purifiquen sus manos; que se santifiquen los que tienen el corazón dividido.
Reconozcan su miseria con dolor y con lágrimas. Que la alegría de ustedes se transforme en llanto, y el gozo, en tristeza.
Humíllense delante del Señor, y él los exaltará.
Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla en contra de un hermano o lo condena, habla en contra de la Ley y la condena. Ahora bien, si tú condenas la Ley, no eres cumplidor de la Ley, sino juez de la misma.
Y no hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?