Son culpables cada uno de los gobiernos europeos y la Unión Europea como corresponsable de la política de inmigración
La tragedia el pasado domingo del naufragio de emigrantes en Lampedua, con cientos de fallecidos, tiene culpables. Y, como dijo el Papa con el naufragio de hace dos años en el que fallecieron la mitad de emigrantes que este último, es una vergüenza.
Son culpables cada uno de los gobiernos europeos y la Unión Europea como corresponsable con ellos de la política de inmigración europea, que sólo sirve para provocar tragedias como éstas, y que demuestra que no es verdad, por mucho que lo digan las declaraciones políticas y los textos legislativos, que los poderes políticos europeos se crean que todos los seres humanos son iguales en su dignidad, sea cual sea su procedencia.
Son culpables, con ellos, todas instituciones de la sociedad civil, todos los medios de comunicación social, y todas las personas, que con capacidad de influencia en la opinión pública y en la participación ciudadana, no terminan de ser claros como si que lo es el Papa Francisco para denunciar que las políticas de protección de fronteras no pueden jamás vulnerar los derechos humanos ni activa ni pasivamente, favoreciendo con su egoísta rechazo a cientos de miles de africanos que huyen para sobrevivir, al sufrir en sus países persecución religiosa, persecución étnica, y miseria. Cuando no las tres cosas a la vez.
El Cardenal Ricardo Blázquez decía el pasado lunes en la inauguración de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española que se lamentaba por el “drama humanitario” de la inmigración proveniente de África, y de esta reciente tragedia de los inmigrantes desaparecidos, ahogados, muchos de ellos niños y jóvenes, tratando de llegar a las costas italianas.
Y pedía: “recuperemos la compasión y sigamos ejerciendo una verdadera solidaridad cristiana, a la par que reclamemos programas gubernamentales que vayan más allá de la preservación de nuestras fronteras. El rescate de más de diez mil inmigrantes en una semana frente a las costas italianas o el continuo flujo ilegal en nuestras fronteras y costas no puede dejarnos indiferentes, y nos urgen a colaborar desde la Iglesia aún más con otras iniciativas de la sociedad civil y del Estado”.
La Iglesia está en la primera línea a la hora de acoger a los emigrantes e insertarles en la sociedad. Pero aún una parte significativa de la comunidad cristiana no esta suficientemente sensibilizada, y por eso ni sintoniza con la denuncia del Papa a las políticas migratorias, ni influye para que ceje la deriva a la que nos lleva esta tragedia.