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¿Qué dice la Iglesia sobre el suicidio?

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Editora Cléofas - publicado el 28/03/15
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No somos propietarios de nuestra vida, por eso no podemos ponerle fin

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La Iglesia siempre ha dicho que no somos propietarios de nuestra vida: por eso no podemos ponerle.

Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella”. (CIC §2280).


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Por eso, el suicidio contradice la inclinación natural del ser humano de conservar y perpetuar la propia vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo.


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El suicidio ofende también el amor del prójimo, porque rompe injustamente la comunión con las personas amadas de la familia y la sociedad. Y muchas veces la familia puede quedar desamparada con la muerte del padre o de la madre.

Y, sobre todo, el suicidio es contrario al amor del Dios vivo.

La práctica del suicidio se vuelve más grave aún si es usado como ejemplo, especialmente para los jóvenes, para justificar que la vida no tiene sentido, y que por eso se puede eliminar.



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Una mentalidad pagana que tiene como único sentido de la vida el placer, cuando éste no es posible, se puede querer suprimirla.

Cooperar con el suicidio de alguien es también una falta grave. Incluso, algunos filósofos ateos propugnan y más aún, proponen el suicidio frente a una vida que consideran un absurdo sin sentido.

Decía el papa san Juan Pablo II que la vida humana, por más debilitada que sea, es un bello don de Dios, y de ninguna forma puede ser eliminada por la persona.



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Desgraciadamente hoy existen “clínicas para matar” en países como Holanda, Bélgica y Suiza, donde el “suicidio asistido” es legal. La persona llega viva a esas clínicas y sale muerta. Una gravísima ofensa a Dios y a la sociedad.

En Estados Unidos hace poco falleció una persona que quedó con el nombre “doctor muerte”, quien inventó una máquina para que la persona se suicidara “sin sufrimiento”.

Los electores de Zurich, en Suiza, rechazaron en 2010, en un referendum, propuestas para vetar el suicidio asistido y el “turismo del suicidio”; la llegada al país de extranjeros en busca de la muerte.

El suicidio asistido es permitido en Suiza desde 1941. Extranjeros con enfermedades terminales van a Suiza para suicidarse, aprovechando las normas del país, uno de los más liberales del mundo.


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Pero la Iglesia reconoce que las motivaciones al suicidio pueden ser complejas. No podemos decir que quien se suicidó esté condenado por Dios. Antiguamente muchos pensaban así, pero la Iglesia no confirma eso.

Dice el Catecismo que: Trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida” (CIC §2282).


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Sabemos que un momento grave de depresión, desesperación, angustia prolongada, etc., pueden debilitar psíquicamente a la personas de manera tan grave que ésta puede buscar refugio en la muerte, incluso sin desearla en sí misma.

Por eso la Iglesia recomienda rezar por el alma del suicida, sin desesperar su salvación.



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El Catecismo deja claro que: No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él solo conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida” ((CIC §2283).

Lo importante, entonces, es no desesperarse con la muerte suicida de la persona amada, sino ofrecer a Dios oraciones por ella y, principalmente una misa por la salvación y sufragio de su alma.


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En la biografía de san Juan María Vianney hay un hecho muy interesante. El santo celebraba misa y observó a una señora vestida de negro llorando al fondo de la Iglesia; su marido se había suicidado días antes. Al final de la misa san Juan María Vianney fue hasta ella y le dijo: “deje de llorar, su marido se salvó, está en el purgatorio, rece por su alma”.

Cuando ella quiso saber cómo, el santo respondió: “Usted se acuerda que en el mes de mayo usted rezaba a Nuestra Señora, y él, de vez en cuando, rezaba con usted, por eso él se salvó, Nuestra Señora le otorgó la gracia del arrepentimiento en el último instante de vida”.

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