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¿Por qué el sacrificio de Jesús no acabó con el mal?

Canonization 2014 – The Power of the Cross – A Girl Praying – Jeffrey Bruno – es

© Jeffrey Bruno / Aleteia

https://www.flickr.com/photos/113018453@N05/14013291661/

Carlos Padilla Esteban - publicado el 24/03/15

Él ha respetado la libertad de sus hijos, pero ha sembrado en el corazón del hombre la semilla de un amor que vence el odio

Me gustaría que Jesús viniera para acabar con toda la pobreza de este mundo. A nadie le gusta la pobreza. Nadie elige ser pobre. Pero es verdad que uno puede hacerse pobre para seguir a Jesús, para ser como Él, por amor.

A Jesús no le gusta la pobreza llena de amargura, el dolor de la pérdida, el sufrimiento por el sufrimiento mismo. Jesús mismo hubiera querido devolver la dignidad a todos los que la habían perdido. Hubiera querido abolir el hambre y la miseria.

Me conmueve un texto que habla de Jesús que viene a liberarnos: “Marcha directamente a Galilea. Lleva fuego en su corazón. Necesita anunciar a aquellas pobres gentes una noticia que le quema por dentro: Dios viene ya a liberar a su pueblo de tanto sufrimiento y opresión”[2].

Dios viene a liberar a sus pobres del dolor. Dios nos trae la esperanza en medio de las dificultades del camino. Jesús anuncia a un Dios que nos ama con locura. Un Dios que ha sellado una alianza nueva con su pueblo para siempre.

Es impotente frente a la libertad del corazón humano que comete tantas injusticias y atropellos. No logra acabar con tanto llanto del corazón que sufre. No puede abolir la cruz para siempre.

Pero nos hace ver que se ha hecho hombre como nosotros, pobre como nosotros, sufridor como nosotros. Ha padecido nuestras mismas afrentas. Ha vivido las mismas injusticias, robos y agresiones.

Ha sido humillado como nosotros. Ha sentido el dolor del desprecio, del odio, de la indiferencia. Ha aprendido sufriendo a obedecer. Ha besado el madero de la cruz subiendo al Calvario. Ha sentido el dolor de la corona de espinas en su cabeza.

Ha notado el desprecio de los que le escupían. Como queriendo vivir en una vida todo el dolor del hombre en tantas vidas, durante tantos siglos. Ha cargado con tanto odio que cae tres veces bajo el peso del madero.

Ha sentido los ultrajes y el veneno de tantos corazones emponzoñados que sólo querían venganza. No ha acabado con todo el mal del mundo. ¿No ha podido?

Ha respetado la libertad de sus hijos. Pero ha sembrado en el corazón del hombre la semilla de un amor que vence el odio. Esa semilla pequeña que crece por encima de los hombres.

La semilla de una esperanza que nunca va a morir por más dolorosos que sean los clavos sobre el madero. Esa semilla que no va a secarse, sino que va a dar fruto de eternidad.

Jesús ha besado su cruz. Jesús ha dado su vida por amor. Su semilla es la sangre derramada que nos salva. Y me invita a mí besar mi cruz. A cargar con mi madero. A sostener el dolor que vence mis fuerzas.

Me sostiene Él que me ama con locura. Me alienta Él que conoce mis sufrimientos, porque Él mismo los ha sufrido. Me levanta cuando caigo y me dice que basta con vivir con Él, a su lado, cada día.

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