Testimonio de Gaspar, uno de los hermanos del futuro beato, y testigo del martirio
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Gaspar es el menor de los siete hijos que tuvo el matrimonio formado por Santos Romero y Guadalupe Galdámez. El segundo se llamaba Óscar Arnulfo, y es el más universal de todos los salvadoreños, algo que, para bien o para mal, todos los familiares que le sobrevivieron han tenido que aprender a sobrellevar.
Su condición de hermano ha permitido a Gaspar, entre otras cosas, estrechar la mano de la reina Elizabeth II del Reino Unido, pero también le ha supuesto que no pueda llegar a la cripta donde está enterrado su hermano sin que alguna voz le pida que tome un micrófono y hable en público, algo que no le entusiasma.
Monseñor Romero era un hombre muy entregado a su labor pastoral, pero también tuvo algo de tiempo para los suyos.
El 15 de agosto de 2011 se cumplirán 94 años desde el nacimiento de monseñor Romero y, como cada año, la
fundación que lleva su nombre realiza una serie de actividades conmemorativas.
¿Cuánto se llevaban usted y Monseñor Romero?
12 años. Éramos siete hermanos; él era el segundo, y yo, el último.
Entonces, usted nació en…
…en 1929.
En San Miguel vivía en un seminario, y cuando tenía unos días para descansar, solo en la iglesia pasaba.
Cabal.
Cuéntenos cómo fue su infancia.
Por ahí hay un libro que dice que el nuestro era un hogar paupérrimo, pero eso es falso.
Su mamá sí había nacido en Ciudad Barrios.
Sí, allá se conocieron y se casaron.
¿Qué tan grande era esa finca que tenían?
Mi abuelo materno se llamaba José Ángel Galdámez, un hombre visionario.
¿Qué fue de ese terreno?
Lo perdimos por un señor llamado Claudio Portillo.
Ha mencionado la estancia en Roma.
Sí, claro.
Tengo entendido que, una vez logró salir de Italia, llegó en barco a la Cuba de Batista, y allí tuvo más problemas…
Lograron salir de Italia cuando investigaron que no eran espías ni nada de eso.
¿Qué significaba en esa época tener un cura en la familia?
En ese tiempo el cien por ciento de la gente era católica, muy devota y yo diría que hasta fanática. Cuando él estuvo en Roma, siempre le preguntaban a mi mamá: ¿cuándo viene el padrecito?, ¿qué ha sabido del padrecito? Todo mundo estaba pendiente.
Más aún por haber sido ordenado en Roma, algo que estaba al alcance de pocos, ¿no?
Cabal.
El regreso fue a finales de 1943, y usted para entonces tenía 14 añitos. Bien podría decirse que ahí empezó a conocer a su hermano.
Eso quería decirle.
¿De qué hablaba con su hermano?
Recuerdo que un día me dijo: “Mirá, y vos, ¿cómo estás?”. Bueno, le dije yo: “Hice el tercer grado y aprendí a utilizar el telégrafo, y ya estoy trabajando de mensajero”. Y me dijo: “¿Y así te pensás quedar?”. Me extrañó esa pregunta porque la profesión de telegrafista era muy solicitada.
La de Anamorós fue la primera parroquia que Monseñor tuvo a su cargo…
Un pueblo en el que no había agua, no había luz, no había carretera… Pero cuando supieron que íbamos, a saber cómo, un montón de ciudadanos llegaron a buscarnos en bestias y hubo también un gran recibimiento.
Usted trabajaba con él.
Yo lo ayudaba.
¿Siguieron juntos cuando lo enviaron a San Miguel?
Ahí nos separamos.
Usted terminó su primaria a mediados de los cuarenta.
No.
¿Su hermano nunca se lo pidió?
Cómo no. Él vivía junto a otros padres en la iglesia de Santo Domingo.
Y en San Salvador se echó novia y se casó.
Así es, pero un tiempo después. Óscar nos casó en la iglesia del barrio Concepción, y bien casados, porque 50 años estuve con mi esposa, hasta que ella falleció… Ella era de Ahuachapán y tuvimos cuatro hijos.
Usted entonces tenía bien claro que lo suyo era las telecomunicaciones…
Perdónenme la expresión, pero yo era el número uno en la academia, y me empezaron a buscar para trabajar de los periódicos, porque todo lo que yo estudié servía para recibir las noticias internacionales.
¿Para qué periódicos trabajó?
Para El Diario de Hoy, para La Prensa Gráfica, para La Tribuna Libre.
Usted en San Salvador, y su hermano, en San Miguel.
Poco.
Monseñor Romero vino a San Salvador en 1967 y lo nombraron obispo en 1970.
Sí, fue en el gimnasio del Liceo Salvadoreño. Llegó hasta el presidente de la República, Fidel Sánchez Hernández. Había muchos invitados de saco y corbata, ministros… Cuelludos, jajaja, así que yo no estuve tan cerca de él. Sí recuerdo que vinieron muchos autobuses de Ciudad Barrios y de San Miguel, y que el gimnasio estaba llenísimo.
¿En esos años que él vivía en San Salvador se veían seguido?
Él a veces nos visitaba en la casa, o yo llegaba a buscarlo y nos íbamos al mar.
He escuchado que Monseñor Romero era una persona de trato difícil, enojado y muy exigente.
Él era serio y muy disciplinado, y quería que, y eso para mí quizá no era tan bueno, quería que los demás fueran igual a él. Recuerdo que allá en San Miguel pasó un medio lío, cuando él salió unos meses del país y, al regresar, vio que los otros padres de la iglesia de Santo Domingo habían puesto una mesa de billar, recibían visitas de muchachos y muchachas… A él no le gustó nada todo aquello y lo sacó todo.
¿Tuvo algún encontronazo con él?
Yo era joven y tenía mis amigos.
¿Hay algo
de todo lo que se ha dicho y escrito sobre Monseñor Romero que le moleste en especial?
De él siempre se decía que era comunista, que apoyaba la guerrilla… Y él no era para nada político, detestaba todo eso.
Ni siquiera cuando ya era arzobispo…
No, él siempre tuvo claro que no quería mezclar la Iglesia con la política. Y unos le decían que estaba solo al lado de los ricos, y otros que solo al lado de los pobres.
Luego regresaremos a sus años como arzobispo, pero nos interesa hablar sobre su tiempo como obispo de Santiago de María. ¿Qué tanto cree que influyeron en él esos dos años?
Poco antes de regresarse a San Salvador, él me dijo una vez que el tiempo más feliz de su carrera lo había pasado en Santiago de María, porque había convivido con los campesinos, con la gente humilde.
Pero cosas así dicen que también las hacía antes de llegar a Santiago de María.
Sí, siempre lo hacía.
¿No cree, como aseguran algunos, que su hermano tuvo una especie de conversión en Santiago de María?
Bueno, allá él tuvo un contacto más directo con la pobreza extrema, conoció las condiciones de los cortadores de café…
Pero nunca se atrevió a reclamar a los terratenientes.
No, él se llevaba bien con los terratenientes, no los molestó. Él lo que procuraba era que los cortadores durmieran bajo techo, pero no se peleaba con los hacendados.
…pistudos
…cabal, bien pistudos.
De regreso a San Salvador, ya como arzobispo, ¿hablaron alguna vez sobre los jesuitas, sobre el padre Grande?
Él era su amigo.
¿Eso antes de que lo asesinaran?
Sí, porque Rutilio tenía, pues, ese movimiento que hasta se tomaban las tierras.
Cuando mataron al padre Grande, su hermano ofició la famosa Misa única, en contra incluso del nuncio.
Mire, es que él tenía disciplina, pero también una cosa que poco se dice… ¡él tenía valor! Por no decir otra palabra…
¿Usted estuvo en Catedral metropolitana aquel día?
No, no fui.
, siempre la vigilaban para ver quién llegaba y todo eso.
¿Pero cómo vivió ese atrevimiento de su hermano? ¿Pensó que lo iba a meter en problemas?
A mí me quitaron del trabajo por ser su hermano.
Ese episodio Monseñor Romero lo mencionó en su diario, en junio de 1979.
Yo tenía un cargo muy bueno en ANTEL, de jefe.
Por cierto, Monseñor Romero en su diario se quejó en repetidas ocasiones de ANTEL, dijo hasta que interferían la señal de YSAX, la radio del arzobispado.
En ese tiempo yo me sentía un poco incómodo. Por mi seguridad personal, porque mis hijos estaban con becas, y porque los amigos se iban apartando, me iban dejando solo, por temor, porque hubo gente que estaba convencida de que algo le pasaría a él y a su familia.
¿Cómo fue esa plática en la que usted le contó que lo habían degradado?
Lo que pasa es que ese viernes, cuando dieron la orden, mi esposa fue a visitarlo.
Uno siempre tiene sus simpatías, aunque no sea militante.
Yo tenía simpatía por el presidente Arturo Armando Molina, pero no tanto por el general Humberto Romero.
Aún no existía el FMLN, pero ¿simpatizaba con las FPL, con Ligas Populares 28 de Febrero o alguno de esos grupos?
No, para nada.
¿No estaba de acuerdo o lo veía mal?
Lo veía mal.
¿Usted escuchaba las homilías de su hermano?
Sí, claro, y cuando tenía tiempo libre, me acercaba a la catedral o al Sagrado Corazón.
En las semanas previas al asesinato ya se sentía en el ambiente lo que podría pasar.
Yo recibía también muchas amenazas anónimas en mi casa, desde malcriadezas y groserías hasta algunas muy finas, en las que me decían que querían mucho a mi hermano y que yo intercediera.
¿Esa fue su última plática con él?
Cabal, en su oficina del seminario.
¿Qué ocurrió después?
Recuerdo que un cura dijo que iban a hacer el asunto de la funeraria y me invitaron a mí. Fuimos a La Auxiliadora, y fue salir de la Policlínica y boom, boom, los bombazos.
En la Policlínica lo embalsamaron, ¿verdad?
Sí. Un padre dijo que como Monseñor era muy humilde, íbamos a comprar la caja más barata, una de madera, pero para mí eso era pura tacañería. Yo entonces pregunté por el servicio más caro, que recuerdo que valía 7 mil colones.
¿Dónde estaba usted el día del entierro?
Yo, dentro de la catedral, a la par del cardenal que había venido de México (Corripio) Recuerdo que el ataúd lo pusieron en las gradas, y que me pidieron que diera un breve discurso con la biografía de él. Aquella plaza estaba rebosando, miles y miles.
¿Le dio tiempo a leer su discurso?
Sí. Lo único que me dijeron que fuera breve, porque era rápida la cosa.
¿Y qué dijo? ¿Recuerda las palabras o alguna idea?
Pues que éramos de Ciudad Barrios, que éramos tantos hermanos y lo que sentíamos. Recuerdo que dije que como humano sentía la pérdida de mi hermano, pero que como salvadoreño sentía la pérdida que había tenido el país, con un hombre de esa talla.
Tras el asesinato, los escuadrones de la muerte impusieron un estado de terror en el que tener siquiera una fotografía de su hermano podía significar la muerte.
Yo no me fui de El Salvador.
¿Las amenazas siguieron llegando después de su muerte?
No, ya no, y tampoco volví a tener problemas en ANTEL.
Los 20 años de ARENA fueron de total hermetismo hacia la figura de su hermano, pero con el Gobierno actual sí que se vio un cambio, al menos en cuanto a las muestras públicas de afecto.
Honestamente, me agradó mucho que el presidente Mauricio Funes fuera a rezar a la tumba de Monseñor Romero antes de asumir la Presidencia.
Han cambiado las formas, pero este Gobierno ya ha dicho que no hará nada por derogar la Ley de Amnistía que impide juzgar en el país a los asesinos de su hermano.
A mí alguna vez me han preguntado por eso, y yo respondo lo mismo que decía Monseñor: yo quisiera cumplida y pronta justicia.
Se barajó la idea de nombrar el aeropuerto como Aeropuerto Internacional Monseñor Óscar Arnulfo Romero.
Sí, algo he oído. Quizá se haga para el centenario de su nacimiento.
Pero eso es hasta el año 2017…
No he hecho la cuenta, pero por ahí. Lo que sí que mucha gente me ha pedido es que, como hermano, impulse que el bulevar Diego de Holguín lo llamen bulevar Monseñor Romero.
¿No le parece mayor reconocimiento lo del aeropuerto?
Bueno, mejor las dos cosas, ¿no?
La figura de Monseñor Romero crece cada año, pero no así los valores de humanismo, justicia y bondad que él promovió. ¿Cómo se explica esta aparente contradicción?
Siempre que platico sobre mi hermano se me vienen cosas de él y, ahora que me preguntan eso, recuerdo que cuando la guerra iba a empezar él me dijo: mirá, la guerra no la detienen ya, yo hablé con medio mundo para que se sienten a dialogar y ninguno quiere aceptar, así que lo que viene va ser terrible, pero lo más terrible es lo que vendrá después de la guerra.
Del diario El Faro de El Salvador.
Terre D’America