Basta pararse un minuto en una calle ajetreada o incluso fijarse en la forma que whatsupeamos, para darnos cuenta de que el ruido y la prisa nos han invadido; ya es un hecho: estamos contagiados, unos más que otros, pero está en el aire, esperando un cuerpo donde anidar y reproducirse. Da igual el nivel cultural, la raza o el poder adquisitivo.
El desarrollo tecnológico de los últimos 25 años ha acelerado nuestro ritmo de vida y alterado nuestro comportamiento de tal forma, que el sosiego y el silencio ya no encuentran su espacio como antaño. Qué poca gente se detiene a mirar a los ojos a las personas, sin prisas, como si en el parpadeo de ese “tú” que tienes delante, pudieras descubrir algo vital para tu existencia. Ya no se contempla nada; y viene bien recordar que tal cual uno mira la realidad, se termina mirando a sí mismo.
Pero, ¿se disfruta de verdad en medio de ese ruido de inmediatez visceral? ¿nos da la paz y tranquilidad que deseamos al final del día? Este ruido pegajosamente moderno, ¿nos deja mejor o peor?
Es urgente contrarrestar ese ruido orgánico y social con torrentes de belleza, sencilla y callada, que hagan de antídoto, recordándonos nuestra capacidad de asombro. Sin la posibilidad de asombrarse, no existe camino posible, ni de conocimiento, ni de cambio personal o social.
Bach en Madrid es una película documental sobre un acto heroico que aconteció en Madrid; un proyecto que incluía la interpretación integral de las cantatas de J.S. Bach en concierto, desarrollado por La Capilla Real de Madrid, Hippocampues y otros 20 ensambles durante 8 años. Bach compuso entre 250 y 300 cantatas de las que han quedado unas 200.
Este proyecto encontró en la Diócesis de Madrid, inicialmente en Iglesias del centro y posteriormente también en la periferia, un abrazo materno quizás inesperado para algunos. El abrazo de la tradición a la cultura, un abrazo de quien conoce bien el valor de la música para el alma humana. En este sentido, y tras ver el efecto que generó tanto en los asistentes como en los músicos, evoca a la hermosa película danesa El festín de Babette (1987) y a la transformación de los personajes desde el inicio de esa memorable cena hasta el baile final.
La primera consecuencia de ese ruido de flashes diario, que hablábamos al principio, es la aparición de una mirada dividida que afecta a todos los aspectos de la vida. De hecho, son temas como éste, los que abordan las cantatas de Bach, temas hondos de la naturaleza humana como: la zozobra de la vida, el valor de la gratuidad, la belleza de lo intangible, la consistencia de nuestros miedos o importancia de lo permanente, de lo esencial frente a lo secundario. Las cantatas se dirigen, como diría un amigo y maestro, al punto rojo de la cuestión, es decir, al corazón humano; entendido como corazón bíblico, donde habitan las exigencias y anhelos que nos constituyen.
Según nos cuenta Bach en Madrid fueron más 45.000 asistentes los que pudieron gozar de las cantatas de Bach. Había personas que gastaban hasta una hora en metro para poder asistir, incluso sin saber bien quién era Bach. Intuían y sentían que era un bien evidente para sus vidas, como si notaran cómo se les colaban las notas sin permiso y al salir dejaran todo como más ordenado; capaces de reconocer la unidad y amarla. Este tipo de conciertos, o el visionado de este documental, son como fogonazos de luz que dejan tras de sí un aroma concreto y reconocible.
En resumen, Bach en Madrid es una película que gozarán los amantes de la música clásica pero que puede servir como bisagra para enamorar incluso a los más alejados. Con un muy digno montaje que recuerda en determinados planos a Copying Beethoven(2006), de Agnieszka Holland, consigue un notable ritmo combinando entrevistas con cantatas en directo.
Terminamos con una idea que aparece en el documental: no hace falta la originalidad para que el mundo se mueva. Hay todo un legado cultural que está ahí esperando ser descubierto, eso sí, desde una mirada personal y única, mirada que solo podremos hacer verdaderamente nuestra si logramos en medio de la locura líquida de nuestra rutina, encontrar pequeños espacios para el silencio y el sosiego, que nos permitan seguir disfrutando de la belleza de una puesta de sol, de una cantata de Bach o de los bellos ojos de cielo del que tengo justo delante, ahí.