Existe una parte de la teología dedicada a san José, la Josefología, pero quizás podría divulgarse más su figura
En algunas zonas de la Europa central y de América Latina la figura de san José de Nazaret ha sido engrandecida, más que en la Europa Meridional; de ahí que en algunas discusiones teológicas se ha comentado que la Iglesia católica es “muy mariana pero poco josefina”, es decir, que hay mucha devoción a la Virgen María—que nadie discute–mientras que a san José se le considera por debajo de lo que se cree debería ser su figura en la historia de la Redención.
En algún artículo aparecido en publicaciones especializadas se proponía que la Iglesia católica celebrara el milenario de la muerte de San José, proponiendo un Año Santo, en el que profundizar en la piedad y conocimiento de la figura del gran Patriarca de la Iglesia. Ya existe una parte de la teología dedicada a san José, la Josefología.
No fue hasta el Concilio Vaticano II (san Juan XXIII) cuando la liturgia católica introdujo a san José en el Canon Romano de la santa misa. Lo habían pedido muchos padres conciliares, al igual que la proclamación de María como Madre de la Iglesia, que también aprobó el Concilio.
Este Año Santo bien podría celebrarse el año 2020 o cualquier otro, con motivo del segundo milenario de su fallecimiento. Aunque se desconoce cuándo falleció san José, se sabe que fue en el intervalo entre el encuentro de Jesús en el Templo, a los 12 años, y su vida pública, que empezó a los 30 años.
La media de mortalidad de aquel entonces no alcanzaba los 50 años. Si san José se casó con María Virgen a los 25 años, más o menos, el encuentro de Jesús en el Templo fue entonces a los 37 años de José, y habría que añadir entre 10 y 15 años hasta su fallecimiento.
La Familia de Nazaret tiene muchas devociones populares, especialmente en América Latina, donde se reza a “Jesús, María y José”. La unión existente entre los tres miembros de la Sagrada Familia, dado el inmenso amor que existía entre ellos, es inquebrantable, como no podía ser de otra manera, siendo Jesús, la segunda Persona de la Santísima Trinidad.
La devoción a la Sagrada Familia ha llevado a que entre familias cristianas se albergara una imagen de ella en una hornacina que pasaba de hogar en hogar cada semana para bendecir a las familias.
El modelo de la Sagrada Familia como un modelo de familia estable y una comunidad de amor –no confundir con los sentimientos, pues estos van y vienen y el amor permanece—es muy adecuado en este año en que la Iglesia recorre el camino sinodal para proponer acciones pastorales concretas en el ámbito de la familia que culminará en la celebración del Sínodo Ordinario sobre la familia el próximo mes de octubre.
Sería deseable que el Sínodo se pronunciara en favor de dedicar un Año Santo a San José o hiciera especial mención a su figura.
Por otro lado, san José es patrono de las vocaciones al sacerdocio, y de todas las vocaciones de mujeres y hombres tanto en el estado laical como en el religioso. En este año dedicado especialmente a la vida religiosa, san José es el gran intercesor como patriarca de la Iglesia, como esposo de María, y como padre de Jesús según el espíritu, en favor de las vocaciones.
En otro orden de cosas, personalmente no me gusta la expresión que se dice de san José como “padre putativo”. Ciertamente viene “putativo” del latín (padre putativo equivale a que se le equipara a padre) en español suena mal, además de parecer que es un padre de “menor cualidad” que un padre biológico.
Decía san Agustín (Sermón 51, 20) que “a José no sólo se le debe el nombre de padre, sino que se le debe más que a otro alguno (…), era tanto más profundamente padre cuanto más casta fue su paternidad