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Jean Vanier, premio Templeton: “Una comunidad que se encierra en sí misma muere por asfixia”

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Aleteia Team - publicado el 13/03/15
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50 años de experiencia, 150 comunidades en 35 países

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El filósofo y teólogo católico canadiense Jean Vanier, fundador de la red de comunidades El Arca (y con un blog en español en Rel) es el ganador este año del Premio Templeton, dotado con un millón setecientos mil dólares.

En las comunidades de El Arca (www.larche.org) conviven personas desamparadas, muchas veces con dificultades psíquicas, con personas sanas con una fuerte vida cristiana y de oración.

Abrió la primera casa en Francia, en 1964. En la actualidad son casi 150 comunidades en 35 países. El comité del Premio Templeton declaró que se había valorado su mensaje de compasión para los más vulnerables, “una inspiración para el mundo”.

El Templeton premia cada año a los que hacen una contribución significativa a la dimensión espiritual de la vida. A veces son científicos o sacerdotes que buscan la frontera entre fe y ciencia, otras veces son fundadores de comunidades novedosas y creativas, o personajes que tienden puentes para el diálogo entre religiones y el mundo.

Autoridad en comunidades cristianas

Después de 50 años de experiencia, Jean Vanier es visto por muchos no sólo como una gran autoridad mundial en la acogida e integración de personas con discapacidad, sino también como una autoridad en la creación y mantenimiento de comunidades cristianas sanas.

Ya en 1979 publicó su libro “La comunidad, lugar de perdón y de fiesta” (hay una edición en español de 1980 en Narcea Ediciones) recogiendo su experiencia comunitaria después de 15 años de lo que muchos habían considerado una chaladura utópica.

Ya entonces había visto crecer El Arca de una sola casa muy pobre a una comunidad internacional y señalaba los 3 peligros espirituales del crecimiento.

1. “El primer pecado de una comunidad es apartar los ojos del que la trajo a la vida [Dios] para mirarse a sí misma”

2. “El segundo pecado es encontrarse bella y creerse fuente de vida. Entonces se aparta de Dios y empieza a tener compromisos con el mundo y la sociedad. Adquiere un renombre”.

3. “El tercer pecado es la desesperanza. Descubre que no es fuente de vida, que es pobre, que le falta la creatividad y vitalidad y entonces se encierra en su tristeza, en las tinieblas de su pobreza y de su muerte”.

“Pero Dios no deja de esperarla, como el padre al hijo pródigo. Las comunidades que han dejado de lado la inspiración de Dios para encerrarse en su propio poder deben saber volver a pedir humildemente perdón a Dios”.

“Cuando empecé éramos pobres”

“Cuando empecé en El Arca éramos pobres. Me acuerdo de una señora anciana del pueblo que venía todos los viernes por la tarde para traer sopa. Otros nos traían comida y dinero. Los años han pasado. Ahora [en 1979] cuando en el pueblo hay una casa en venta vienen primero a proponer que la compremos nosotros, aumentando naturalmente el precio. Estamos considerados los ricos del lugar aunque el dinero llegue, sobre todo, de subvenciones del Estado” escribía con cierto humor en ese libro. En esa época El Arca tenía 21 comunidades; hoy tiene unas 150.

El peligro de la profesionalización

Los peligros que detectó entonces han sido siempre vigilados por El Arca y Jean Vanier. “El peligro es encerrarse en lo que nos ocurre, olvidando la primera inspiración; convertirse en un centro profesional competente olvidando los elementos de gratitud; insistir de tal manera en las estructuras y en los derechos de los asistentes que uno se olvida de que las personas disminuidas necesitan encontrar junto a ellas a hermanos que se den y se comprometan; es olvidar la acogida y no ver ya en la persona disminuida el don de Dios”, escribió.

Jean Vanier, el hombre que ha ganado 1,7 millones de euros, señaló siempre esos elementos de gratitud, relacionados también con la gratuidad, incluso en el título de su libro de 1979: la comunidad es el lugar donde hay perdón y fiesta.

¿Cómo distinguir una comunidad de una secta?

Ya desde los años 60 en los que nació El Arca y otras comunidades católicas, prestó atención al peligro sectario.

“Cuando nace una comunidad es muy difícil saber si se está ante una comunidad o ante una secta. Esto no se puede descubrir más que observando su crecimiento en el tiempo. La verdadera comunidad se abre cada vez más. La secta, por el contrario, aparenta abrirse pero con el tiempo lo que ocurre es que se cierra progresivamente. La secta está controlada por personas a las que les parece que se han quedado solas por tener razón. Son incapaces de escuchar, son cerradas y fanáticas: no hay ninguna verdad fuera de ellas. Han perdido la capacidad de reflexionar personalmente”.

“Sólo ellas son las elegidas, las salvadas, las perfectas, y los demás están en el error. A pesar de su alegría y tranquilidad aparentes, se tiene la impresión de que son unas personalidades débiles más o menos manipuladas, que están como aprisionadas en una falsa amistad de la que temen salir”.

“El lenguaje del elitismo huele mal. No tiene sentido creer que solamente unos guardan la verdad y pueden condenar a los demás. Esas actitudes no tienen nada que ver con el mensaje de Jesucristo. La comunidad cristiana se basa en el reconocimiento de que somos pecadores, y que necesitamos ser perdonados cada día y perdonar 70 veces 7″.

“No juzguéis y no os juzgarán; no condenéis y no os condenarán (Lucas 6,36). La comunidad cristiana debe hacer como Jesús: proponer y no imponer. El amor de los hermanos es lo que debe convertirse en luz que atrae”.

“Otra señal que distingue la secta de la verdadera comunidad, es que las personas de una secta se limitan cada vez más a una referencia única, el fundador, el profeta, el pastor, el jefe, el santo. Es el que detenta el poder temporal y espiritual y el que mantiene a todos los miembros bajo su dominio. No leen más que sus textos, no viven más que de sus palabras. Este falso profeta rehúsa que vengan otros al grupo; descarta a todos los que podrían amenazar su autoridad todopoderosa, y se rodea de débiles ejecutores totalmente incapaces de pensar personalmente”.

“Si al comienzo de una verdadera comunidad el fundador tiene en sus manos el poder espiritual y comunitario y si todos se remiten a él para todas las decisiones, él, poco a poco debe ayudar a las personas a encontrar otras referencias y a caminar hacia su propia libertad interior, para que no piensen forzosamente como él”.

“Las verdaderas comunidades cristianas tienen siempre multiplicidad de referencias: la de su fundador, la de la Sagrada Escritura, la de toda la Tradición de la iglesia, la del obispo y el Santo Padre si son católicos, la de otros cristianos que viven el Espíritu de Jesús. Además, cada uno de sus miembros debe, en esencia, aprender a tener como referencia el Espíritu de Jesús que vive en él”.

“Una de las señales de vida de una comunidad es la creación de lazos. Una comunidad que se encierra en sí misma muere por asfixia. Por el contrario, las comunidades que viven se unen a otras, constituyendo una amplia red de amor por el mundo. Y como no hay más que un Espíritu que inspira y vivifica, las comunidades que nacen o renacen bajo su inspiración se parecen incluso sin conocerse”.

Artículo originalmente publicado por Religión en Libertad

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